lunes, 25 de julio de 2011

Felicidad: la búsqueda inagotable

(Publicado en Paso de gato (México))


Una mujer lee un ensayo sobre el dificultoso lugar en el que se ha situado a su género a través de la historia. Sus palabras dejan entrever cómo ese lugar, si bien ha tendido a beneficiar al hombre, también lo ha limitado en sus propias decisiones. De pronto, se escucha un rock altisonante. Ella suspira y continúa leyendo. Poco a poco esa música sube su volumen y ella debe gritar. Se ve el esfuerzo de la voz llevada al límite de sus fuerzas, pero ya es difícil escucharla con claridad. La música se apaga de golpe y ella desaparece. Este era el comienzo de “Felicidad”, obra creada por la compañía chilena Lucidez Infante (“Los niños terribles”, “El coleccionista”, “Obtención, persecución y derrocamiento del reino del padre Ubú, interpretada por los ignorantes estudiantes de la escuela de teatro de Alfred Jarry y dirigida por Ubú Rey”, “Abismo”, “Roberto Zucco”). Los jóvenes actores y directores Maritza Farías, Juan Pablo Fuentes y Miguel Murúa fueron radicales una vez más al señalar problemáticas mal ocultadas por la representación de la prosperidad en su país. Maritza y Miguel viajan durante dos años a Brasil. La compañía cierra así un primer círculo que comenzó a dibujarse hace cinco años. En el siguiente extracto de una conversación, ellos hablan con más profundidad sobre la manera en que éste trabajo se inserta dentro del nudoso tejido que es la cultura chilena.

¿Cómo comenzó la inquietud que finalmente se convirtió en “Felicidad”?

MF: “Felicidad” tiene su origen en el caso de parricidio de una niña de seis años: Javiera Cabrera Neira. El padre tiró por la ventana a la niña desde el séptimo piso. Antes trató de matar a su pareja, la madre de la niña.

JPF: Lo importante, más que narrar o basarse en el asesinato propiamente tal, fue concebir este parricidio como el fin último de una historia entre la pareja que terminó en eso. Había que narrar la fuerza que hizo que esto finalmente ocurriera, pero no basarse en el hecho particular desde la muerte de la niña.

MF: Hay una historia en ellos como seres humanos pertenecientes a una parte de la historia de Chile. Hijos de ejecutados políticos, tienen un pasado militante. Es como si cargaran todo el peso de la Historia. Nosotros hicimos una investigación y dedujimos que el conflicto que en ellos se había creado como pareja partía del género. Ella, en el retorno a la democracia, se da cuenta de que el partido comunista no daba el espacio que había dicho que iba a dar a las mujeres. Entonces se le creó todo un problema.

MM: Eso surge también porque nos interesó incorporar otra metodología de trabajo que tenía que ver con Bertolt Brecht. En la “Escena callejera” él plantea cómo dar cuenta de un suceso en donde uno pueda ser muy lúcido frente a una estructura social que es una problemática a resolver. Entonces decíamos, ¿cómo damos cuenta de lo que genera este asesinato sin dejarnos empatizar por el atractivo de la historia? Porque la historia de ellos es muy entretenida, igual que los mineros. Pero hay un problema que va más abajo.

La madre de la niña trabajó con mujeres maltratadas. En entrevistas, habla del problema que representa la negación de las mujeres a considerar que a ellas les puede suceder algo así. ¿Cómo se enfrentaron ustedes a esa reacción en el espectador?

MF: Ahí diste en algo que yo he pensado con los comentarios de la gente. Es un tema muy difícil. Se supone que está muy hablado y manoseado desde el momento en que tuvimos una mujer presidenta. Se da por solucionado. Pero ese tema no está resuelto y yo creo que nunca se va a resolver. Porque no está instalado verdaderamente.

MM: La familia es una construcción histórica y está bien que exista. Pero independientemente de eso tiene que haber opciones. Es lo mismo en el arte. Uno no puede sólo hacer realismo. Es absurdo. Está bien si uno quiere ser padre, madre y mantener esos roles. Es respetable si esa es tu opción, pero uno no puede llegar al absurdo de no querer hacer eso y no poder hacer otra cosa. Tendríamos que aceptar el matrimonio gay. Así de simple. Tendríamos que llegar a esa apertura primero para poder aceptar cualquier tipo de opción.

JPF: Estás hablando de años de evolución histórica.

Ya que comparas la familia con el realismo ¿Es un tema contingente en este momento en el teatro contemporáneo chileno?

MF: Absolutamente. Ahora hay una estética que se propone desde el realismo, una forma realista de actuar, hasta un tempo escénico que también pertenece a la misma corriente. Yo creo que eso se está dando para ser más condescendientes con el espectador.

MM: Los estudiantes de teatro ahora no van a las escuelas experimentales. Otras que eran opciones mucho más radicales, como La Mancha, han desaparecido. Hay más alumnos en la Fernando González, en La Mayor, en La Chile o en La Católica. De ahí sales al cine, a la televisión y al teatro realista.

JPF: Generalmente, el público que no es tan asiduo al teatro va a ver una obra nuestra y declara no entender nada pero en el fondo igual, interiormente, hace puentes de sentido. Lo que pasa es que está el paradigma de los medios de comunicación, porque son éstos quienes hoy en día contienen el realismo. El referente promedio chileno es la ficción televisiva, y la tele chilena es una mierda.

MM: Quizás la revolución que pueda venir, por lo menos en un sistema como en el que estamos, tiene que ver con el terrorismo. Pero yo hablo del terrorismo como concepto, no digo que vayamos a matar gente o destruyamos cosas. El terrorismo tiene una definición que uno la podría involucrar en algún aspecto.

JPF: Es producir un error. Algo ilegal.

MM: Sí. Creo que el acto artístico ahora está en lo ilegal. Como el graffiti.

¿Qué representaciones de la realidad les interesan?

MF: Una vez estaba viendo “Felicidad” y pensé que era una obra muy fea, triste y violenta. Sentía que me disgustaba. Y creo en esa violencia como discurso.

MM: Eso es verdad. Hay un texto donde Griffero dice que encuentra extraño que el teatro chileno sea tan amable, siendo que somos un país tan violento. A mí eso me marcó mucho porque lo que uno trata de hacer es mostrar una construcción de lo que somos. Y esa construcción tiene que ver con su contexto. Es inevitable. Yo no puedo negar esa violencia porque es parte de mi vida.

MF: Es una emoción más movilizadora.

JPF: Absolutamente.

MM: El título “Felicidad” es una ironía. Estamos en una sociedad artística donde la búsqueda de la intelectualidad y de lo sutil se ha vuelto una obligación para el discurso, y eso es muy amable frente a la realidad. Es peligroso. Hay que tener consciencia quizás de no ser sutil con la violencia. Ser evidente.

MF: Por eso es muy bueno lo que nos preguntas sobre cuál creemos nosotros que es nuestra forma de trabajo. Y claro, la violencia es algo transversal. Yo defino la violencia como una emoción. No es un accionar, es una emoción. Porque la violencia se respira. Y creo que es un factor que puede producir cambio. Desde transmitirle al otro lo violentado que uno se siente, para que el otro también se violente y podamos crear ambos un sentido en conjunto.

MM: Una consciencia.

Ustedes tres tienen una misma formación que es la Escuela de Teatro de la Universidad ARCIS, dirigida por el director y dramaturgo Ramón Griffero.

MF: La escuela me abrió un espacio en mi cabeza en donde yo podía cuestionar, opinar y criticar a través de mi trabajo artístico. Me doy cuenta de que el trabajo que tenemos como compañía es totalmente diferente al de los otros donde no existe un espacio de investigación, crítica y reflexión. En las otras obras donde yo he participado he tenido que actuar. Nada más.

JPF: Personalmente, si pudiera definir en general los procesos de la compañía me da la sensación de que, en vez de partir de un resultado siempre partimos de una pregunta. Entonces la pregunta es el germen o el origen más que el hacer una obra cualquiera.

¿Qué significó mostrar su sexta obra en el Teatro La Memoria?

MM: Lo bueno es que es un teatro que está generado a partir de un seminario que hace Alfredo Castro, un director de teatro y actor respetable para nosotros porque es como un abuelo. Nuestros maestros han sido discípulos de él, entonces inevitablemente uno tiene una conexión metodológica de trabajo. Llegar a ese teatro tiene importancia desde que Juan Pablo y Maritza fueron parte del seminario. Lo bueno del espacio es que surge de un lugar de conocimiento, cercanía, diálogo, cariño, lugar que generan las escuelas.

¿En qué están ahora creativamente como compañía?

JPF: Yo creo que se acabó un proceso.

MM: Primero, seguir construyendo esa consciencia educacional del arte y del teatro como un instrumento de cultura. Culturizar el pensamiento a partir de obras que sean parte de nuestras juventudes chilenas. Y en lo otro, que tiene que ver con el ámbito del arte y de reconstruir referentes o cuestionar ciertos discursos, yo creo que todavía estamos en pañales. Ahora hemos leído obras pero sin ninguna intención de hacer teatro todavía.

JPF: ¿Para qué tanta ansiedad?

MM: Va todo en la búsqueda de la libertad y para eso necesitas siempre un grupo. Porque si sales sólo te vas a morir.

MF: Te conviertes en ermitaño.

MM: Y “Felicidad” demuestra la supervivencia de un colectivo. Son muchas cosas que uno logra con el tiempo. Es inevitable que esa experiencia te otorgue independencia. Quizás hicimos cosas mejores, otras que no nos gustaron tanto… Pero de alguna manera logramos ser libres. Yo creo que lo que viene tiene que ser un cambio radical. No sé qué. Nietszche dice que uno debe estar en un continuo vacío.

JPF: Totalmente.

MM: Y que el artista, si se vuelve muy intelectual, no logra nunca reproducir. Se hace estéril. Creo que Lucidez Infante deja de ser una compañía de teatro para ser un grupo de arte, y tenemos cinco años que nos validan. Para nosotros es respetable porque nos da la autoridad y la confianza de poder crear lo que queramos. Y cuestionarlo. El viajar tiene que ver con una búsqueda de ser más conscientes. Ahora hay que abrirse. Ser más lucidez.

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