sábado, 20 de noviembre de 2010

Regina José Galindo: La belleza del compromiso

(Publicado en Arte al límite)

*** Dotadas de limpieza y precisión, sus obras performáticas se instalan profundamente en el espectador como posibilidades reales de resistencia ante problemáticas humanas que a todos nos competen. ***


Desde que Regina José Galindo (Guatemala, 1974) leyó poemas al aire colgada en el Arco del Edificio de Correos de su capital en 1999, ha dejado al mundo artístico conmovido y admirado. La mayoría de sus trabajos parten del compromiso social y logran encontrar una sutil belleza estética dentro de la brutalidad que están señalando.

En las siguientes palabras la artista entrega sus pensamientos con el mismo cuidado y generosidad característica de sus acciones, ya reconocidas debidamente en el contexto internacional.


¿Cómo descubriste el performance?

A finales de los 90. Yo estaba interesada en los procesos creativos, escribía mis primeros textos y me fui involucrando poco a poco con el arte contemporáneo a través de libros e información que recibía de amigos. No había pasado por una escuela formal de arte, no tenía formación académica. Pero tenía el potencial, sabía que quería crear.

Además de artista visual, eres escritora. ¿Puedes contarme de qué manera actúa el lenguaje poético en una acción como “Isla” (2006)?

No creo que la poesía tenga un papel prioritario en una u otra performance. La poesía es una plataforma que permea mi pensamiento visual. Es una herramienta de la cual me valgo en el momento de darle forma a cada pieza. La búsqueda de metáforas y síntesis, son características del oficio poético que están presentes en muchos de mis trabajos.

Hablando específicamente de “Isla”, esta es una performance en donde el cuerpo funciona como una escultura. Éste se transforma en un territorio natural, en piedra, en suelo, superficie viva rodeada por sus propias aguas.

En algunos trabajos ha participado tu hija como parte de ti misma. ¿Cuál es la forma en que se han preparado física y mentalmente antes de hacer una obra como “Mientras, ellos siguen libres” (2006)?

Ninguna obra ha requerido algún tipo de preparación especial. En “Mientras, ellos siguen libres”, la obra que tú mencionas, estaba presente mi cuerpo, embarazado, sí, pero mío. Aún no era el cuerpo individual de mi hija.

Esta fue una pieza que surge en mi cabeza en el momento de estar embarazada. Fue justamente en esos meses donde la imagen del horror que otras tantas mujeres guatemaltecas, embarazadas, había sufrido, que se convirtió en molestia… en dolor punzante. Tenía que hacer algo con ello, tenía que hacer un trabajo con esto para no quedármelo dentro.

Tu cuerpo ha sido la principal herramienta en la mayoría de tus piezas. En “Reconocimiento de un cuerpo” (2008) el resto de tu persona desapareció. ¿Qué sucede con la parte de ti que no puede verse cuando haces una acción de forma consciente?

La mayoría de piezas en donde estoy consciente, mi cuerpo está a mi disposición y está, generalmente, concentrado en la experiencia estética que estamos creando. Mi cuerpo, físico y mental, se transforma en objeto, en pieza de arte, en acción de arte. El sujeto piensa la idea, la concreta.

En “Polígrafo” (2008) se ve cómo, por más que vivamos dentro de nosotros mismos, no sabemos quiénes somos. Tú has dicho que trabajas directamente con la realidad pero, a raíz de la reflexión que se abre en este trabajo, ¿cuál es la realidad que puede conocerse?

Un tema filosóficamente delicado. Imagínate discutir la realidad. ¿Existe el término o existe el hecho?

Cuando me refiero a la realidad como referencia de mi trabajo, me refiero a contexto. Realidad para mí. El artista trabaja con su realidad, la moldea, le da vueltas y la modifica.

¿Qué implicancias tuvo “Libertad condicional” (2009) considerando el hecho de que, desde tu realidad como mujer latinoamericana, hiciste esa obra en Europa? ¿Es posible que esa liberación se escape de los límites del contexto artístico?

El ser mujer latinoamericana es una característica que me define pero no marca ni sella toda mi existencia. Como artista aspiro a la universalidad. El arte debe ser universal. Aunque mi trabajo surja de un determinado contexto, debe tener el poder de traspasar esas fronteras.

“Libertad Condicional” es una pieza amplia. Habla de la condición humana, de su eterna predisposición a la esclavitud, social, económica, racial. Habla de la incapacidad de un individuo a sentirse y vivirse completamente libre en medio de las caóticas relaciones que entretejen nuestras sociedades. Ningún individuo es libre por sí mismo.

En piezas como “Busto”, “La conquista” (2009) o “Saqueo” (2010) la evanescencia física del performance evoluciona hasta instalarse en la supuesta permanencia del objeto artístico. ¿Puedes contarme un poco acerca de las consecuencias de dicha transformación?

“La Conquista” es una pieza formada por dos esculturas hechas con material orgánico humano.

“Saqueo” fue una pieza muy afortunada en donde logré concretar una idea que iba más allá de la experiencia estética del performance y el documento tradicional. En “Saqueo” el documento son los rellenos de oro: minúsculas esculturas que dan cuenta de toda la acción de una manera distinta. Ves una pequeña escultura de oro y ves su historia, su pertenencia a una boca. Pequeñas piedras extraídas de su espacio adecuado, para ser mostradas como objetos de arte, frías, perdidas, violentadas.

Me parece que tales reflexiones han llegado a una conclusión muy lúcida en “Objeto” (2010). Pensando en esa obra, ¿cuál crees que sea la verdadera relación entre el arte y el mercado dentro de las manifestaciones contemporáneas?

Esa relación dependerá del artista. Él y solamente él define en qué campo quiere jugar. En que área. Es el artista quien define qué tanto quiere participar del sistema.

Pero es muy difícil estar fuera del sistema. Tendrías que ser un ermitaño, vivir aislado por completo y nunca jamás mostrar a nadie alguna de tus creaciones. En el momento en que alguien más ve tu obra, ya empezaste a formar parte de un pequeño sistema.

Si el artista no pone en riesgo su total autonomía, me parece que la relación puede funcionar.

Septiembre / 2010

(Las citas a obras han sido tomadas de la página web www.reginajosegalindo.com)

martes, 16 de noviembre de 2010

Paraderos de Eugenio Dittborn

(Publicado en La panera)


A fines del mes pasado algunas de las obras más importantes del artista visual Eugenio Dittborn (Chile, 1943) se prepararon para dejar el MAVI (Museo de Artes Visuales) y embarcarse en otro vuelo a sitios lejanos. Desde 1984 muchas han visitado casi setenta ciudades en todo el mundo, y su reciente estadía en Santiago abrió un espacio para considerarlas una vez más. Esas obras en primer término habían sido concebidas para la primera Trienal de Chile de donde Dittborn se retiró. Durante mes y medio ocuparon los amplios espacios del museo, estirándose a todo lo ancho en una de las retrospectivas cruciales del autor.

Este recorrido por la muestra inicia con una sensación de que se ha entrado al territorio de Dittborn. Por todas partes es indudable que su mente ideó cada detalle: los colores pálidos, dominantemente grises, la decisión de no optar por el convencional texto explicativo en una pared, la precisa información visual y textual del afiche o la calidad del catálogo. El artista ha sabido ocupar los espacios y hacer de ellos su territorio. Por eso mismo su obra pasó rápido de ser rupturista a instalarse como un referente inamovible para las siguientes generaciones de pintores chilenos. Luego, durante casi toda su vida profesional, Dittborn ha sido parte del canon artístico. Como la tintura en la tela, esto fue azaroso y a la vez producto del cálculo.

La mirada se encuentra primero con la obra inmediatamente anterior a las aeropostales. Allí, dos imágenes se ven forzadas a convivir en un mismo punto. Un nadador que toma aire, el dibujo del rostro de un niño inca congelado. Ambas son imágenes solas y reunidas en un mismo lugar, sin forzadas coherencias narrativas, atravesadas solo por el color, la luz y la textura. Forman parte de un tríptico acompañado por un par de textos convertidos en obras de arte. Ahora, dos décadas después, este trabajo tiene una voz afinada dentro de su rigidez. Deja concebir una voluntad en esos materiales a plegarse en sí mismos y reducirse a mínimas expresiones.


Aeropostales

Ciertamente Dittborn llegó a un gran descubrimiento a fines de 1983. Doblando una superficie sobre sí misma en partes iguales, hizo caber obras de gran formato en sobres de correo aéreo. Primero papeles, luego entretelas y ahora textiles cosidos, bordados, teñidos, serigrafiados, estas obras han recorrido sin descanso ciudades alrededor del mundo, burlando así los límites artísticos y políticos que se viven en un momento histórico determinado. Además, con simpleza y elegancia, resolvieron de un momento a otro el gran tormento de los pintores: la acumulación.

Las aeropostales han sido tan estudiadas, analizadas y revisadas que hoy ya existen lugares comunes para referirse a ellas. La tensión que se produce entre los pliegues y las imágenes, o el uso vivo de las manchas en el espacio, son señas importantes de caminos demasiado visitados. Se ha reflexionado tanto en torno a ellas porque consiguen situarse por encima de los impedimentos pacíficamente. El artista cuenta que él mismo se sintió sobrepasado por su descubrimiento cuando éste apareció cargado de todas sus posibilidades. Para muchos es tentador dar por hecho que esas posibilidades ya fueron cubiertas, y no hay nada más por agregar. Como una buena respuesta, Dittborn convocó a estudiantes de arte para conversar con ellos. Nuevas miradas mantienen entonces con vida a las obras por más revisadas que sean. Alguien confiesa intuir que un ser humano solo puede hacer bien una cosa en la vida, y en todos aparece la pregunta ¿qué vendrá luego de una aeropostal? Dittborn responde señalando las novedades que este formato continúa ofreciéndole. Pudo reunir imágenes de procedencias muy diversas para acentuar su verdadera naturaleza, exploró la fuerza de los espacios que se rechazan o la permanencia de las bases cromáticas que inundan la obra entera, revolucionó el lenguaje pictórico. Ahora, además, las pinturas ya no se cierran forzosamente en ángulos de noventa grados, sino que recortan libres el espacio haciendo que la base de las paredes se convierta en equilibradas formas geométricas. Todo esto es cierto, y aun así la pregunta parece no haber sido respondida.

Andy Warhol solía decir que no importa lo que escriban sobre uno mientras se publique. Este genio del mercado señaló algo muy importante que Dittborn ha sabido explotar. Él mismo registra sus propios pensamientos sobre las aeropostales en un lenguaje escrito de estructurado contenido poético. Aquí es literal la extraña costumbre de Dittborn a hablar de sí mismo en tercera persona, costumbre que es una postura frente a todo lo que hace. En los sobres de las aeropostales hay siempre espacios precisos dedicados a textos. Al leer esas palabras de muchos autores, espontáneamente el espectador produce imágenes mentales únicas. Estas vienen a sumarse al universo visual tan revisado en las pinturas y recuerdan que absolutamente cada elemento ahí está dispuesto para alzar las aeropostales en toda su dimensión.


Videos

La muestra no se limitó a ocupar un museo entero, y tomó parte del Museo Arqueológico de Santiago con cuatro cintas creadas entre los ochentas y principios de los noventas. Son pocos los que se detienen a observar cada una de estas piezas siendo irremediablemente atraídos de vuelta a las aeropostales, quienes se llevan la atención generalizada. En cierto sentido es comprensible, pues los videos ofrecen más preguntas que respuestas. Sin embargo, los indicios que pueden seguir abriendo el contenido de un trabajo deben su existencia a preguntas sin resolver.

“Cinco Bocetos Preparatorios para la Historia de la Música” nos presenta a individuos entonando canciones frente a una cámara que a veces no ven, pues muchos de ellos son ciegos. Se ha llegado hasta este punto luego de mirar pinturas, y esta relación entre la visualidad y lo sonoro automáticamente obliga a situarse en una nueva disposición. “El Crusoe” muestra dos momentos en la playa en apariencia muy lejanos. En uno el gris se asienta en el protagonismo del agua en movimiento. Hay un hombre sólo de mirada indescifrable y la voz de una mujer contando la historia de un naufragio. Otra grabación se cruza con ritmos y colores opuestos, y aparece detrás de una cámara hiperactiva la playa en un multitudinario verano turístico. Se presencia luego el radioteatro “Lo que Vimos en la Cumbre del Corona” con una mujer interpelando al espectador en su mirada directa y voz histriónica. Lee a la cámara un largo relato concebido para ser escuchado en un radioteatro. Las experiencias de vista y sonido de nuevo pretenden mostrar otra cara de sí mismas aquí. El personaje finalmente se queda en silencio un tiempo suspendido y baja los brazos sin prisa. Este momento crucial fue completamente producto de la casualidad .

Este recorrido personal propone llegar a su fin en “La Historia de la Física” (1982), video central de Dittborn donde muchas dudas quedan resueltas. Atesora un momento específico del pasado que deberá tomar aquí su lugar esperando crear eco. Hay un hombre derramando un balde con 350 litros de aceite quemado sobre el desierto de Tarapacá. Tomando como escenario la extensión inmedible de tierra, el artista pareciera menos pequeño cuando deja caer una mancha negra que se va apoderando del espacio visual a su manera. Él está ahí solamente para ayudar a que eso suceda. La acción explica más la obra de Eugenio Dittborn que muchas consideraciones a las que decidamos seguir sumándonos. Aquí desde el desierto, quisiera invitar a pensar en la vida de toda una obra que a velocidad incomparable circula en el mundo del arte hasta ser consumida por su mercado. Entonces, por primera vez llega a su fin, se detiene y descansa.


Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Éxito

Todos los primeros sábados del mes tocaba su saxofón en el mismo lugar donde solía presentarse John Coltrane durante sus primeros días musicales. Era un pequeño espacio que había pasado de ser un antro de mala muerte a un referente indispensable para los circuitos de la alta clase artística y los ociosos con exorbitantes herencias. Las luces imprimían su cara de rojos y naranjas que lo hacían parecer un primitivo guerrero africano. En la tercera melodía las gotas de sudor empezaban a acariciar su cuerpo, dejando caer con ellas todo el peso de la infaltable sensación de ansiedad. Allí, parado en medio del piano, la guitarra y el contrabajo, sentía surgir en él una esencia divina frente a la cual era responsable de hacerse cargo.

Las notas viajaban desde la boca majestuosa de su instrumento hasta las mesas, rozando levemente las copas de martinis y camparis. Cada objeto presente era parte de una orquesta más allá del escenario. Acariciaba el sax con firmeza, como conquistándolo por primera vez, y él vibraba locamente obligando a las suelas de los zapatos a seguir el ritmo. Percusiones se sumaban entonces al descontrol de los sonidos. Por momentos, la escena se congelaba frente a sus ojos mientras él seguía liderando con fuerza el compás de cada canción. Se separaba de su cuerpo, y podía verse a sí mismo en el centro de una escena explosiva. Observaba su papel protagónico de lejos. Sus manos ágiles y ansiosas, su torso bamboleante, sus ojos muy abiertos. Y, en medio de un silencio secreto, se preguntaba cómo llegó hasta ahí.

Lo cierto es que había conseguido sin esfuerzo lo que muchos persiguen toda su vida saboreando luego de cada intento el agrio sabor del fracaso. El éxito fue como una mujer que le abrió las piernas a penas lo vio entrar por la puerta del deseo. Y él se entregó a cada momento sin detenerse en la duda. El público se daba cuenta de ese poco frecuente milagro donde el talento, la suerte y el trabajo duro entrelazan sus manos para siempre. Por eso nunca le faltaron aplausos en los destinos remotos de sus giras. Los hacía felices y, a cambio, ellos le entregaban admiración y respeto. A muy temprana edad tomó la decisión de no unir su vida con la de otra persona. Sin embargo, el amor no le faltó. Tampoco los amigos, con quienes había compartido los momentos más dichosos y oscuros de su existencia. Era libre, y había conquistado sólo esa libertad.

El primer sábado de cada mes, parado en escena, él hacía un repaso de sí mismo. Sentía que la edad se trepaba en su cuerpo como una salamandra, mimetizándose con su antigua piel y sus antiguos sentimientos. Pese a los inevitables cambios que la edad trae consigo, finalmente siempre llegaba a las mismas conclusiones. Al tocar los últimos acordes volvía en sí. Saludaba sin prisa a cada uno de los presentes que se acercaban para decirle en secreto algunas palabras, pedirle un autógrafo o simplemente abrazarlo. Su sonrisa era genuina. Con el maletín que lo había acompañado en todos los caminos, demasiado cansado para quedarse a tomar unos tragos con sus compañeros, se iba a dormir a un hotel conocido.

Todas las noches soñaba con ser otra persona.


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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Despedidas

La mujer se despidió de su esposo. En silencio, frente al ataúd que contenía el cuerpo de un hombre con quien había compartido sesenta años, repasó por última vez cada uno de los momentos que ella consideraba dignos de atesorar. Descubría que todas las amarguras se habían desdibujado. La irritabilidad, las penurias económicas o sus propios celos eran ahora tropiezos demasiado insignificantes que enaltecían la marcha de esa unión poderosa. Le costaba disimular una sonrisa rebelde en su cara (el llanto desconsolado de los presentes exigía un cierto respeto). Dio media vuelta y subió las escaleras en dirección a su recámara.

Acostada en la cama, contaba los minutos restantes para que la gente se fuera y ella pudiera quedar a solas con su risa. Ese era su único deseo. Ya no le asustaba la idea de morir. Había logrado alcanzar todo lo que alguna vez buscó. Sintió una fuerza que levantaba su pecho en una contorsión inusual. Con los ojos cerrados, veía el centro de su psique. Esos círculos de colores convergían en un punto muy luminoso que la llamaba a seguir adelante, por lo que abrió los ojos trabajosamente.

La caja estaba en el piso del armario. Previendo el descuido de su esposo, ella había tenido la iniciativa de guardar todo el material de prensa que se había escrito en torno al trabajo de ese hombre. La tapa se abrió luego de un forcejeo que ella quiso atribuir a la artritis. Tomó los recortes de papeles en sus manos con orgullo. La certeza de que, gracias a su constante fe en el talento, había logrado hacer de él un personaje histórico, la embriagaba de satisfacción.

Descubrió que muchos artículos allí atesorados le eran desconocidos. En su momento, la necesidad de recopilar esos registros periodísticos había sido por mucho mayor al interés por leer el contenido casi siempre violentamente superficial. Leía ahora con atención esas letras reunidas allí para configurar la imagen de su hombre. Cada una de ellas acariciaba tiernamente ese amor. Repasó entonces una entrevista realizada poco antes de que ellos se encontraran por primera vez. En un presentimiento inexplicable, su mirada se movió rápido por las letras, apurada, buscando algo que aún le era desconocido. Entonces, de pronto, se estremeció.

Puso la revista con cuidado dentro de su caja, pero no cerró la tapa. Se quitó la ropa, doblando cada prenda en medio de la cama. Se metió a la ducha y, subiendo la temperatura hasta el límite de lo intolerable, dejó que el agua golpeara su pecho. Sólo entonces se permitió llorar. Los mocos y el chorro hirviendo se confundían en una sola corriente de dolor. Se preocupó eso sí de no gritar ni sollozar. Cada uno de esos espasmos eran sonidos que el agua viva silenciaba en su propio bullicio. Una vez que las fuerzas abandonaron su cuerpo salió del baño. Con sus manos aun mojadas, sin prisa, escribió en un cuaderno estas palabras:

Querer sentirse especial/ Existe esa tendencia en el ser humano/ Como cuando tu mamá te dice que fuiste la mejor/ Como cuando el novio te asegura haber sido la única/ Somos débiles frente a la adulación/ Creemos contar con una sana desconfianza/ pero nos vemos desarmados/ en lo que se refiere a las propias perfecciones/ Es bueno sentir el peso de la ínfima existencia/ Descubrir que no somos los mejores ni los únicos/ Bienvenido sea el dolor/ Y que la amargura pase naturalmente/ dejando tras de sí/ sólo la certeza de nuestra vulgaridad


Noviembre / 2010