lunes, 17 de enero de 2011

Yoshua Okón: Desarmar para construir

(Publicado en Arte al límite)


*** Esta obra encuentra salidas para perseguir el camino de la autonomía. Aquí el arte se desata las amarras de cualquier obligación externa devolviendo, graciosa pero mordazmente, su mirada al espectador. ***

Enfrentar por primera vez una pieza de Yoshua Okón (México 1970) implica observarse desde un lugar hasta entonces desconocido. Tomando como referencia situaciones problemáticas a las que solemos definir con juicios inmediatos, su trabajo consigue desplazarnos para develar los pasos que nos llevaron hasta las propias percepciones. Así, luego de haber desarmado la visión personal, el espacio que ocupamos se abre y las posibilidades para construir se multiplican.

Desde la pieza “A propósito…” (1997) la mayoría de tus trabajos son, como bien los has descrito, “una especie de híbrido entre el performance, el video y la instalación”. ¿Cuáles han sido los límites y alcances en estos formatos, y cómo llegaste a combinarlos para concretar tus investigaciones?

Supongo que la ruta para llegar a este particular híbrido entre video, performance e instalación se fue dando de forma gradual. Los tres medios me interesan y al combinarlos intento ir más allá de las limitaciones que cada uno de estos me presenta. Por ejemplo, en el caso del video monocanal, encuentro la relación pasiva del cuerpo frente a la pantalla muy problemática. Al trabajar video en el contexto de instalación logro redefinir esta relación. En el caso del performance y su naturaleza efímera, introducir la cámara de video me permite extender su vida.

Por más que se las ha querido forzar a ello, tus obras no defienden ni denuncian una postura. Sin embargo muchas, como “Gaza Stripper” (2006), se adentran en zonas políticamente sensibles. En este sentido, ¿crees que el arte es capaz de situar al espectador fuera de sus ideas preconcebidas?

Esta es precisamente una de las funciones principales del arte: otorgarnos la suficiente distancia para mirarnos desde afuera y así repensar nuestra relación con el mundo. Creo que es muy importante diferenciar entre la función del arte y el activismo. El primero no tiene agenda, no intenta convencer a nadie de nada. Simplemente nos posiciona de tal manera que tenemos que llegar a nuestras propias conclusiones. Y por lo tanto, a ir más allá de ideas preconcebidas, que generalmente no son ideas propias sino ideas heredadas y basadas en convenciones.

”Gaza Stripper” trata precisamente de esto. Para esta obra fui invitado a producir una pieza de sitio específico en Israel. Debido a la desproporcionada obsesión que existe en el mundo con el conflicto de los territorios ocupados en esta región (puedo pensar en muchos otros casos de igual falta de humanidad a los que nadie hace caso), y a que no soy activista, la idea original era evitar cualquier tipo de referencia a este tema. Sin embargo, el viaje preliminar coincide con la desocupación de los territorios de Gaza y el nivel de intensidad causado por la oposición a esta desocupación fue imposible de evitar. La pieza busca entonces evocar la energía de este ambiente pero desde una posición no politizada (casi como si fuera desde la perspectiva de un niño que simplemente percibe la tensión). Es decir, hablar de lo que todo mundo esta hablando pero con un lenguaje muy distinto. El resultado fue muy interesante porque a pesar de que las referencias son tan directas, la pieza resiste una entrada o una lectura en los términos convencionales del lenguaje político. Esto provocó una especie de corto circuito.

En “Hipnostasis” (2009) es posible asistir al presente de un sueño que alguna vez vivieron muchos californianos. ¿Cómo se llegó a este resultado en el proceso creativo con Raymond Pettibon?

Bueno el proceso de esta pieza fue muy divertido ya que todo se origina con una terapia de regresión a vidas pasadas. A pesar de que ninguno de los dos cree remotamente en tal cosa, se nos hizo un buen estímulo para echar a andar la imaginación y así determinar el rumbo de nuestra colaboración.

Creo que tanto Raymond como yo estamos algo obsesionados con el tema de los fracasos de los movimientos utópicos, especialmente los de los años sesenta. Por eso no es una coincidencia que en la terapia ambos resultamos haber sido hippies es vidas pasadas.

Cada vez que le pagas a una persona para que participe en alguno de tus trabajos, al mismo tiempo estás llevando el arte contemporáneo a otros espectadores fuera del restringido círculo artístico. Me pregunto qué sucedió con los trabajadores de “Risas enlatadas” (2009) al participar en una acción terapéutica que, a su vez, puede alcanzar lecturas sórdidas a la hora de ser exhibida.

Mi experiencia en general con los participantes de mis videos es que estos están mucho más interesados en el momento performático que en los resultados. Es decir, mucho más interesados en la cámara como un pretexto que les permite actuar de formas en las normalmente no se puede actuar, que en la cámara como un aparato que registra imágenes a futuro. En las ocasiones en que mis videos se presentan en las mismas ciudades donde fueron grabados, a pesar de que siempre invito a los participantes, es rarísimo que ellos asistan.

“Chille” (2009) me parece una obra afortunada. Se expuso en la Galería Gabriela Mistral, un espacio connotado de Santiago que además se encuentra a pocas cuadras del Palacio de La Moneda. ¿Qué experiencia te llevaste de Chile luego de haber realizado un trabajo donde se desmaquillan tantos rasgos de esta sociedad?

Creo que “Chille” y “Gaza Stripper” son dos piezas muy similares. Ambas aluden a contextos políticamente muy ensimismados, con una gran polaridad y atrapados en un paradigma que urge renovar (por ejemplo, se sigue hablando predominantemente en términos de izquierda y derecha).

martes, 11 de enero de 2011

La máscara de Agamenón

La guerra es un lugar para los vivos. Aquí, desde el polvo que se levanta perezoso en el calor irrespirable, he caminado lo suficiente como para olvidar por un momento el hedor de todos mis hermanos aqueos a quienes aún no enterramos. Troya está enteramente saqueada, incendiada, acabada. Fueron muchas lunas en vela. Tiempos que pasaron con todos los azotes del frío húmedo, plagas de insectos y ratas, insalubridad en el agua y los alimentos, promiscuidad sexual seguida por pasiones desaforadas. Sentado en una roca, mirando el horizonte del mar que me llevará a casa, con mis pies firmes en la tierra árida, no he encontrado mejor antídoto que el ponerme a escribir. Y pienso que los dioses nos han puesto a prueba en una tarea que ya no comprendo.

En muchos momentos fuimos tentados a darnos por vencidos. El lamentable sacrificio de mi hija fue la primera señal de alerta, pues no había consenso divino y nuestros destinos vagaban en la imprecisión de la Fortuna. No me costó tomar la decisión final. Nunca me han asustado las lamentaciones mujeriles ni los ínfimos reproches. Pronto zarpamos de nuevo. Recibí honores de mis compañeros y un triste abrazo por parte de mi hermano Menelao. Desde ese día una distancia infranqueable se abrió entre nosotros. Sin poder olvidar mis réplicas a su indecente debilidad cuando lloraba frente a mí por una mujer inconstante, aquejado por la vergüenza y la envidia, su silencio fue definitivo. Por mi parte, acepté el nuevo rango con toda la dignidad que ello acreditaba, y mi mente entonces se ocupó por completo en las planificaciones económicas más urgentes.

Troya había sido por demasiado tiempo una amenaza casi siempre pasiva. Los tratados entre sus altos cargos y los nuestros fallaban desde hacía varias generaciones, y el choque de armas se anunciaba claramente. Cuando esa mujer levantó su voz para anunciar que se había enamorado de un príncipe extranjero oculté la sonrisa en mi cara, y actué como todo hombre razonable. Asumiendo mi papel sin el menor entusiasmo aparente, reuní en un solo ejército a todas las polis aledañas y a muchos grupos que hasta ese entonces nos veían con mala cara. El poder estaba en mis manos mientras que Menelao sufría sus penas encerrado.

Jamás dudé que la victoria sería nuestra, aun cuando las cosas se pusieron difíciles, aun cuando supe que el tiempo allí se había instalado cruelmente emblanqueciendo mis barbas y arrugando mis manos. Me sentí vigoroso y sereno soportando todos los males que nos atacaban sin descanso. Quizás con premeditación, hice de mi persona el ejemplo que todo hombre mesurado debía seguir. Mis días de adulto habían llegado por fin a un sentido concreto, a un espacio donde el sufrimiento era un regalo y el éxito un peligro.

Los troyanos esperaban nuestra partida con la paciencia de la araña al tejer su trampa invisible. Pero nosotros fuimos el huracán que lo echó todo abajo sin dar aviso de su llegada. Esa noche Odiseo, a quien he recomendado en repetidas ocasiones que controle su desaforada imaginación, contó frente al fuego una historia que estremeció de placer a todos nuestros guerreros. En ese cuento para locos un caballo gigante de madera hacía su entrada en la ciudad enemiga como regalo de paz. En su estómago cada uno de nosotros, en silencio y completa quietud, esperábamos la hora en que todos duermen vulnerables. Entonces, uno a uno, íbamos haciendo nuestra salida, y Odiseo no escatimó en plagar el relato de descripciones concretas que a todos tenían estúpidamente pasmados. Así, destruíamos cobardemente el sitio amurallado, y alcanzábamos el honor inmortal. Fui el único que, dominado por la ira, hice callar a ese hablador con un gesto firme. Las palabras tienen vida pesada e impredecible, y el hombre es un animal que gusta de las historias sin importarle su veracidad. Ese estúpido relato borraba de un trazo nuestra conquista, coloreaba el fin de la guerra con fantasías absurdas y nos arrebataba el último mérito.

Habituado durante todos estos años a ver la muerte frente a mí, la olvidé por un instante. Esta mañana despierto inquieto, presa de cierto pánico. Imposible me fue retener los sucesos de mi sueño, por ello me levanté y he caminado hasta sentir el sol saliendo a mis espaldas. Entonces di por primera vez la vuelta y enfrenté mi camino de regreso. Poco a poco ha llegado a mí un recuerdo por mucho tiempo sepultado. El día siguiente de mi unión con Clitemestra también salí de la cama más temprano de lo normal. Tenía en mi pecho la sensación del vértigo, tan temible y placentera a la vez. Me encontré con unos niños que jugaban en la tierra y, al notar que estaban escarbando una tumba, les grité amenazas. Rápidamente salieron corriendo. Escuché sus risas alejándose mientras me iba acercando a una extraña luz dorada que salía del suelo.

El esqueleto del antiguo gobernante estaba adornado con piedras preciosas, espadas y telas finísimas ya corroídas. Su pelo era largo y de un negro profundo. En cuanto a su cara… tiemblo al visualizarla de nuevo, estaba cubierta por una máscara que dibujaba perfectamente los rasgos de un desconocido. Sus orejas y nariz se definían con un cuidado exquisito. La barba rodeaba una boca triste que heló mi sangre. Todos sus rasgos indicaban con perfección divina la existencia de un hombre de mediana edad, honorable y distinguido, salvo por sus ojos que eran los de un muerto.

Volví a colocar la pieza de oro cuidadosamente sobre el cadáver. Mis manos temblaban y mi garganta se cerró por completo. Necesité lanzarme al mar para extirpar de mi mente los pensamientos del día en que yo estuviera así, lejos de toda vida, siendo la diversión de unos niños ociosos o de quizás qué hombre creyendo haber descubierto una historia antigua.

Ahora ha vuelto a mí esa imagen, y tengo el mismo deseo de hundirme en el mar frío hasta dejar de pensar. Pero una fuerza más poderosa que yo hunde mis pies en el polvo humeante. Mi pensamiento se dirige hacia el palacio donde mi mujer espera, junto con los dos hijos que aun cuento conmigo. Me estremezco al reconocer por primera vez una debilidad parecida al amor. Clitemestra, fiel compañera mía. ¿Cuántas noches has sufrido por mi ausencia? ¿Cuántas decisiones has tomado tratando de adivinar mis deseos? Todo lo que he ganado cruza el mar para un día descansar contigo bajo tierra.


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