viernes, 30 de diciembre de 2011

Animalia


Cosas de monos
Marisa no lo puede creer. Un mono camina lentamente hacia ella, luego de atravesar la puerta de entrada con toda naturalidad. Lo hace él solo, sobre sus cuatro patas y cada cierto tiempo se yergue dejando al descubierto su pancita suave y rosada. Primero, Marisa da un brinco hacia atrás, pero su ternura no puede resistir. Es sólo un bebé, eso se nota aunque no fueras un etólogo. Su esposo, que sí lo es, entra después con una sonrisa en la cara. Como cuando van al cine y resulta que la película no fue un gasto a lo bruto de dinero, como cuando se compran el más llamativo juguete sexual, como cuando el cielo se pone rosa fosforescente en esos atardeceres llenos de aceite volátil, como cuando se escucha un sonido de celular no escandaloso sino armónico… en fin, Rodolfo siempre se ha extasiado con las maravillas del mundo ultramoderno y, dentro de sus teorías etológicas, sostiene que los animales son capaces de adaptarse a los medios citadinos y deben ser bien recibidos en ellos por los humanos. Marisa quiere tomar al mono en brazos, pero algo se lo impide; algo que ella no alcanza a nombrar. Quiere extenderle la mano para que el pequeño huela y conozca, pero siente un resquicio de miedo. ¿Qué tal si la muerde? ¿Dolerá? ¿Estará vacunado? Hay que ponerle nombre, dice Rodolfo, su madre murió hoy atropellada. Un accidente imperdonable del nuevo tipo que contratamos como ayudante en la reserva, continúa mientras hace cualquier cosa menos mirarla a los ojos. Pero ella no lo nota, tan absorta está en el monito. Y éste, tímido, se ha ido a un rincón y comienza a meterse en la boca la pelota del gato. Su pelo se ve tan suave, sus ojos negros tan brillantes, sus manos perfectas y expresivas. Es una obra de arte sí una obra de arte de la naturaleza, responde por fin ella, pero no podemos quedárnoslo Rodolfo. Él la mira, por primera vez, y en su mirada está el gesto de quien se percata algo inesperado y desagradable. Toma al mono en sus brazos y se lo acerca. Marisa lo observa, de nuevo, sin animarse a tocarlo, pero el pequeño tiene iniciativa y estira su mano hasta ella. Sus dedos se sienten como si fueran los de un anciano. Inexplicablemente, ella comienza a llorar a gritos. La relación entre Marisa y Rodolfo decae llegando al maltrato más brutal imaginable. Con decir que una semana después, luego de arañarse, patearse y cagarse encima uno al otro, Rodolfo termina tirando al gato por la ventana. El cuerpo del felino es inspeccionado por un veterinario a petición de Marisa, después de todo la caída sólo fue desde un cuarto piso y ella tiene la esperanza de revivirlo. El gato está más muerto que los dinosaurios, pero hay algo en él que llama la atención del doctor: su ano sangra, tiene llagas y heridas infectadas. No sé cómo decírselo señora pero este gatito ha sido violado. Marisa está horrorizada, a éstas alturas cree a Rodolfo capaz de cualquier cosa, y vuelve con los pelos parados a casa para llevarse de ahí al mono que aún no tiene nombre. Pero éste al parecer se ha ido, pues Rodolfo lo está buscando por todas partes con un pedazo de fruta en la mano, truco infalible para hacerlo venir corriendo. La relación de la pareja sana visiblemente. Marisa atribuye la muerte a un error del gato y su ano herido al cerebro perverso de un veterinario con deficiente ética profesional. Poco a poco incluso superan sus buenos días, ella en casa trabajando y él en la reserva volviendo al hogar para comer y coger mejor que nunca. Por las noches, cuando se acuestan y sus oídos están limpios de toda distracción diurna, cuando los estruendos de la ciudad disminuyen hasta transformarse en estática, escuchan el aullido desgarrado de algún gato, pero creen que lo imaginan.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Animalia (extractos)


Anónimos

En medio de la selva tropical nació ese enorme lagarto al que, mientras el tiempo pasaba, comenzaron a salir alas. Luego se alargó, su cuerpo llegaba mucho más lejos. Alguno que otro dijo que lo había visto nacer, pero la mayoría solamente lo miraba pasar de vez en cuando entre los árboles o las corrientes más bravas del río. Era un animal diferente a todos, entonces algunos lo queríamos cazar pero la mayoría lo queríamos adorar. Pura vida ese animal. Cómo le explico que cada vez que lo veías pasar todo a su alrededor vibraba. Los monos gritaban fuerte, los insectos salían, los jaguares chillando como si muchos puñales se enterraran en su barriga. Las ramas yendo, viniendo, sacudiéndose. Por un momento ves claritas sus escamas de piedra, te reflejas en ellas, ves esas plumas que son como si el quetzal hubiera parido mil veces machos y todos entregaran su homenaje, como si el pavo real europeo se quedara siempre abriendo su pecho y soportando por mucho tiempo ese esfuerzo que normalmente lo deja rendido. No. Todos los pájaros, todos, se habían reunido en esa cresta de ave. Eran grandes, anchas y brillantes, y percibían la más pequeña brisa ondeándose sin parar. Ahí parece ser el plumaje quien está vivo pero en verdad es el viento hablando. Entonces sin que uno se lo pudiera explicar desaparecía devolviendo todo a la normalidad.

Todo esto se lo cuento. Y claro que era bello el animal, pero igual dabas un brinco de espanto, te quedabas así como si creyeras que estás en un sueño, pero no lo estás, sientes que las fuerzas del cuerpo se van. Tienes que quedarte despierto, sostenerte en tus piernas porque si no hasta ahí nomás llegaste, no hay nadie que pueda revivirte. Al parecer te lleva con él, sabe usted que se alimenta de vida animada para seguir su camino por el espacio. Todos tenían mucho miedo de que no volviera, comentando y festejando cuando les tocaba verlo pasar. Porque si no, imagínese, nos quedamos en plena oscuridad, muertos de frío, indefensos entre esas tinieblas. Muchos se mueren, yo creo, para empezar las plantas. Tal vez se podrían hacer fogatas pero ¿y si no? Nadie te lo puede asegurar, después de todo la gran bola de fuego habría desaparecido.

Siempre pensé del sol que es un malvado por comportarse así, un como dicen narciso porque se olvidaba de todo lo que no era su propia vida. Como si fuéramos invisibles para él, como si pasara mirando no sé qué allá adelante. Siempre pensé que le bastaba con uno, de pronto se le paraba el corazón a algún joven de por acá y fin del cuento, pero yo creo que por el miedo se ensañaron los altos funcionarios empezando cada vez más seguido a hacerlo públicamente. Pero ellos siguen matando y haciendo morir a tantos, y él cada vez más cerca, y este maldito calor. Se necesitan muchos para que los canales de agua cambien sus colores, los filos enterrándose en la carne, hundidos en el corazón que late un ratito más y luego se chorrea. Olía a metal en el aire, las fieras llegaban y a la par de eso muchas ciudades se hacían la guerra. Todos reclamaban por alguien, todos lanzaban sentencias, ya no se podía estar tranquilo. Tan distraídos andábamos que ya nadie veía a ese ser más, ni se pensaba en él, como ahora. Pero de que anda por ahí anda por ahí. Esto cuentan y quién sabe pero porqué no va a ser cierto. Mire usted que cuando los escoceses hablan del monstruo del lago Ness -monstruo le llaman qué culpa tendrá él- hasta les hacen películas y programas en la tele, pero cuando alguno de nosotros contamos lo que se ve aquí en la selva nos miran como una manga de indiecitos supersticiosos.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ladrones de rosas


Nos dijeron que esto iba a cambiarlo todo, le suelto a José mientras caminábamos en el puente que cruza el río. Él estaba especialmente irritable. Si no decía nada, más que nunca reconocía en mí esa tendencia fastidiosa a la ingenuidad, esa capacidad de ánimo tan débil, ese empecinamiento por encontrar el bien en el otro, la absoluta incapacidad de asumir que existe gente malintencionada. Y mucho podía decirle yo, mucho más, y sin duda lo haría, pero no niego que me sentía anticipadamente estúpida. Como si cada palabra por salir de mi boca ya fuera una mala excusa. En fin, y ¿qué se le podía hacer mas que, una vez más, tratar de ser honesta?

El sonido del agua era de una calma inusitada. Normalmente miro al río y se me oprime algo en el pecho, tanta agua desperdiciada, tanta podredumbre en un cuerpo vivo, tanta gaviota perdida. Sé de dónde vienen pero no tengo idea porqué se quedan.

José me mira de reojo, sabe que mi mente está en otro lado y eso lo altera. Trato de encaminar mis fuerzas hacia sus expectativas, trato de quedarme callada y digo es que no puedo entender. Y eso es tan cierto como que el río está a nuestras espaldas. Simplemente no entiendo cómo alguien puede pasar así encima de todo lo que se ha logrado con amor y esfuerzo. Tampoco logro comprender quién saca partido de esas acciones a la larga. Estoy tan confundida que la vereda se me va a los ojos y el toldo del almacén sobre mi cabeza directo a mis pies. Todo se me confunde, se me revuelve. José y su cara de desprecio están ahora mucho más lejos de mí. Sólo la sombra que me hace caer de nuevo a tierra, por unos instantes, para volver a despegar.

Desde hace tiempo me había concentrado en ser autosuficiente, productiva, capaz de sostenerme económicamente yo sola. ¿Y cómo lo había logrado?, optando por valores más varoniles a los que antes me dejaban en la ruina. Esa es la palabra que utilizaba José, varoniles, para sacarme de encima mis mañas y reemplazarlas por verdaderas costumbres laborales. Paso número uno no hacer nada que no me diera a cambio una recompensa material, paso número dos perder el menor tiempo posible y ganar la mayor cantidad de dinero, paso número tres desconfiar de todo y todos, paso número cuatro no contarle a nadie mis ideas, paso número cinco tener más cantidad de tiempo para mí, paso número seis utilizar ese tiempo en acciones que me traigan beneficios personales, paso número siete no ayudar absolutamente a nadie. Ahí se detenía José con una sonrisa, en el número siete. Ahora que lo pienso, era mucho más supersticioso de lo que parecía.

Nos fuimos acercando y yo pensaba en todas estas cosas. Era curioso pues si bien yo guiaba a José, él jamás habría podido llegar a ese lugar sólo o con cualquier otra persona, cualquiera pensaría que yo lo seguía a él. Incluso un tanto adelante iban sus pasos. Entonces se me ocurre hablar, de nuevo, como si no fuera suficiente. Tal vez ya lo sabes, digo, pero dijeron que se ocuparían de ellas e incluso me firmaron una carta. Era cierto, dijeron que entendían la situación y que deseaban solidarizar con la causa, dijeron que reconocían su belleza y su potencial, preguntaron por la manera de ser más útiles y ellos mismos hicieron una oferta.

Cuando llegamos ya no había nada, sólo un pedazo de tierra arrasado. Hace rato que no me fijaba en los ojos de José porque sólo se le veía la nuca. Su mano, eso sí, apretada en un puño lleno de venas hinchadas. Las vendiste, dijo por fin, te vieron la cara de pendeja y eso hiciste. Pero no es lo que más me emputece, con esto terminó, lo que más me encabrona es que valían mucho más.

Miré esa nuca con los mismos ojos que antes la habían amado tanto, los mismos y sin embargo ya otros. José ¿no sientes el olor?, han dejado su olor aunque ya no están.

Un aleteo me abanicó el pelo. La gaviota picoteó las semillas que aún no brotaban.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Fobia


Enloquece cada vez que se topa con una araña, un mosquito, incluso una hormiga. Cada vez que franquean las puertas de su casa lucha entre las ganas de reventarlo con la suela de su zapato y la urgencia por salir corriendo despavorido. El resultado es una mezcla de ambas. Chilla, huye, vuelve y zas, le da un pisotón sintiendo que los escalofríos lo recorren desde la planta del pie tan cercana al cadáver hasta la punta del pelo. Tras salir y limpiar los restos en el pasto, la sensación de alivio es lo más placentero que ha experimentado jamás. Eso hasta que se entera de que los bichos vienen del jardín. Entonces va al baño, usa el papel higiénico, tira la cadena del escusado, y se queda en absoluta perturbación.

Nadie le ha enseñado a odiar, en sus seis años nunca escuchó a sus papás diciendo cuidado con esa abeja o a uno de sus compañeros gritar cuando ve una mosca. Simplemente le sucede. Hay algo en lo diminuto de esos seres que le saca de quicio. Sabe que son capaces de meterse donde sea, desde su nariz u orejas hasta cruzar por debajo de cualquier puerta cerrada. Él puede estar durmiendo tranquilo y mientras tanto ellos caminando por ahí, amenazando con acercarse demasiado. Y no dan señales, nada se mueve con su presencia, por eso tiene que estar muy atento y reaccionar rápido.

Está seguro de que el terror y el asco le viene por esos movimientos acelerados, pequeñísimos, con que los insectos avanzan por la vida. Incluso una mariposa, que es muy parecida a una flor, soltará marchas frenéticas con sus patitas si la toma con sus manos y cuando confunde a una libélula con un hada se sorprende con lo mecánico de su vuelo. Como en una pesadilla, va pensando él, donde los cuerpos se desplazan de una manera tan extraña mezclando el efecto de la cámara lenta con otra desquiciadamente acelerada.

Para este punto ya han pasado años, y el tiempo no aminora su fobia. Al contrario, llega un momento en que tiene su propia casa y se gasta buena parte de su presupuesto en probar toda la industria de insecticidas. Es entonces cuando cree tener un sueño demoníaco, tal vez a raíz de su lectura al maldito libro de ese escritor astrohúngaro. Cuando despierta no lo recuerda muy bien, pero está sudando frío y le llegan imágenes de patas peludas y babas y membranas y muchos ojos a la vez. Se queda mareado encima de su cama, pensando que es la pesadilla más aterradora en su vida. Pero curiosamente sólo logra pensar, y no sentir, ese pánico que reconoce debiera apoderarse de él.

Noche. Humedad. Sale descalzo al jardín. Recuerda que ha olvidado llamar a los fumigadores este mes. Camina hasta tocar el pasto y ahí se detiene. Escucha ruidos mínimos entre las plantas sintiéndose feliz.

lunes, 24 de octubre de 2011

Armados hasta los dientes: Enrique Jezik en el MUAC


(Publicado en Artishock)

La palabra violentar puede definirse como aplicar medios violentos a cosas o personas para vencer su resistencia, lo cual resulta muy conveniente cuando se reflexiona en torno a la obra de Enrique Jezik (Córdoba, Argentina, 1961). El motivo: una retrospectiva realizada por el MUAC (Museo Universitario Arte Contemporáneo) en la Ciudad de México entre junio y noviembre del presente año. La muestra es curada por Cuahutémoc Medina, quien para bien y para mal a estas alturas ya pasó a ser una estrella dentro del mundo latinoamericano de la curaduría, la crítica y todo aquel que se dedica a pensar el arte contemporáneo.

“Obstruir, destruir, ocultar” es el título de la exposición, bien montada en el espacio y de recorrido grato. No hay demasiada información secundaria, sólo la estrictamente necesaria, y cada trabajo tiene suficiente territorio que ocupar para extenderse en sí mismo. Una museografía muy limpia, incluso impoluta, contraste irónico con los rasgos íntimos que poseen algunas de las mejores piezas que están allí presentadas.

Por ejemplo, estás en un espacio de arte contemporáneo y de pronto, un camión de policías antidisturbios se estaciona en la calle, se baja un escuadrón que entra a la galería marchando y golpeando rítmicamente sus escudos, te arrinconan junto a toda la gente, algunos salen corriendo y otros comienzan a tomar fotos en el estado de excitación que produce el no saber si se trata de una obra o -¿deberían estar tan separados?- de la realidad. Luego se da orden de retirada y la tropa sale del lugar marchando tal cual llegó (Ejercicio de percusión, 2006). Este performance fue pensado para la específica situación local mexicana, pero me imagino que no es necesario explicar porqué nos toca a todos los latinoamericanos, y en diferentes medidas a la gente alrededor del mundo entero. Aquí en Chile vivimos en estos momentos la amenaza y la intimidación de las fuerzas armadas a un nivel brutal porque, a diferencia de México, están extremadamente bien equipadas. El medio para diseminar las protestas masivas es siempre la violencia, y al verlos con sus trajes armamentistas último modelo podemos hacernos preguntas importantes acerca de cuánto participan los Estados Unidos para su bienestar. En las mejores obras del artista puede verse una brecha que constantemente se abre y se cierra cuando se coloca a cualquier estado frente a la mega potencia mundial. Hay obras que tratan el tema de forma literal y otras no, pero en todas se puede llegar a la idea de distancia que existe entre un territorio y otro.

Jezik tiene una clara formación de escultor, y a raíz de ella lo más interesante es consciencia avasalladora que posee sobre los materiales a la hora de traducir un pensamiento en acciones. Su imaginería está plagada de armas y disparos. Uno de muchos ejemplos es la instalación Práctica (2007), en la que hay veinte siluetas humanas de tamaño real, cada una atravesada con diez tiros de escopeta y balazos de pistola. También puede encontrarse constantemente el recurso del golpe, sea éste a base de martillazos con la propia mano o realizados por máquinas de construcción que, paradójicamente, producen distintos tipos de destrucciones. Esto nos lleva de la mano a un obsesivo interés por la maquinaria pesada. Entonces vemos cómo una excavadora rompe la ventana de una galería para meter su brazo y dibujar surcos con sus garras (What comes from outside is reinforced from within, 2008), o a dos retroexcavadoras que luchan entre ellas, “mano a mano”, martillo a martillo, intentando someter al oponente (Esgrima, 2001). Estas formas de pensar el soporte en bruto y el uso que se le da a él en nuestras sociedades contemporáneas, llega a una profundidad admirable en Reubicación de materiales (2006), donde cinco camiones de volteo llenos de escombros descargan su contenido en medio de una inauguración dentro la galería. Para evitar una polvareda, antes se había agregado un poco de agua, así que además el espacio terminó inundándose y quedó inhabitable. Este gesto políticamente incorrecto se convierte en causa de indignación para muchos cuando se suma el siguiente hecho: era una exposición colectiva.

Con todo, al llamar a Jezik escultor me parece que se le está reduciendo peligrosamente, por más que su formación provenga de esta área, pues sus acciones son por mucho más abiertas, formal y conceptualmente hablando. En comparación con trabajos como los que acabo de citar sus obras cien por ciento escultóricas, como los antebrazos de Setenta veces siete (1995) o Historia natural (1993), se acercan mucho más a la anécdota que a la experiencia real. Por las fechas de los trabajos es evidente que el artista ha tenido un intenso proceso de evolución dentro de sus propios intereses. A estas alturas, no debiera ser un problema asumir que el arte contemporáneo contiene cada vez más obras efímeras, sin embargo hay un claro desfase dentro de la museografía entre las obras-objeto y los performances o acciones que por obligación se han convertido en registros fotográficos o en video. Por más bien logradas que estén, han perdido su naturaleza, así que el espectador debe hacer uso de su imaginación para situarse en la escena por mucho más conflictiva que las piezas palpables y por ello más efectistas. Se echa en falta por lo menos una acción en vivo para contrarrestar la cantidad de fantasmas que allí se exponen.

Muchas acciones se conservan en formato audiovisual, lo que termina hermanándolas con los trabajos en video que ha realizado el artista. Algunos contienen imágenes ininterrumpidas de invasiones y matanzas en ciertos lugares del mundo, escenas que solemos ver en los medios periodísticos mezcladas con información comercial. Estos son trabajos por los que se ha tildado a Jezik de amarillista, lo cual podría ser cierto si se observan como piezas aisladas. En el entorno de la retrospectiva, sin embargo, queda claro que al artista le tiene sin cuidado moralizar, sermonear e incluso apantallar con los contenidos de sus obras. De hecho, hay una contradicción difícil de resolver cuando se considera su trabajo en términos éticos. Esto lo hace mucho más interesante porque le otorga los matices necesarios para que no se convierta en panfleto. Pues si se leen las explicaciones que da el artista a las obras, puede verse que tiene una preocupación genuina por la brutalidad que expone, pero por otro lado pareciera solazarse dentro de esa brutalidad. Es muy difícil no pensar a Jezik, la persona, sin un arma en la mano.

En otro lugar, mas siendo parte del mismo discurso, están los pasos circulares que se dan en torno a la cartografía. La operación de dividir un territorio para separarlo de otro es en sí un gesto implícitamente civilizado que actúa como exterminador de cualquier comprensión abierta y abarcadora. En la intervención arquitectónica Referéndum (2002), hay una burla de éste separatismo al utilizar un martillo eléctrico para demoliciones y dibujar el mapa de Canadá en la pared. Luego se localiza el pedazo correspondiente a Quebec, quien asume un nacionalismo independiente al país, y se extrae por completo para apoyarlo en el suelo.

La última obra que ofrece el recorrido es la más espectacular, la más estética y la más bella, no por ello la mejor. Se le ha dado una sala entera, en parte porque posee características auditivas y en parte, hay que suponer, porque se le consideró de una envergadura especial. Son tres vidrios antibalas enteramente estrellados con disparos. Se montaron a una distancia equitativa y visualmente el conjunto resulta armónico. La sala está equipada por parlantes que reproducen los balazos. Estos quedan justo detrás del espectador, lo cual da una sensación de inseguridad, pues se está viendo de frente los restos de algo que nos llega por detrás, desprevenidamente (Fiesta de las balas, 2006- 2011).

Todo indica que el punto de partida donde esta exposición fue generándose es que a Jezik a estas alturas se le considera una pieza fundamental dentro del arte contemporáneo mexicano. Ya se ha señalado en otras ocasiones el fenómeno de ciertos excelentes artistas extranjeros que llegan a México y obtienen una notoriedad mayor a la que su país les había ofrecido, al margen del argentino están el español Santiago Sierra y el belga Francis Alys como los casos más notorios. Y si bien la muestra se centra en la producción de Jezik realizada dentro del territorio mexicano durante veinte años, sus mejores obras aseguran cómo este trabajo incluso en los casos más antiguos “desgraciadamente es totalmente vigente” (Jezik, Enrique). Y habría que agregar, totalmente universal.

Llegan momentos en la vida de una obra en los que es natural relacionarla con una palabra, entonces puede decirse que el trabajo ha madurado porque se convirtió en un mismo cuerpo sólido y coherente. En el caso de Jezik esa palabra es violencia, basta con leer los ensayos y artículos que se han escrito en torno a él. He abierto la exploración del texto con la palabra violentar porque cuando este trabajo llega a sus niveles más elocuentes produce inevitablemente tal efecto en el espectador. Pasa entonces de la reflexión sobre la violencia al efecto de la violencia misma, lo cual es muy distinto. Esto es precisamente lo que ha hecho el artista, combatir y en otro nivel ser partícipe de lo que combate. Dice Cuahutémoc Medina: “(…) el poder proclama existir para afrontar la supuesta multiplicación de enemigos internos y externos, administrando y consciente o inconscientemente transformando todo conflicto social en un asunto militar o policíaco”. Entones las obras de Jezik, a consciencia, se arman hasta los dientes.

jueves, 13 de octubre de 2011

Mujeres perdidas


Acabo de encontrarme con un rostro en la pared. Era menos que sombra, la decantación del no color que proyectan los objetos contra la luz. Tampoco se movía demasiado pero se desplazaba de forma ínfima, lo suficiente como para que mis ojos no lograran capturar la imagen. Ni siquiera pude hacerme la primera pregunta básica, ¿quién es?, porque todos mis sentidos estaban por completo ocupados en seguir la trayectoria mínima de algo a punto de difuminarse. Tengo un momento de existir, frente a la pared, en mi cuerpo que se balancea. Porque esa sombra no es más que yo misma, mujer perdida, aunque tardé en descubrirlo. Mucho más de lo que me atrevo a describir ahora.

Cuando vi por primera vez a Sofía Coppola se le notaban los nervios a la pobre. Tan preocupada por figurar en las películas de su padre que en vida ya eran un clásico. Pero quién iba a decir que en ese preciso instante la cosa se iba a venir abajo, justo en su momento de luz y estrella, coqueteándole al Andy García con su pelo largísimo perfectamente cuidado, hinchando los labios, haciendo la hija de Michael Corleone. Lamentable ver que una actriz produzca vergüenza ajena, pero fue así, más allá del guión flojo y las insípidas peripecias fue más que nada su aparición lo que hizo a The Godfather III (1990) un bodrio. Cuando por fin la asesinan, don Pacino da alaridos de dolor mientras uno brinca feliz frente a la pantalla. Pero es demasiado tarde, y a la película le falta poco para poder levantarse antes de terminar.

Todas caemos, y todas nos perdemos, pero cuando esto sucede a consciencia el caos se vuelve inspiración. Entonces prefiero pensar que su verdadera entrada fue tiempo después, bajo las nalgas de Scarlett Johansson como Charlotte. Y a diferencia de los futuros papeles de ésta actriz donde sus atributos sexuales sí son lo que más importa, aquí el comienzo deja paso a algo más misterioso. Una mujer joven de paseo gratuito por Tokio, acompañando a su esposo que está de trabajo, mirando de frente algo que ella no tiene. Una pasión, un oficio o a lo griego un arte –pues qué oficio bien hecho no merece ser arte- en fin, algo para lo que levantarse todas las mañanas. Y eso se esconde de ella, detrás de cada esquina de su mente bien equipada. Charlotte está a punto de morir, espiritualmente hablando. Lost in Translation (2003), perdida, más desfalleciente que Bob Harris (Bill Murray), con quien por fin se irá levantando mientras ella lo impulsa también a él. Pues éste sabe lo que quiere de la vida, debería estar haciendo una obra en algún lugar y no vendiendo mal whiskey para un comercial japonés. “No sé qué es lo que se supone tengo que hacer”, dice ella. “Traté de escribir pero odio lo que escribo. Traté de tomar fotos pero eran tan mediocres. Toda chica pasa por una época de fotografía, ya sabes, como los caballos”. El consejo que le da Bob es interesante: “Sigue escribiendo”.

Prefiero pensarla así, por supuesto, prefiero pensarnos a todas nosotras en los mejores momentos, en los más brillantes, aún estando decaídas y oscuras. Pues no olvidemos que de los períodos en oscuridad pueden surgir grandes cosas, la creatividad entre ellas. Sí, porque al ir hacia atrás para detenerme en unas Virgin Suicides (1999) tengo que decir, Sofía, te equivocaste. Demasiado blancas y predecibles esas chicas, demasiado fácil su descontento, demasiado forzado el centro en su psicología y no en el narrador, en el verdadero creador de esta historia: un preadolescente calentón que goza espiando las vidas de sus inalcanzables vecinas. Aquí tengo que coincidir con quien dice que el libro tuvo que ser mejor que esta película. Pues al verla queda esa sensación de que la historia puede contener algo más que la cinta simplemente no alcanza. Porque está desviada de su foco. Las mujeres perdidas no son el centro real, aunque lo parezcan, y no pasan de ser sombras de una fantasía mucho más importante.

Porque como la reina que todas llevamos dentro hay una soledad verdadera, la que alcanza niveles más profundos, esa de saberse absolutamente acompañada en todos los rincones físicos de la existencia pero no tener a nadie con quien compartir algo real y trascendente. La Marie Antoinette (2006) es real justamente por eso, porque no está perdida en un tiempo y espacio artificialmente adjudicado por la historia. Es de carne y hueso, es una chica en su plena adolescencia que tiene pajaritos en la cabeza y sólo piensa en vestidos y zapatos. Pero qué sucede cuando a una chica así se le adjudica una responsabilidad tamaño gigante para cualquier persona por más preparada que esté. Sucede que terminan colgándola, de seguro, gente que está harta de tanta injusticia y que en su desesperación usa la violencia como único medio de salida. Y cuando miramos la historia por dentro es tan escalofriante, pues nos sabemos frente a un rincón nuestro, y nos acercamos más a quienes sólo queremos mirar en impenetrables retratos al óleo y en libros de texto escolar. Pero la realidad es otra, y las reinas fumamos hachís escuchando The Cure y soñamos con señoritos pirujos y somos felices comiendo pasteles rosados y muchas veces nos emperifollamos para llenar un vacío interior. Por desgracia, y como sucede en la película, ese vacío también suele ser tapujado con el embarazo y las crías, a quienes les toca apechugar con la eterna insatisfacción de la madre. Como si esa fuera realmente una compensación emocional y no una exigencia político- familiar. Y tristes reinitas perdidas, si tan sólo nos dieran la oportunidad de conocernos un poco mejor, si tuviéramos más tiempo para pasar por esos trances hormonales a nuestro propio ritmo, tantos errores serían evitados, tantas revoluciones fallidas sorteadas.

Pero sin preocupaciones, queridas mías, sin tanto drama ni histeria. Somewhere (2010)[1], sí, en algún lugar está esa pista de hielo donde bailamos con un vestidito celeste mientras nuestro padre nos mira y por un momento nos entiende, o cree entendernos, o por segundos nos alcanza dentro de sí mismo y aparece un hilo real, brillante, que nos une a él más allá de los parentescos sanguíneos y de crianza. Porque todas las mujeres perdidas tenemos un padre que nos pierde, y por supuesto, por quien nos perdemos. Este, para mí, es el momento culminante en la última cinta de Sofía, no la ultra citada escena donde padre e hija juegan bajo la piscina. Pues aquí ambos ya se conciliaron, pero allá apenas está comenzando a surgir una luz, una señal de empatía, un pequeño instante de magia. La niña hermosa, tan pronta a ser mujer, danza patinando con una belleza delicada y etérea mientras Gwen Stefani canta “Cool”. Y por ese momento todo tiene sentido, el cuerpo entero, la obra, todas las mujeres habitando estos espacios en pantalla. Mirando nuestra sombra frente a la pared, hasta saber que somos nosotras y siempre nosotras, sea cual sea el lugar e incluso el sexo con que nos tocó nacer. Porque todas somos unas mujeres perdidas, en algún momento de nuestras vidas, en algún minuto si es que no en todos. Y, para todas, el final siempre se encuentra.



[1] Esta película no ha llegado a los cines del país y, como nuestros distribuidores no son gente confiable, recomiendo encarecidamente que la bajen ahora mismo de cuevana o la página web de su preferencia.

lunes, 3 de octubre de 2011

Animalia (extractos)


Limpieza

El gato se relame tantas veces al día, parece que nunca está lo suficientemente limpio. Y sólo confía en su lengua. Hay tan pocos animales de esta especie tolerantes al agua que resultan ser la famosa excepción confirmando la regla. El gato, por lo tanto, es limpio en sí mismo. Adicto a la pulcritud de su cuerpo, se la confía a su lengua y a nadie más. Cuando alguien más lo baña, con agua y jabón, siente desconfianza y terror. Luego se le verá darse una sesión de autolimpieza intensiva. Esto hay que aprender del gato: todos somos adictos a comportamientos o, para decirlo de otra manera, hay conductas que de forma particular e íntima nos facilitan la vida porque entregan esa sensación de sentido, de orden emocional, de bienestar tan anhelado en la inestabilidad que suelen tener nuestros entornos humanos. La idea que nos presta el gato es confiar en la fuente de esa estabilidad dentro de cada uno de nosotros. Buscarla y sostenerla, no una vez cada cierto tiempo ni todos los días, sino varias veces al día. Si como especie logramos el sentimiento de dicha tranquila tan común en cualquier gato, habremos atravesado una brecha considerablemente abismal dentro de nuestra naturaleza.


Adaptabilidad

Soy un tlacuache y llevo en este planeta seis mil años siendo exactamente el mismo. Bueno, eso considerando que a través de mí han vivido varios ejemplares de la misma especie. El caso es que mi familia y yo estamos aquí desde tiempos prehistóricos y nuestro cuerpo no ha cambiado, probablemente sí y mucho nuestra consciencia –porque señor ser humano ignorante: los animales tenemos tanta consciencia como usted- y también nuestra memoria genética. ¿Por qué he sobrevivido tanto, un animalito que no es excepcionalmente fuerte, ni depredador, ni maleable? La primera y más rápida respuesta es porque me he adaptado a ustedes. No tengo problemas en convivir con su ruido ni en hurgar dentro de sus deshechos degradables. El segundo motivo, y el más interesante, es una pista que a continuación le regalo. ¿Por qué?, digamos que hoy estoy de buen humor. He terminado de leer “La evolución de las especies” de Charles Darwin y me dio mucha risa. Aquí va: cuando siento que estoy en peligro me hago el muerto. Si usted navega por internet y busca fotos de tlacuaches encontrará varias imágenes en las que aparezco tieso, con la lengua de fuera y las pupilas dilatadas dentro de unos ojos muy abiertos que no pestañean. Y si esa no fuera una imagen fija notarían que mi cuerpo no se mueve con la respiración. Sí, sé imitar tan bien la muerte que puedo permanecer así hasta por seis horas. Y para subrayar el efecto, secreto por el ano un líquido pestilente para fingir el estado de putrefacción. Créanme, eso hace que muchos animales retracten su idea de comerme.

Fue difícil cuando aparecieron las bolsas de basura mas no se preocupen, ya sé cómo romperlas.

viernes, 12 de agosto de 2011

Chile: notas antimilitantes


1

Nunca me he sentido plenamente chilena, aunque tengo la nacionalidad por parte de mi madre. He vivido aquí hace más o menos seis años –soy mala para los tiempos y peor para los números- y pasé dos períodos en mi infancia que al juntarlos podrían sumar cuatro años. En total, y considerando las imprecisiones, por ahora son ocho años enteros en este país.

2

Cuando digo “este país” cometo una grave equivocación digna de cualquier santiaguino: creer que Santiago es Chile y no tan solo una mínima parte, por cierto la más fea, injusta y violenta. Los años que he vivido en Chile los he vivido realmente en Santiago.

3

Santiago siempre fue para mí un lugar irrespirable. Pesaban mis recuerdos de la ciudad en verano, cuando no se podía salir, cuando caminar unos pasos por la calle era motivo suficiente para ponerse en el peor de los humores. Desde niña me fijaba cómo muchos encuentran la salida a ese malestar exterior entrando a un mall, donde el aire es artificialmente fresco e impoluto. Como siempre me han deprimido profundamente los centros comerciales mi tendencia era encerrarme a leer, misma tendencia a la que echaba mano cuando necesitaba resguardarme del frío, cuando no quería convivir con gente que no me interesaba, cuando sentía vergüenza, rabia o simplemente no entendía y no quería entender.

4

Chile como país es para mí un lugar mágico, de gente silenciosa, de naturalezas extremas, con desiertos desconocidos donde me reconozco en sueños, bloques de hielo que se escuchan crujir cruzando los límites sonoros y bosques llenos de hadas y duendes. Recuerdo haber estado en uno de esos bosques con dos grandes amigos (chilenos) y decir en voz alta “Esto es lo más bello que he visto en mi vida”. Era cierto.

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Chile me ha dado dos cosas imprescindibles: la profesión y el amor. Aquí conocí a mi esposo, chileno, del que me enamoré al instante y para siempre. Aquí estudié literatura. Me gusta decir que soy afortunada de haber leído a los poetas chilenos en Chile. Tantas vacas sagradas que no bastan mis dedos para contarlas. Sin importan los gustos, hay de todo. Pero lo más interesante es que estos grandes de la poesía siguen brotando. No sólo algunos jóvenes ya conocidos, también otros que no han publicado y tantos chicos de catorce, quince años escribiendo cosas que te pueden matar. No voy a indagar aquí en la pregunta de porqué la poesía chilena está tan elevada, sólo digo que es cierto y no se trata de una etiqueta superficial.

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El trato de la gente en esta ciudad puede ser una terapia de shock para cualquier latinoamericano. Yo, que venía de México, no podía entender porqué un desconocido no me respondía al darle los buenos días. Porqué el mal trato a los demás, el deshecho de la amabilidad. Porqué esos rictus de sonrisas invertidas en la calle, porqué la falta de color en la ropa siempre negra de la gente. Porqué nadie grita ni baila de pronto, sólo los locos. Porqué nadie sabe nada de lo que ocurre en el otro lado de la ciudad siendo que Santiago es tan pequeño.

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Una vez estuve de visita y le pedí a una amiga que vivía en los dominicos si me podía llevar de noche a bellavista, en el centro de la ciudad. Había escuchado que esta zona contaba con bares de jazz y tenía ganas de conocerla. No hubo caso.

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Otra vez invité a un ex novio de maipú a un cumpleaños en los dominicos. Mientras caminábamos por las calles del “barrio alto” yo miraba su cara de desconcierto, como si estuviéramos en otro planeta. ¡Tantas mansiones!, él no lo podía creer. Me sentí como un lector privilegiado. Alguien que, por casualidades o decisiones propias, ha visto más que la mayoría y puede comprender o tan siquiera reconocer diversos códigos. Porque él tenía razón al impactarse de esa forma. En esta ciudad hay diferentes planetas y la comunicación interplanetaria prácticamente no existe.

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Los chilenos tienen muchas ideas preconcebidas sobre sí mismos, y a mi parecer estas son culpables de que la cosa simplemente no avance. La más grave es creer que utilizan erróneamente su idioma, que “hablan mal” el español. Pregúntale a cualquier chileno, todos opinan lo mismo. Por suerte existen lingüistas dedicados a estudiar los procesos del habla, mismos que pueden comprobar con argumentos científicamente sólidos el absurdo de este prejuicio. La lengua no es una idea estancada en el tiempo, está viva. Por lo tanto definitivamente no podemos esperar que la forma correcta de hablar sea la más parecida a cómo se escribe, o a lo que se acostumbraba en la colonia. No es casualidad, los chilenos admiran el habla de los peruanos, de los mexicanos, de los colombianos: todos importantes virreinatos, grandes centros coloniales. Pero explícale a un chileno que en realidad no habla mal, que simplemente utiliza el español a su manera, que si se come letras es su sello distintivo, que si utiliza menos palabras igual puede decir lo mismo que Sor Juana en sus mayores inspiraciones. Trata de decírselo, se enfurecerá, se defenderá con argumentos prestados de la mala educación escolar, puedes traer al mismo Chomsky para que le haga entender las naturalezas del lenguaje y permanecerá en el mismo sitio. Nada ni nadie le arrebatará su auto-odio.

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Otra idea preconcebida que mata a los chilenos es el creer que en Chile la cultura está en pañales o simplemente no existe. Aquí todos nos olvidamos de algo esencial: la cultura no la hacen los ministerios, ni la academia, ni la tele, ni las grandes plataformas artísticas. Si bien es cierto que en éste país hay poco o nada de apoyo gubernamental para asuntos de arte –el suplemento cultural en uno de los periódicos más prestigiosos se llama “Cultura y Entretención” como si una cosa forzosamente tuviera que ir ligada a la otra-, a todos se nos olvida que la cultura la construye uno como individuo y ciudadano. En la historia de nuestra humanidad, la mejor cultura ha tendido a ir directamente en contra de los grandes proyectos estatales justamente porque en ellos no ha encontrado apoyo. Hacer que el arte viva es responsabilidad de todos, más aun si no se tiene ayuda patrocinadora. Por supuesto pensar que no es asunto tuyo, que uno es víctima de la injusticia, resulta muy cómodo.

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Nunca pensé que la alegría y la tristeza se pudieran sentir juntas. Creo que por eso escribo estas divagaciones. No para pontificar, ni sermonear, ni moralizar, ni convencer a nadie de nada. Para panfletos ya tenemos suficientes y en lo personal ese tipo de discursos me provocan desconfianza automática. La escritura que aquí presento es ante todo para tratar de entender qué es lo que me sucede frente a las manifestaciones sociales que se están propagando en mi país Chile. ¿Por qué no puedo experimentar emoción y felicidad sin más? Defender nuestra naturaleza en el sur, luchar por una educación “gratuita y de calidad”, exigir el fin del lucro a la salud, insistir en la dignidad de todos los trabajadores que en estos momentos son explotados sin ninguna misericordia, son todos asuntos a los que no puedo mas que sumarme. ¿Quién no, digo yo?, y aquí está la pregunta.

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Cuatro de agosto del presente año, a medio día. La primera vez que me uno a una manifestación. Salgo a la calle, hacia plaza italia, y me encuentro con los estudiantes en el parque forestal que avanzan en la misma dirección. Entro en el grupo. Todos caminan pacíficamente. Pronto llega un tanque de la policía y todos salen corriendo. El gas lacrimógeno impide respirar. Tomo una calle adyacente y lloro sin esconderme. Tengo la fantasía de que las personas me ven y no olvidarán. Vuelvo al parque, comienzan a llegar jóvenes encapuchados que destrozan todo a su paso. Les grito que son unos imbéciles, les digo a los estudiantes que esas personas no tienen ninguna diferencia con el paco más violento. Nadie detiene a los vándalos, ni lo intentan. Los animales tienen miedo. Me preocupo por ellos y estos, al ver que alguien nota su presencia, se acercan corriendo. Los acaricio, les digo que no se preocupen pero ni yo me la creo. Pronto la policía se deja caer con todo. Huyo. Me veo sin salida, frente a mí una línea de carabineros dándome la espalda. Algunos jóvenes se acercan de frente a ellos, les tiran piedras. Los pacos tiran lacrimógenas sin piedad. Corro en sentido contrario, se me va la sangre del cuerpo y caigo al suelo. La gente pasa corriendo junto a mí. Una policía se detiene, me levanta, alza mis brazos, me frota las manos, me dice que respire y que no tenga miedo. La abrazo largo. Sigo llorando. Le pregunto porqué hacen esto. ¿Ellos o nosotros?, responde. Le digo somos lo mismo. Me explica ellos tienen que entender, no pueden manifestarse de esa forma, no pueden "vandalizar". Termino la conversación confesándole que a mi parecer hay psicópatas de ambos lados. Sonríe y le doy un último abrazo. Una chica se acerca y me alerta, no te confíes de ningún paco aunque sea paca porque te van a sacar los dientes. Me dice tal vez en México las cosas no son así pero aquí la policía es violenta. Me da un limón. Le respondo que la policía en México te secuestra te viola y te mata. Le recuerdo que los pacos también son seres humanos y que esa mujer uniformada fue la única que me ayudó. Nos sentamos en una vereda, hablamos un poco más, se cerciora de que estoy bien, nos separamos.

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Cuatro de agosto del presente año, en la noche. Estoy leyendo en mi casa y escucho un ruido metálico. Mi gata se asusta, yo también. Pienso que alguien está en mi terraza y me entrego a la situación, que sea lo que sea. Pronto me doy cuenta de que son cacerolazos. La gente saca sus ollas y hace ruido con ellas, como la fantasía de cualquier niño, en señal de protesta. Salgo a la terraza y me uno. Más tarde bajo a la calle. La gente no para de llegar. Hay energía de fiesta. Se congregan y cantan va a caer la educación de pinochet. Entre medio hay gente que no canta, que no tiene cacerola en la mano, que observa distante. Me acerco más al tumulto y veo que hay imbéciles quemando cosas, comenzando a violentar un banco. No digo nada y veo que nadie lo hace. Puede más la emoción. Puede más la verdad del momento pero ¿qué verdad? Vuelvo triste a mi casa. Siento miedo, ¿por qué no ha llegado la policía? Pero finalmente llegan, y plagan el centro de la ciudad con lacrimógena, y no podemos respirar aun dentro del departamento cerrado. Me quedo dormida, como si me hubieran dado con un palo en la cabeza. Como sea. Ese día tuve la sensación de que, en un momento a otro, Chile cambió irrevocablemente.

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Mis abuelos maternos salieron de Chile en 1973, con los militares pisándoles los talones, cargando con mi tía y mi madre adolescentes. En el exilio, tanto en Puerto Rico como en México, ayudaron a quienes estaban en la misma situación y su casa mantenida a sueldo de profesor universitario se transformaba en campamento. Mi mamá creció escuchando historias horribles de persecuciones, torturas y desaparecidos. Esa era mi historia de Chile, y pinochet el malo del cuento. Cuando llegué al país me impresionó encontrarme con la realidad: no todos pensaban como yo. De hecho algunos ponían una cara de completo espanto cuando se daban cuenta de que mi familia chilena había sido comunista.

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Hace poco tuve un gran amigo declarado de derecha que simpatizaba con todo tipo de fascismo. Nos unía el amor por la literatura. Nunca había estado humanamente cerca de alguien con una tendencia política tan contraria a la mía y, a decir verdad, me gustaba. Incluso me sentía orgullosa de tener su amistad, de constatar que somos seres humanos y podíamos querernos por nosotros mismos. Creí que esa relación duraría para siempre, el amor era verdadero, pero la cosa se fue poniendo paulatinamente amarga. Ignoro porqué su actitud cambiaba, llegando al punto de que se convirtió en un ser displicente conmigo. Por supuesto, su historia debe de ser otra e igual de válida. Pero la cosa es que todo terminó, lo sabemos, y ahora somos cordialmente distantes. Fue un golpe tremendo para mí. Recordé una frase que leí en algún libro cuando era adolescente: “El fin de una amistad es tan misterioso como su comienzo, simplemente sucede”. Triste pero cierto. Con todo, no puedo dejar de pensar si nuestro fin de amistad tuvo que ver con algo más que ese gran misterio.

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Ahora no puedo ser indiferente ante lo que está sucediendo en mi país. Esto me arrebata, y quiero ser arrebatada, me niego a reprimir el huracán emocional que llevo dentro. Creo que estamos estancados en un problema que urge solucionar. Se nos olvida todo lo que nos une, pero tenemos bien presente lo que nos separa. ¿Cómo vamos a llegar a algo si no empezamos siendo críticos con nosotros mismos? Es muy fácil odiar al enemigo, culpar al enemigo, distinguirnos del enemigo, burlarse del enemigo, hacer oídos sordos al enemigo. El mérito, sin embargo, está en escuchar al otro, tratar de entenderlo, acercarse a él y atesorar cada hebra que nos une. Soy ignorante y no tengo ninguna verdad sobre nada, lo que digo aquí lo intuyo como persona, en mi naturaleza más básica que es la que comparto con la gente desde mi vecino hasta un individuo en Camboya o los seres que estuvieron aquí hace millones de años. Todos tenemos miedo, sea cual sea nuestra orientación, y nos golpea una idea: ¿se está repitiendo, de nuevo, la historia? “Amor” o “paz” son conceptos en extremo discutibles, no así humildad y comprensión. Seguiré apoyando como pueda todo movimiento que tenga una causa justa, pero no voy a caer más en la ingenuidad de ver las cosas en blanco y negro. He tenido suficiente. Basta.

domingo, 7 de agosto de 2011

Cristina Lucas: Risa y recuperación

(Publicado en Arte al límite)


***Sus reflexiones sobre la responsabilidad del ciudadano rescatan ideas ensuciadas por la historia, desempolvándolas, entregándoles un aire fresco y regenerador.***

A primera vista las obras de Cristina Lucas (España, 1973) pueden parecer inofensivas, sin embargo resulta imposible no acercarse a ellas. Hay una fuerza narrativa que despierta un placer de infancia, el de un cuento bien contado. Las piezas que aquí toman su lugar son videos tan lúdicos que su difícil relato entra en el entendimiento a través de la risa, sin aspereza, convirtiéndonos en sus activos personajes.

Entran unos perritos avanzando en dos patas, endebles y decididos. Han salido de su casa y van por diferentes rincones de un pueblo con sus lenguas al aire. Esta imagen ha sido un lugar visitado por varios grandes pensadores para definir a una mujer que ejerce quehaceres creativos, “… como un perro caminando en sus patas traseras. No lo hace bien, pero es sorprendente que lo haga”. Se trata de una de las muchas enfermedades históricas bajo las que Virginia Woolf puso su dedo índice en Un cuarto propio. Cristina utiliza este libro como punto de unión hacia una línea larga, y destapa la imagen de toda metáfora. La obra se llama “Tú también puedes caminar” (2007), pues hay monumentos culturales a quienes leemos sin dudar nunca de su completo e impecable sistema de raciocinio, sin darnos el derecho a conocer y cuestionar. Aterricemos aquí en una plaza madrileña donde un busto de Ruosseau permanece digno desde el pasado intocable. Cristina se ha instalado ahí con un libro en las manos: el “Emilio”, donde el creador inapelable de nuestra democracia moderna se esmera en exponer un primer tratado de educación. En la plaza se congregan mujeres de todas las edades y leen. “El destino especial de la mujer consiste en agradar al hombre”, dice este líder de la ilustración, dejando ver una realidad incuestionable en la que Cristina jamás deja de entrar con bisturí. En el video “Rousseau y Sophie” (2009) las allí presentes, animadas a reaccionar en libertad, van y le dan de porrazos al busto. Esas grandes cabezas que en aquellos años lucharon por la ciudadanía jamás pensaron en incluir dentro de su proyecto a sus colonizados, entre ellos la mujer.

La artista es una lectora, no solo de textos sino de imágenes, y puede sintetizar resultados frente a los cuales caemos rendidos. En “Big Bang” (2008/10) la vagina aparece como encarnación de “El origen del mundo” de Gustave Courbet, pero no está en reposo. Con un pincel comienza a trazar líneas que pronto forman letras y luego palabras. La creación del universo, desde el lugar donde la vida humana surge. Y dentro de la mente, en sintonía con la imagen, todo estalla y ocupa distancias antes inexistentes. Porque ese cuerpo de redondeces suaves y blancas ha sido el objeto de contemplación suprema, mas tenía prohibido salir de ese espacio irreal y las mujeres artistas brillan por su ausencia en la historia del arte. Así, en el esmerado aire emancipador de “La liberte raissoneé” (2009), el cuadro de Delacroix adquiere movilidad y entramos entonces en otra conocida escena como en un sueño. Los ritmos son lentos y la atmósfera definitiva. Hay hombres que corren enaltecidos por su pasión. Está una mujer que alza la bandera y también corre pero de ellos, como pronto alcanzamos a notar cuando ya es demasiado tarde. La han perseguido, abusado e incrustado una herida fatal.

“Habla” (2008), le dice Miguel Ángel a su Moisés luego de terminar una definitiva obra maestra y ver su asombrosa similitud a la vida. “Para mí este gesto está lleno de sentido: exigirle hablar al patriarca de las tres religiones monoteístas”, dice Cristina, y se toma la libertad de intentarlo una vez más. La obra se da en un amplio espacio donde la gran escultura se asienta en toda su ceremoniosa presencia. Cristina se acerca con un gran martillo. Habla, le pide mientras lo golpea. El profeta es duro, ella tiene que batallar un tiempo que se hace inmenso, descansar un poco y seguir hasta que consigue derribarle la cabeza. Así se cierra este cuento. Como perros en dos patas llegamos al lugar de la artista, sentada en el suelo, entregada a su cansancio. La escultura nunca dice palabra, se queda ahí con toda su materialidad expuesta, lejos su incorruptible naturaleza de patriarca dignatario. Se pueden proponer moralejas, pero no existen finales felices salvo en la posibilidad de inventarlos nosotros.

La evolución formal de esta artista ha sido tan clara y coherente como su talento de narradora donde el contenido salta en las direcciones que quiera, explorando de frente el pasado que lo parió. En el uso del performance, video y fotografía de estas obras los materiales están al servicio de las ideas y no al revés. Por estas cualidades sumadas a su constante producción, Cristina no ha pasado desapercibida, y se le considera uno de los artistas españoles que siendo jóvenes tienen una voz en el arte contemporáneo. Su voz también forma parte de una revolución vigente. Cada vez que puede ella aclara que el feminismo, tan mal leído, es sólo ciudadanía, democracia. Sin poder constatar esa palabra ni siquiera en su realidad de europea, asegura que toda la gente de bien seguirá luchando por conseguirla donde todavía no se ejerza.

lunes, 1 de agosto de 2011

Zurita en el pozo del tiempo

(Publicado en El ciudadano)


Volver al 11 de septiembre de 1973, a un país y a un hombre. Las claves se extienden a la vista y las apreciaciones, aunque diversas, giran sobre un mismo círculo. Para entrar de lleno en esta poesía hay que ser capaz que visitar una y mil veces los mismos paisajes, sueños, lecturas y fantasmas. Es necesario sumergirse en ellos sin cansancio, alerta, pues cuando se cava profundo van apareciendo señales de lo que ahí se entierra. Luego de conocer Zurita, su último libro donde las posibilidades se abren hacia dentro, quizás pueda leerse la obra Raúl Zurita (Santiago, 1950-) como un solo poema.


¿Cuál fue tu experiencia mientras estabas preparando el libro?

Fue gradual. Yo nunca pensé que en un viaje a Alemania por cuatro meses, el año 2002, de pronto me iba a sentar y me iban a empezar a surgir una serie de imágenes que en ese momento no sabía lo que conformaban. Pero curiosamente decidí hacer un buen número de hojas y todas ellas están, o sea no se perdió nada. Entonces uno sabe poco, finalmente. O, mejor dicho, hay que hacer el esfuerzo máximo, porque de todas maneras aquello que no controlas, llámese inconsciente, historia de la lengua o lo que sea, hará lo que quiera con tu escritura.

¿Cómo es para ti el personaje Zurita que aparece aquí?

Yo entiendo que el arte, o tiene relación con la vida o no tiene relación con absolutamente nada. Pero al mismo tiempo todos esos géneros de memorias o autobiografías los encuentro por lo general bastante detestables y bastante fomes. A mí me aburren al menos. Entonces es tu vida, pero tu vida pasada a través de filtros, de mangueras, de engranajes, de cadenas. Tú alimentas literalmente con tu sangre las obras, pero no es esa lectura ingenua de contar hechos sino que es contar lo que queda entre hecho y hecho. Las texturas del tiempo, las texturas de tu propio cuerpo, las tonalidades. Finalmente la literatura, la poesía, el arte en general es lo único que le puede dar a los hechos la piedad y la compasión que los hechos en sí mismos jamás tienen. Murió mi padre, ayer me encontré con mi hijo, hoy tuve un nieto: son datos. Entonces lo único que les da su dimensión abismal y humana es precisamente el arte. El arte le da a los datos la dimensión de su humanidad y de su terror también. Entonces, en ese sentido, uno cuenta su vida. Pero la cuenta desde la urdimbre de los hechos, desde lo que los hechos dejan como huellas.

¿Cuál es la poesía chilena que más amas?

Son dos fundamentalmente. Nicanor Parra y Pablo Neruda. Son totalmente distintos y sin embargo ambos tienen una cosa en común: son experimentos radicales. Son experiencias absolutamente a fondo. Se dice que la poesía final de Neruda se ablandó, puede ser. Pero las tentativas del Canto general y Residencia en la tierra son empresas extremas. La Antipoesía también es una empresa extrema.

Me llamó la atención el comentario que aparece en la contraportada sobre “la desoladora literatura con que ha comenzado el presente siglo”.

Basta leer al mismo Bolaño. Este comienzo de siglo ha sido un desierto, y es esa la imagen que millones y millones de seres humanos tienen de él. Es un comienzo de siglo bastante aterrorizante, en realidad. Y creo que la literatura y la poesía lo está reflejando profundamente. Ojala que no sea así, pero hay una suerte de escalada del terror. Del terror casi metafísico, y la literatura que de verdad cuenta lo está reflejando.

¿Tú crees que se puede leer a un país desde su poesía?

… Sí.

¿Cómo sería la lectura de Chile desde su poesía?

Si uno leyera a Chile desde su poesía podríamos ser conscientes y mirar nuestra fragilidad como pueblo; reconocer la necesidad de amor que tienen todos los seres humanos, todos los pueblos; ver nuestros temores, nuestros terrores; y darnos la posibilidad entonces de, con todos esos saberes reunidos, inventar un nuevo sueño. Inventar un nuevo porvenir.

Han surgido muchos comentarios donde se asume que Zurita escribe una historia de Chile, pero me parece mucho más que eso. Creo que en este caso es una metáfora de algo íntimo y basto, igual que como suele suceder con los paisajes en tu poesía. ¿Podrías hablarme un poco de eso? ¿Qué es Chile en este libro?

Chile en este libro es también un desierto. Un paisaje desolado, atravesado por el viento. Y donde las cosas, el que habla o los que hablan, están en un presente inmediato y al mismo tiempo es como si todo hubiera sucedido hace miles de millones de años. Por alguna razón que desconozco, pero que desconozco profundamente, siento que todo lo que me ha tocado ser está ligado a la historia de esta aldea. Y si como ser humano el Chile que ha nacido me parece detestable, entonces estas imágenes de Zurita son imágenes de países arrasados.

Yo creo que las obras literarias son metáforas de algo que se desconoce, son respuestas a preguntas que todavía no se han formulado. Entonces tal vez mi imagen de este país neoliberal se traduce en la obra a través de los desiertos. Es la reiteración lo que está acá. La reiteración del mal, del daño. No puedo ser un crítico o un comentarista de mí mismo, pero creo que esta es una obra de un tipo a quien se le murió el papá a los dos años y que trata de partir del dato de su existencia. Y tal vez si tú llegas al fondo de éste dato de tu propia existencia, es posible que estés comentando el dato de todas las existencias. De todas las historias. En una historia humana tan trágica y contradictoriamente civilizada como la de la humanidad, la historia a veces toma la forma de una absolución. Se sintetiza. Entonces, el daño es el daño que seres humanos le causan a otros seres humanos. Los torturan, los matan, los hacen desaparecer. O cuando alguien muere de hambre como está sucediendo hoy en África ahora –a las guerras se suma una sequía feroz-, es la humanidad entera la que muere, la que fracasa. Por eso yo creo que este libro es un libro desesperanzado.

Si vamos a recomenzar, pues siempre estamos recomenzando, recomencemos desde el fondo, desde lo más duro, desde lo más dañado para que efectivamente otros seres humanos imaginen un futuro y lo imaginen desde la fuerza y desde la consciencia de todo el daño inútil que unos a otros nos hemos causado.

Hay un momento en El día más blanco donde se describe cómo el protagonista se da cuenta de que todos los rostros son uno solo, y es la infelicidad la que nos hace pensar que son más. ¿Crees que este libro tal vez pueda leerse como el gran esfuerzo por juntar todos los rostros?

Qué bonita lectura. Es una bellísima lectura. Creo que este es un esfuerzo por juntar todos los rostros. Creo que ese libro que mencionaste, El día más blanco, es también la base de todo. Es el sedimento sobre el cual doce años después vuelvo a los mismos temas y los empiezo a pensar de nuevo.

Al leerte uno siempre vuelve a los grandes espectáculos de la naturaleza como metáforas de las pasiones humanas. En ese sentido me parece bella la sincronía que hubo en el lanzamiento de este libro con lo que está sucediendo dentro del país. Lo ligo a tu idea del arte como preservativo del dolor.

Toda obra de arte, sea lo que sea y toque el tema que toque, sea cual sea el género, está diciendo no fuimos felices porque si hubiéramos sido felices todo esto no habría sido posible. La historia del arte es la historia de la desventura humana. Si hubiese sido una aventura feliz, el arte no existiría. Entonces la historia del arte es la historia del dolor. Eso no significa que no pueda existir un arte feliz, pero la alegría angélica no necesita ser retratada más que en la alegría. Hay un mito mapuche, una historia de creación mapuche que dice estaba Negchén solo y se sintió solo. Se preguntó porqué, y entonces mandó una parte de sí mismo para que hiciera el mundo, un hijo. Lo tiró con mucha fuerza por lo que al chocar con el agua de la oscuridad se desmayó. No creó nada porque estaba aturdido. Entonces Negchén mandó a su mujer, que en el fondo era otra partición de sí mismo, para que despertara al hijo y pudieran hacer el mundo. La mujer primero le despertó la frente y formó el cielo y las estrellas. Después le fue despertando los brazos y de esos brazos se formaron las cordilleras. Lo iba despertando parte por parte, y con las partes que le iba despertando se iban creando los peces, el agua, todo. Pero se le olvidó despertarle el corazón. Entonces el corazón se despertó solo, medio atontado y de allí nació el hombre que es lo último que nació. Por eso no entiende, porque llegó tarde, y por eso está condenado al pensamiento y le teme a la muerte. Es el eslabón más bajo de la creación. Entonces los grandes poemas de la felicidad siempre han sido permanentemente desmentidos, pero algunos vuelven a un algo maravilloso pues son apuestas por la felicidad. El arte, en ese sentido, es el preservativo del dolor.

Normalmente hay un arte muy potente que surge en las peores circunstancias, como desde las cenizas, y es el caso de obras que surgieron en la dictadura. Dentro de las movilizaciones sociales que se están multiplicando, ¿existe para ti la posibilidad de que el arte sea una herramienta efectiva?

Yo creo que todo movimiento que tiene como trasfondo un proyecto revolucionario, de revolución, es un proyecto artístico. Pongámosle el nombre que le pongamos, no creo que el arte como una disciplina tenga algo que hacer allí porque las manifestaciones son arte y poderosísimo. Entonces no creo que desde la academia por así decirlo, por vanguardista, amplio e iluminado que sea, se instale a sacar eso que es la movilización. Eso es una vieja proclama del CADA. El sólo hecho de pensar, entrar en los espacios de vida sólo con la mente, aunque no se tradujera en ninguna acción, ya es un hecho artístico.

¿Tienes ganas de seguir escribiendo poesía?

Estoy en el limbo. Un sueño que tenía era dedicarme a fumar y a leer. Dejé el cigarro, entonces la verdad no sé. No sé, por un tiempo trataré de ordenar mis pensamientos.

Creo que, finalmente, fui más o menos fiel. Seguramente hay algunos desvíos. Pero las cosas que me planteaba cuando joven son más o menos las mismas. Siento que este libro final, si es el último, está bien. Cierra algo que no es tan incoherente.

De hecho tiene mucha coherencia. Cuando volteas hacia atrás y piensas en lo primero que escribiste, ¿cómo sientes a Purgatorio mirándolo desde Zurita?

Para mí es un libro con el que he pensado mucho sobre ese Purgatorio. Creo que éste es un libro perfecto, perdona la palabra. Es perfecto, lo cual no significa nada, pero es perfecto, a ese libro uno no le puede mover una letra. Pero no es eso lo importante. El personaje que hay ahí es el mismo personaje con el que me encuentro treinta años después. No es tan distinto. Además que detesto la poesía bien hechita, pero he estado leyendo unos poemas de Ungaretti de dos líneas. Me tienen alucinado. “Hoy es todavía ayer / Yo no quiero que sea también mañana”. La poesía es un gran arte, pero los poemas tienen que ser como eso o no son. “Hoy es todavía ayer/ Yo no quiero que sea también mañana”.

lunes, 25 de julio de 2011

Felicidad: la búsqueda inagotable

(Publicado en Paso de gato (México))


Una mujer lee un ensayo sobre el dificultoso lugar en el que se ha situado a su género a través de la historia. Sus palabras dejan entrever cómo ese lugar, si bien ha tendido a beneficiar al hombre, también lo ha limitado en sus propias decisiones. De pronto, se escucha un rock altisonante. Ella suspira y continúa leyendo. Poco a poco esa música sube su volumen y ella debe gritar. Se ve el esfuerzo de la voz llevada al límite de sus fuerzas, pero ya es difícil escucharla con claridad. La música se apaga de golpe y ella desaparece. Este era el comienzo de “Felicidad”, obra creada por la compañía chilena Lucidez Infante (“Los niños terribles”, “El coleccionista”, “Obtención, persecución y derrocamiento del reino del padre Ubú, interpretada por los ignorantes estudiantes de la escuela de teatro de Alfred Jarry y dirigida por Ubú Rey”, “Abismo”, “Roberto Zucco”). Los jóvenes actores y directores Maritza Farías, Juan Pablo Fuentes y Miguel Murúa fueron radicales una vez más al señalar problemáticas mal ocultadas por la representación de la prosperidad en su país. Maritza y Miguel viajan durante dos años a Brasil. La compañía cierra así un primer círculo que comenzó a dibujarse hace cinco años. En el siguiente extracto de una conversación, ellos hablan con más profundidad sobre la manera en que éste trabajo se inserta dentro del nudoso tejido que es la cultura chilena.

¿Cómo comenzó la inquietud que finalmente se convirtió en “Felicidad”?

MF: “Felicidad” tiene su origen en el caso de parricidio de una niña de seis años: Javiera Cabrera Neira. El padre tiró por la ventana a la niña desde el séptimo piso. Antes trató de matar a su pareja, la madre de la niña.

JPF: Lo importante, más que narrar o basarse en el asesinato propiamente tal, fue concebir este parricidio como el fin último de una historia entre la pareja que terminó en eso. Había que narrar la fuerza que hizo que esto finalmente ocurriera, pero no basarse en el hecho particular desde la muerte de la niña.

MF: Hay una historia en ellos como seres humanos pertenecientes a una parte de la historia de Chile. Hijos de ejecutados políticos, tienen un pasado militante. Es como si cargaran todo el peso de la Historia. Nosotros hicimos una investigación y dedujimos que el conflicto que en ellos se había creado como pareja partía del género. Ella, en el retorno a la democracia, se da cuenta de que el partido comunista no daba el espacio que había dicho que iba a dar a las mujeres. Entonces se le creó todo un problema.

MM: Eso surge también porque nos interesó incorporar otra metodología de trabajo que tenía que ver con Bertolt Brecht. En la “Escena callejera” él plantea cómo dar cuenta de un suceso en donde uno pueda ser muy lúcido frente a una estructura social que es una problemática a resolver. Entonces decíamos, ¿cómo damos cuenta de lo que genera este asesinato sin dejarnos empatizar por el atractivo de la historia? Porque la historia de ellos es muy entretenida, igual que los mineros. Pero hay un problema que va más abajo.

La madre de la niña trabajó con mujeres maltratadas. En entrevistas, habla del problema que representa la negación de las mujeres a considerar que a ellas les puede suceder algo así. ¿Cómo se enfrentaron ustedes a esa reacción en el espectador?

MF: Ahí diste en algo que yo he pensado con los comentarios de la gente. Es un tema muy difícil. Se supone que está muy hablado y manoseado desde el momento en que tuvimos una mujer presidenta. Se da por solucionado. Pero ese tema no está resuelto y yo creo que nunca se va a resolver. Porque no está instalado verdaderamente.

MM: La familia es una construcción histórica y está bien que exista. Pero independientemente de eso tiene que haber opciones. Es lo mismo en el arte. Uno no puede sólo hacer realismo. Es absurdo. Está bien si uno quiere ser padre, madre y mantener esos roles. Es respetable si esa es tu opción, pero uno no puede llegar al absurdo de no querer hacer eso y no poder hacer otra cosa. Tendríamos que aceptar el matrimonio gay. Así de simple. Tendríamos que llegar a esa apertura primero para poder aceptar cualquier tipo de opción.

JPF: Estás hablando de años de evolución histórica.

Ya que comparas la familia con el realismo ¿Es un tema contingente en este momento en el teatro contemporáneo chileno?

MF: Absolutamente. Ahora hay una estética que se propone desde el realismo, una forma realista de actuar, hasta un tempo escénico que también pertenece a la misma corriente. Yo creo que eso se está dando para ser más condescendientes con el espectador.

MM: Los estudiantes de teatro ahora no van a las escuelas experimentales. Otras que eran opciones mucho más radicales, como La Mancha, han desaparecido. Hay más alumnos en la Fernando González, en La Mayor, en La Chile o en La Católica. De ahí sales al cine, a la televisión y al teatro realista.

JPF: Generalmente, el público que no es tan asiduo al teatro va a ver una obra nuestra y declara no entender nada pero en el fondo igual, interiormente, hace puentes de sentido. Lo que pasa es que está el paradigma de los medios de comunicación, porque son éstos quienes hoy en día contienen el realismo. El referente promedio chileno es la ficción televisiva, y la tele chilena es una mierda.

MM: Quizás la revolución que pueda venir, por lo menos en un sistema como en el que estamos, tiene que ver con el terrorismo. Pero yo hablo del terrorismo como concepto, no digo que vayamos a matar gente o destruyamos cosas. El terrorismo tiene una definición que uno la podría involucrar en algún aspecto.

JPF: Es producir un error. Algo ilegal.

MM: Sí. Creo que el acto artístico ahora está en lo ilegal. Como el graffiti.

¿Qué representaciones de la realidad les interesan?

MF: Una vez estaba viendo “Felicidad” y pensé que era una obra muy fea, triste y violenta. Sentía que me disgustaba. Y creo en esa violencia como discurso.

MM: Eso es verdad. Hay un texto donde Griffero dice que encuentra extraño que el teatro chileno sea tan amable, siendo que somos un país tan violento. A mí eso me marcó mucho porque lo que uno trata de hacer es mostrar una construcción de lo que somos. Y esa construcción tiene que ver con su contexto. Es inevitable. Yo no puedo negar esa violencia porque es parte de mi vida.

MF: Es una emoción más movilizadora.

JPF: Absolutamente.

MM: El título “Felicidad” es una ironía. Estamos en una sociedad artística donde la búsqueda de la intelectualidad y de lo sutil se ha vuelto una obligación para el discurso, y eso es muy amable frente a la realidad. Es peligroso. Hay que tener consciencia quizás de no ser sutil con la violencia. Ser evidente.

MF: Por eso es muy bueno lo que nos preguntas sobre cuál creemos nosotros que es nuestra forma de trabajo. Y claro, la violencia es algo transversal. Yo defino la violencia como una emoción. No es un accionar, es una emoción. Porque la violencia se respira. Y creo que es un factor que puede producir cambio. Desde transmitirle al otro lo violentado que uno se siente, para que el otro también se violente y podamos crear ambos un sentido en conjunto.

MM: Una consciencia.

Ustedes tres tienen una misma formación que es la Escuela de Teatro de la Universidad ARCIS, dirigida por el director y dramaturgo Ramón Griffero.

MF: La escuela me abrió un espacio en mi cabeza en donde yo podía cuestionar, opinar y criticar a través de mi trabajo artístico. Me doy cuenta de que el trabajo que tenemos como compañía es totalmente diferente al de los otros donde no existe un espacio de investigación, crítica y reflexión. En las otras obras donde yo he participado he tenido que actuar. Nada más.

JPF: Personalmente, si pudiera definir en general los procesos de la compañía me da la sensación de que, en vez de partir de un resultado siempre partimos de una pregunta. Entonces la pregunta es el germen o el origen más que el hacer una obra cualquiera.

¿Qué significó mostrar su sexta obra en el Teatro La Memoria?

MM: Lo bueno es que es un teatro que está generado a partir de un seminario que hace Alfredo Castro, un director de teatro y actor respetable para nosotros porque es como un abuelo. Nuestros maestros han sido discípulos de él, entonces inevitablemente uno tiene una conexión metodológica de trabajo. Llegar a ese teatro tiene importancia desde que Juan Pablo y Maritza fueron parte del seminario. Lo bueno del espacio es que surge de un lugar de conocimiento, cercanía, diálogo, cariño, lugar que generan las escuelas.

¿En qué están ahora creativamente como compañía?

JPF: Yo creo que se acabó un proceso.

MM: Primero, seguir construyendo esa consciencia educacional del arte y del teatro como un instrumento de cultura. Culturizar el pensamiento a partir de obras que sean parte de nuestras juventudes chilenas. Y en lo otro, que tiene que ver con el ámbito del arte y de reconstruir referentes o cuestionar ciertos discursos, yo creo que todavía estamos en pañales. Ahora hemos leído obras pero sin ninguna intención de hacer teatro todavía.

JPF: ¿Para qué tanta ansiedad?

MM: Va todo en la búsqueda de la libertad y para eso necesitas siempre un grupo. Porque si sales sólo te vas a morir.

MF: Te conviertes en ermitaño.

MM: Y “Felicidad” demuestra la supervivencia de un colectivo. Son muchas cosas que uno logra con el tiempo. Es inevitable que esa experiencia te otorgue independencia. Quizás hicimos cosas mejores, otras que no nos gustaron tanto… Pero de alguna manera logramos ser libres. Yo creo que lo que viene tiene que ser un cambio radical. No sé qué. Nietszche dice que uno debe estar en un continuo vacío.

JPF: Totalmente.

MM: Y que el artista, si se vuelve muy intelectual, no logra nunca reproducir. Se hace estéril. Creo que Lucidez Infante deja de ser una compañía de teatro para ser un grupo de arte, y tenemos cinco años que nos validan. Para nosotros es respetable porque nos da la autoridad y la confianza de poder crear lo que queramos. Y cuestionarlo. El viajar tiene que ver con una búsqueda de ser más conscientes. Ahora hay que abrirse. Ser más lucidez.