lunes, 14 de octubre de 2013

Cruzando fronteras

(Publicado en La Fuga)


Llega un libro a mis manos y miro en la portada la imagen del profesor en La frontera, esa película chilena donde aparece el sur en su profundidad. Por la expresión del personaje pienso que es la escena en que ve a su familia y no puede llegar a ella, está obligado a permanecer en la orilla de un lago mientras ellos tratan de hablarle, flotando en una balsa al medio del agua. El protagonista se encuentra en una de esas situaciones por las que tantos pasaron en este país siendo exiliados, perseguidos o amenazados. Historia que, por lo demás, todos los chilenos hemos heredado, de alguna u otra forma.
Desde esa película entro al título del libro: Enfoques al cine chileno en dos siglos. Estoy en el tercer “Encuentro de Investigación sobre Cine Chileno y Latinoamericano” y se acaba de imprimir este tomo que reúne las investigaciones realizadas en el encuentro anterior. Todos esos días han estado reunidos en la Cineteca Nacional del Museo Palacio de la Moneda un grupo de investigadores de diversas disciplinas presentando ponencias y abriendo discusiones sobre el tema. Este año, como puede notarse en el nombre de ambos encuentros, una ventana se abrió. De lo chileno se amplía la mirada a lo latinoamericano, intentando que una ilumine a la otra y viceversa para que se generen diálogos. Ahora miraremos hacia el primer encuentro, centrado en lo chileno, para recordar sólo algunos momentos especiales dentro de los estudios que reúne este libro a cargo de la editorial LOM.
            Es imposible pasar por alto que el problema de la memoria obsesiona a los chilenos. No solamente en las reflexiones sobre cine sino en todo quehacer artístico la palabra resuena insistente, lo cual es un hecho que la vitaliza pero también, a fuerza del uso indiscriminado, la desgasta. Sí, Chile vivió un trauma dictatorial hace poco tiempo y las heridas no han cerrado aun. Sí, esto trae como consecuencia que una y otra vez se intente blanquear la historia, se borren las huellas conflictivas y se inventen eufemismos para no utilizar términos reales que duelen. Pero esta no es una situación únicamente chilena. Toda Latinoamérica ha pasado por dictaduras tanto y más traumáticas. Sin embargo dicha palabra parece ser un espejo en el que nuestro país no deja de observarse, buscando respuestas en su propio reflejo. Esto no pasa desapercibido en el libro. “… es la memoria, preocupación o tema pendiente y no agotado para los investigadores del cine chileno”, hace notar Mónica Villarroel desde la Introducción.
            Desde la preocupación por la memoria se pueden localizar ejes. Por ejemplo, Claudia Barril en su investigación “Hacia los contornos de la experiencia. Documental autobiográfico chileno: vacíos y ausencias” lee el cine documental contemporáneo en Chile desde una segunda generación de cineastas, a la que llama generación de la “(post) memoria”. Localiza en ella una serie de relatos que se sostienen en la subjetividad, abriéndose desde el yo de forma reflexiva, distanciándose de los clásicos discursos políticamente comprometidos y de las versiones oficiales que retratan el pasado. Dentro de un tema muy revisado una y otra vez desde tantas diversas perspectivas, esta reflexión logra proponer una mirada que revitaliza un término ya recorrido.
Siguiendo con los cuestionamientos a las versiones oficiales de la historia, tarea a la que el cine ha vuelto una y otra vez porque dentro de sus territorios caben los relatos que por decisiones intencionales se han escondido bajo la alfombra, Bernardita Llanos encuentra otra memoria, instalada en los afectos y de nuevo la subjetividad, una memoria militante desde la postura feminista, donde la historia se moviliza con otras pulsiones. Es en Calle Santa Fe de Carmen Castillo donde surge un “rechazo al culto de la muerte de los héroes caídos” y aparece la imagen de la propia directora como una víctima distinta, más real y cercana pues no se la ha ataviado con ningún estandarte. Se trata de la viuda, personaje que constantemente encontramos dentro y fuera del cine porque la historia entra y sale de las imágenes audiovisuales capturando, en este caso, la mujer que ha sido dejada al margen de un relato que también es suyo. “De este modo, el cerco del trauma se rompe para dar cabida a nuevas narrativas…”
            Hay lugares que conservan cual cofre un acontecer al que la memoria vuelve, porque es una herida que no deja de sangrar. Villa Grimaldi es sólo uno de ellos. Y Milena Grass Kleiner toma en sus manos ese espacio para cruzarlo desde la intermedialidad por el teatro, la novela y el cine chilenos, preguntándose así por su capacidad de conservar muchas capas de relato y memoria, con su imaginario y devenir histórico.
            Y continuando por los caminos más recorridos en este libro, se presenta la palabra marginalidad como una zona ineludible. Ignacio Aliaga dice en el Prólogo que nuestro cine también se lee desde afuera como el relato de un pueblo al sur de los EU, tonada que por lo demás no deja de sonar en la memoria. Sea o no sea así, lo cierto es que estos investigadores entran en los personajes y las situaciones que están fuera del centro,  de la cultura oficial, de las ciudades suntuosas y las zonas privilegiadas para hablar de lo más maltratado, como si de ahí algo destruido se reconstruyera.
El cine chileno en sus primeros años tiene como característica poco estudiada la inmersión en las culturas de sectores más populares, encuentra Jorge Iturriaga en su investigación “La película disociadora y subversiva: el desafío social del cine en Chile, 1907-1930”. Esto, dice Iturriaga, “… explica porqué el cine fue visto con malos ojos por la clase dominante y porqué la censura puso énfasis en eliminar los estímulos considerados “disociadores”.”
            En otro sentido está la lectura de un marginal en el cine de Armando Sandoval, a la vez cineasta experimental, amateur y oriundo del sur que, como buen excéntrico, nunca perteneció al centro de la industria cinematográfica. Paola Lagos Labbé encuentra esta triple marginalidad pensando en una descentralización del patrimonio audiovisual.
            Y en cuanto al estudio de los aspectos más alejados de lo político, atentos a cuestiones estéticas, de estudio difusión, podría pensarse en un tercer grupo dentro de estas investigaciones donde por ejemplo estarían los hallazgos de Solène Bergot acerca del cine y la fotografía centrándose en la industria cinematográfica chilena a comienzos del siglo XX. Dentro de estas piezas ella encuentra que “La actividad cinematográfica y su difusión estuvieron en sus principios en manos de profesionales provenientes del mundo fotográfico”. Esto le da todo un profundo sentido al trayecto que va recorriendo el cine chileno desde sus inicios. He conocido a más de un chileno que, cuando hace el ejercicio de mirar su cine desde las primeras grandes obras audiovisuales, identifican de pronto una estética, y se reconocen en ella visualmente.junto con el personaje del profereconocieleiones que res se ven distintas y vamos descubriendo, junto con el personaje del profe
            La batalla de Chile continúa pasando inevitable por los estudios sobre cine chileno, aunque aquí con un horizonte especial que identifica la fragilidad de masculinidades y temporalidades en la UP en el estudio de Carl Fischer. De nuevo personajes fuera del centro, ese centro tan alabado donde se encuentran las tradiciones que heredamos de todo lo que no somos. Lo que aquí surge no es un ideal difuso de ser humano –hombre, blanco, occidental, heterosexual… - sino uno que deambula entre márgenes que para estos realizadores son mucho más interesantes. “En el centro, el poder se encuentra en casa, y por lo tanto, cómodo y quieto. Todo lo que se encuentra lejos de este hogar, en cambio, se pone en movimiento, pulula, se estremece”, dice Natalia Mölleren en “El sujeto marginal en el cine chileno contemporáneo: una lectura desde la teoría queer. Reflexiones acerca del Pejesapo,  Empaná de Pino y Desde siempre”.
            Y mirando hacia atrás, en aquellos tiempos donde el cine latinoamericano daba aun pasos de niño, Los olvidados de Buñuel no deja de caer una y otra vez por su propio peso, haciendo surgir tras de sí una imaginería que se repite pues continúa siento contingente aun con los años. Se trata de una cinta madre del constante intento por representar la infancia marginal, como anota Catalina Donoso en su estudio. Lo cual no deja de ser significativo si queremos considerar la lectura que supuestamente se nos asigna desde afuera, la de niños que ensayan cine.
“El punto aquí es la “posibilidad” teórica del cine en nuestro país, efectiva en sus prácticas regulares: investigación, publicación, academia, crítica”, dice Iván Pinto en “(Des) Articulaciones críticas para un campo de estudios” y es justamente lo que este encuentro reúne. Cosa por lo demás aventurada y que forzosamente debe jugar con ciertos grados improvisación, pues todos estos ámbitos del estudio cinematográfico han sido poco explorados en el país. Ya Juan Emar, en 1926, se quejaba en su última nota sobre cine de “… la inexistencia de la crítica cinematográfica en Chile, a pesar del gran éxito que tiene el séptimo arte en todo el mundo”, como anota Wolfgang Bongers, y la situación no parece cambiar considerablemente.
Dice Ignacio Aliaga que “La Cineteca Nacional de Chile, del Centro Cultural La Moneda, creada en 2006, tiene la misión de conservar y difundir el patrimonio audiovisual de nuestro país, así como de promover su conocimiento”.  Por lo demás sabemos que la falta de caminos recorridos trae también la libertad de explorar nuevas miras. Desde esa libertad salen a flote instancias, escrituras, investigaciones o publicaciones como la que aquí se reseña, todas moviéndose a contracorriente sin dejar de avanzar.
Por supuesto que aparentemente está todo por hacer en un rincón como el nuestro, aun con todo el gran patrimonio cultural cinematográfico que sobrevive pese a incendios y fábricas de peinetas. En él nos vemos como el profesor heroico de La frontera, tratando de hablar con su familia desde el otro lado del agua, en el esfuerzo de ensayar una sonrisa, con la confusión de sentirse un allegado y al mismo tiempo reconocerse a sí mismo en tierras llenas de historias. Al sur del sur, la zona fronteriza proyectada en la película pero que también es una frontera geográfica, ideológica, estética, discursiva. Frente a lo cual sólo podemos levantar la mirada y alzar la voz a través de las aguas que nos separan, comunicando por encima de cualquier obstáculo.
Lo anterior pareciera ser el gran mérito de todas las investigaciones reunidas en una publicación como Enfoques al cine chileno en dos siglos, así como de cada individuo que sostiene y alimenta con diversas perspectivas nuestra historia audiovisual. Pues desde este lado del agua las cosas se ven distintas y vamos descubriendo, junto con el profesor de mirada aturdida, que en realidad no hemos dejado de estar cerca de nuestro más querido objetivo. Basta mirar hacia dentro.


domingo, 2 de junio de 2013

IV

Hoy es un lunes a medio día y todo el Liceo está vacío. Una chica en la entrada explica que hay reunión de apoderados, y con el brazo señala una de las salas al fondo del primer pasillo. Entras y nadie se inmuta con el recién llegado. Es porque a estas alturas de la reunión, ya llevan una hora y media, todas las alumnas han entrado y salido cuando quieren. Incluso conversan en grupos mientras alguien habla sobre el futuro de todas ellas, y a cada rato uno de los adultos les pide que se callen. Este hombre es el papá de Alina. Viste pantalones de mezclilla un poco rotos con el uso, tiene aro en la oreja y un mechón de pelo más largo que le cuelga de la nuca. Se ha tomado durante casi una hora su lugar frente al pizarrón, donde antes estaban los profesores, e intenta comunicar a la audiencia de jóvenes distraídas y un puñado de padres y madres que escuchan atentos. Parece que fuera uno de los días más importantes de su vida pero son las hijas, y no ellos, quienes han llegado hasta ese lugar.
            El padre de Alina les lee todo el reglamento, para que todos y todas lo conozcan bien y así las autoridades tengan menos oportunidad de cagárselos. El ministerio les cambió las reglas y ahora ninguna alumna que no esté inscrita en un nuevo sistema electrónico dentro de la web será validada como perteneciente al Liceo 7.
Lo que queremos todas, dice una, es repetir porque consideramos que todo el programa es un asco. Pero no todas apoyan esta decisión. Alguna interrumpe para opinar que ellas no tienen el sartén por el mango, sino la directora, y que finalmente dependen de lo que ella esté decidiendo.
Sí tenemos el sartén por el mango. Lo tenemos, dice Lali. Traten de no pensar sólo en ustedes porque al menos yo ya no estoy pensando sólo en mí, les suelta y luego vuelve a quedarse callada. Esta será la única intervención en toda la reunión. El resto del tiempo permanecerá sentada sobre una mesa, muy cerca de la ventana, pintándose las uñas de morado. Junto a ella se encuentra Alina, quien está muy atenta a todo lo que sucede y hace lo posible porque lleguen a un acuerdo. Muchas han empezado a irse, así sin avisar. Van quedando cada vez menos y eso que cuando comenzó la reunión ya eran minoría. Esa tarde todas van a irse a almorzar con los papás, lo cual tiene ansiosas a la mayoría por salir de ahí. El tope para tomar una decisión es el miércoles, pasado mañana, y siguen sin llegar a un acuerdo. Alina ordena las ideas que se han expuesto e insta a todas a que se manifiesten por algo, y la dispersión crece. No les dice que se callen pero las mira con ojos inquisidores.
Surge una idea: pueden inscribirse las que aun no lo hacen y no llenar las guías que exige el reglamento.
Son seis los padres que se quedan hasta el final. Están comprometidos con la causa y las animan para que no se dejen, para que lleguen hasta las últimas consecuencias. No se preocupen por Cristián Labbé que las quiere intimidar, les dice uno. Labbé sólo es una piedrita en el zapato, responde Alina.
Salen de ahí sin haber podido llegar a algo en concreto. Tienen que reunir a una mayoría, sea como sea. Lo lograrán después, cuando las mismas compañeras llamen a una votación para decidir si seguirán en toma o no. No quieren perder el año, están pensando en ellas. Esas jóvenes que reclamarán eran las que en un comienzo apoyaban la toma y luego nunca se aparecieron para ayudar en nada. Parece que Alina ve venir todo esto. Tiene dieciséis años, es de las más chicas ahí pero de alguna manera terminó con la responsabilidad encima, compartida con Lali que no cree en el orden preestablecido y se toma todo con tanta calma. Su belleza no pasa desapercibida. Es alta, de pelo largo, oscuro y la piel muy blanca, con rasgos dulces y delicados. Cuando va a hablar uno esperaría que su voz sea suave, y es una sorpresa porque las palabras le salen fuertes y decididas.
Yo me acuerdo, aunque tengo muy desordenado lo que pasó, que desde antes teníamos el sentimiento de toma por el contexto nacional. Apuramos el proceso y un día en la noche de boca en boca coincidimos en que había que prepararse. Vimos que había guardia y que sería difícil. Nos juntamos en la noche en el metro Los leones y muchos pacos nos vieron con saco de dormir. Había más niñas grandes y desde ese momento me dio vergüenza tener que dirigirlas.
Nos organizamos en grupos. Estaban los sapos, yo era de esos porque me daba miedo entrar. Luego las sombras, los que tenían que meterse y abrir la puerta. Otro grupo para entrar y otro de refuerzos. Llegamos y no había ni un carabinero. Llamé a una de las sombras y de la nada llegaron como tres patrullas que les hicieron control de identidad y no pudimos hacerlo. Yo creo que interfirieron la llamada. Nos fuimos a una plaza y una camioneta blanca nos seguía. En la mañana rodeamos el Liceo.
Yo estaba de muerte porque Lali estaba enferma y tuve que hablar yo sola, decir esto es una toma. Éramos como novecientas. La directora no quería abrir las puertas, todas se pasaron por la reja y empezaron a poner las sillas. Ella me dijo porqué andas con ropa de calle. Me quité la ropa, abajo tenía el uniforme, y se la tiré. Nos tomamos el Liceo, se fueron los profes y la directora con soponcio.
En la noche nos desalojaron y no había nadie. Fuimos al parque de las esculturas y un grupo de chicas de cuarto medio me quisieron echar porque soy chica y ellas querían ser líderes. A la mañana siguiente le tocó a Lali y se lo tomaron definitivamente. Hubo una semana de apogeo y nos desalojaron, pero como nos llamaron de Lastarria para advertirnos nos fuimos antes. Llegaron con la media contingencia policial y no había nadie.
Me fui al Parque de los Reyes y el Nacho me llamó, yo lo quería ver y además tenía miedo. Dije la verdad y me fui. Se tomaron el Liceo con la Ina a cargo. Un niño rompió un vidrio y quedó todo con sangre. Repusimos el vidrio e inventamos que había sido una niña a la directora. Se formó un grupo, hacíamos turno y éramos como cincuenta durmiendo en la sala múltiple y otras encapuchadas hacían turno. Pensábamos que todo se terminaría en dos meses, no nos dábamos cuenta de lo que significaba. Yo hice un calendario hasta el día noventa y nueve. Teníamos miedo de las vacaciones de invierno. Yo estaba de acuerdo en entregarlo y luego volver a tomar porque era muy fácil pero ningún otro colegio quiso eso así que no lo hicimos.
Empecé a tener problemas con mis amigas por estar acá. Al comienzo se veía mal tomar copete o que se quedara alguien y unas lo hacían a mis espaldas. Empezamos a tener diferencias. A los tres meses ya éramos menos y los papás nos hicieron una celebración, mi mamá lo organizaba, y no vino casi nadie salvo las que estamos ahora. En el dieciocho fue la primera vez que levantamos la ley seca. Yo me quedé y fue todo muy controlado. También me quedé en el once de septiembre, el ambiente estaba muy denso, sentíamos ruidos raros.
Antes de la toma yo no creía que penaban. Una vez puse reloj biológico y dormía pensando en eso. Escuché unos tacos, fui a ver y no había nadie. Volví y se escucharon de nuevo, todas los escucharon. Otra vez, durmiendo con el Nacho, se escuchaba una música que subía y bajaba el volumen. Venía de la enfermería. También escucho mesas que se corren solas.
La primera pelea fue a los cuatro meses. Me dijeron que yo descansaba en los brazos de Lali y yo sentía que no era así, luego nos arreglamos. Empezaron a usar el baño de las tías y ahí comenzó la desorganización de espacios, me di cuenta que las chiquillas también lo hacían y me dio lata porque nunca estuve de acuerdo. Rompieron las reglas de alcohol y hombres. Empezó todo ese rollo de la horizontalidad, todas se creían anarquistas pero igual la responsabilidad recaía en mí y Lali. Tuve muchas veces ganas de renunciar porque no cuidaban el Liceo. Es mi único problema con la toma, siento que no son responsables.
Hubo un tiempo en que me dio depresión y lloraba por todo. Nadie se dio cuenta mas que las profes asesoras y hablaron con la Lali para que me cuidara. Me daban miedo las más grandes que yo, y mis amigos ya me quedaban chicos. Ahora estoy igual.
Siento que lo que estoy haciendo está bien. Mi familia me apoya pero me gustaría que me pusieran más límites. No me dejaban renunciar que era lo que yo quería. Me obligaban a venir. Mi mamá es traductora y mi papá psicólogo y trabaja con niños de riesgo social en San Bernardo, están separados. Mis tres hermanos son chicos y mi hermanastra, de quince, que está en el Carmela, también  pertenece al movimiento y eso nos ha juntado mucho. Somos muy unidas.
El Nacho es del Salesiano Alameda y ha estado conmigo porque no tiene una buena situación familiar. Ha sido difícil porque vivimos juntos. Yo no me estoy quedando en las noches para mostrar mi parecer sobre las cosas en las que no estoy de acuerdo, pero vengo todos los días y trabajo. Las relaciones ya no están bien, hasta con Lali hemos tenido encontrones.
Me he quedado en medio, en edad y en política. Me parece bien la democracia con estado, pero socialista y no liberalista. No necesito del materialismo para vivir. Estoy de acuerdo con los cargos que hay si funcionan bien, y no estoy de acuerdo con el anarquismo porque necesitamos estructura.
Quiero ser profe, disfruto el contacto social. No tengo aptitudes artísticas. Un adulto puede cambiarle mucho la vida a un niño.
Yo creo que la toma va a terminar en diciembre. Seguramente me voy a tener que ir del Liceo y como yo muchos tendrán que pasar a colegios privados. Pocos se quedarán en toma. Esto dañó la educación pública, pero al menos creó consciencia. Lo que más se ha ganado es que la gente diga las cosas, que se exprese, pero no va a cambiar la forma de enseñar. Bueno, además hemos aprendido muchas cosas inesperadas. Nunca fui del centro de alumnas y ahora comencé a hablar con todas, a decir mis ideas. Ahora sé de administración, de producción. Comencé a informarme, a hacer tareas domésticas. De pronto todas sintieron la necesidad de leer, cosa que antes a nadie le gustaba.
            Alina termina de hablar y mira en el patio a un niñito con síndrome de down que corre hacia ella mientras persigue al Amarillo. Se ríe a carcajadas y a cada paso estira las manos queriendo alcanzar al perro que va cada vez más lejos y voltea a verlo de reojo, disfrutando del juego. Se puede ver a ese niño normalmente. Es el único hombre al que el Amarillo no le ladra. Aparece una mujer de mediana edad con el pelo castaño, guapa, que sonríe mucho, le da la mano al niño y llama a Alina. Es mi mamá y mi hermano chico, dice ella, me tengo que ir. Y camina hacia ellos cumpliendo con su papel, como quien va al trabajo sin gusto, pero confiado en que está haciendo lo correcto.
            El Liceo queda vacío y silencioso.


domingo, 31 de marzo de 2013

2


En la zona comercial más concurrida de Santiago hay una esquina llena de púas, como enorme erizo metálico. Plateadas, negras, con manchas de madera aquí y allá. En la entrada dice “Liceo 7: alcanzamos la excelencia académica”.
Han pasado tres meses desde que la toma se instaló por completo, con unas trescientas chicas adolescentes habitando día a día este espacio destinado antes a tan distintas tareas. El Liceo se ha convertido en un personaje, incluso de cierta manera en  un ser vivo. Adentro sucede una rutina de reclusión voluntaria opuesta a la vida cotidiana al otro lado de la reja, sólo se escucha el guitarrista de blues dueño de un kiosco y su perro vagabundo tocando con sus amigos a todo volumen. Entre las salas deshabitadas, plantas creciendo a la buena de la naturaleza y unas tranquilas palomas, todos los días se hacen reuniones con gente que quiere ayudar de alguna forma. Al final la mayoría no lo hace jamás, pero a ellas no parece importarles en absoluto. Hay algunas que están adentro siempre, mismas que nunca llenan la palma de la mano. Hablan de lo que piensan con soltura y a la vez una propiedad académica muy cuidada.
Las paredes también hablan. Salas tras salas de espacios cargados de silencio, con ruidos que vienen de otros lugares. Ahí es posible escuchar cómo suavemente se mueve una mesa o una silla choca con otra. Se oyen pasos donde no los hay, voces, y tacones caminando por los pasillos. Muchas escépticas se convirtieron en médiums acá, y ya habían asumido por completo la presencia de algo que ellas no alcanzaban a dimensionar. Corrían rumores. Que el lugar fue un orfanato hace mucho e incalculable tiempo. Que antes de ser construido un incendio arrasó con vidas. Que había quedado cargado por una energía contenida, igual a la que ellas vivieron mientras eran alumnas. Todas las teorías circulaban completamente fuera del marco de lo histórico en cualquier sentido comprobable y quizás por eso eran narraciones que funcionaban. Desde hacía tiempo que la historia oficial había sido exiliada del Liceo.
Sentada en una banca al margen de la cancha, Alina dice que va y vuelve, y dando la espalda se aleja peinando su pelo largo, oscuro y brillante que se lava cotidianamente en el baño de su casa. Tiene dieciséis años y está agotada. Su trabajo de “vicepresidenta” de la toma no es cosa de niños ni de casi ningún adulto. Le gusta el orden, las jornadas claras y definidas, la limpieza. Difícil esperar esto de una veintena de mujeres entre los quince y dieciocho años que son libres por primera vez en sus vidas. En un comienzo se había dicho que no dormirían hombres y se quedaría afuera el alcohol, ahora el otro día hasta le ofrecieron un pito. Ya nada podía hacer, pese a la gran y sólida estructura que ella veía posible. Va diciendo esto mientras se aleja de Lali y esta ríe mientras recuerda en voz alta cuán diferentes son. Por lo menos en la Alina sí creo porque la verdad he dejado de creer en la mayoría de las chiquillas, dice y deja de reír.
Lali se queda mirando al fondo de la cancha, sentada en una banca a la que le da el sol. Tiene dieciocho años, va en cuarto y al igual que todas sus compañeras ha llegado con un promedio superior a 6,5 a esa escuela. Su pelo también es oscuro y largo, pero ella nunca se lo peina y lo trae como amazona. Es extremadamente flaca, como si una brisa pudiera llevársela volando, se viste como gitana y parece una hippie que lo pasa bien todo el día, pues siempre se ríe y parece más tranquila que es resto. Le duele una cadera que tiene mala, cada cierto tiempo se la soba.
Bueno ¿en qué estaba?, dice agarrándose la cabeza. Decía que tal vez todo partió para mí el año pasado. Siempre me ha interesado el medio ambiente y lo social, y empecé a ir a las asambleas políticas de la ACES y la AES. Fue poco después que en el colegio hiciéramos una huerta y me empezaron a invitar. Cuando comencé a ir me dio miedo porque manejaban mucha información. Primero iba muy de oyente, los observaba. Cómo se sentaban, lo que decían, todo estaba manejado y era demasiado chistoso, aunque para la mayoría era muy fome porque las reuniones duraban de tres a cuatro horas.
Luego fui con los de Juventud Miguel Rodriguez, las juventudes del MIR. Quería saber más pero di cuenta de que eran muy partidistas y jerárquicos. Las chiquillas querían que yo fuera presidenta. Ya cachaba que esto de la toma se venía, todos se estaban organizando a la vez. Estaba además absolutamente planeado en la Concertación con la Camila Vallejo, otra partidista. Llegó fin de año y habíamos ganado el centro de alumnos con un 87% versus la dirección, eso hizo que más nos interesáramos por que se enteraran de estos cambios políticos. Éramos como veinte en el centro, yo iba a ser vice y la Sasu no quiso entonces yo asumí. De lo cual no me arrepiento pero tampoco lo volvería a hacer. No me gusta tener que decidir por nadie.
En mayo comenzaron los ratones. Nunca quise que los mataran, era un tema de dirección porque se estaban pasando a llevar a todas, lo único que les interesa es que paguen y tratan mal a las que son más humildes. Cuando se hizo el paro vimos que si bien el Liceo no tenía formación política ellos podían ver que sí teníamos poder de participación. Nunca me gustaron los que se asumen dirigentes. Fuimos llevando el movimiento a los lugares más periféricos porque los movimientos no se construyen desde partidos o grupos sino desde afuera. Invitábamos compañeras a las asambleas para que conocieran más posibilidades pero la mayoría sólo pensaban en sí mismas, como ahora. Me había salido del cole a fines del 2010. Era la máxima expresión de lo más político en el Liceo y las que más reclamaban porque no se hacía toma nunca se aparecieron a la hora de los hechos.
Convocamos a las chicas para una votación y la directora llegó a echarnos, diciendo que le habíamos faltado al respeto. Yo se la regresé. Se puso a llorar y se fue. Ella era la que nos faltaba al respeto, se lo grité mucho. Una vez me encerraron por lo de las ratas para quejarse de que salieron en los medios. La vieja me empezó a agarrar y zaranderar. Me fui corriendo, me encerré en el baño a llorar. Luego pidió perdón.
Era lunes cuando comenzó y el martes las cacharon unos pacos. Yo no vine hasta después, me dolía la cabeza y estaba cagada de miedo. Estuvimos toda la primera semana en una ocupación cultural. Todos los viernes hubo votaciones para ver si seguíamos y los pacos no entendían nada.
Fue muy liberador no tener que ver más a tanta gente con malas pulgas. La mayoría de los profesores son unas personas cuadradas e imposibles de llevar a cualquier debate.  Las diferentes son Serra, que hace historia, y Evita que enseña tecnología. Ambas están enfermas, una de ellas terminal. Antes que las amenazaran laboralmente nos traían comida y cosas ricas, conversaban con nosotras, nos contaban lo que pasaba desde el otro punto de vista –una de ellas hace clases en un colegio cuico-, nos invitaban a su casa. Son muy buenas profes.
Me fui de la casa. Mi familia no entiende ni con el tiempo. Mi mamá es muy conservadora y conformista y mi papá es de la fuerza aérea, milico. No quiero volver. La otra vez a mi hermano chico lo retaron porque yo estaba “metiéndole ideas en la cabeza”. Antes habría peleado, ahora los escucho. Por contradicción yo creo que empecé a pensar de esta otra forma. Yo era pokemona pero me di cuenta que no me gustaba ir y sacarme la ropa con mis amigas.
Las primeras noches teníamos pacos afuera que nos tiraban piedras. Al comienzo estaba asustada y mandaba mucho pero luego lo fui dejando de hacer porque no me gusta que nadie me mande. Siento que aquí no me dicen las cosas.  A la Alina le gusta la estructura y yo sólo quería desjerarquizar, no creo en gobernar, creo que la gente tiene la capacidad de organizarse pero al final ellas siempre venían a preguntarme las cosas. Siento que me cuesta mucho escuchar a los demás. Hablo mucho. Yo espero que las chiquillas me vean como un igual, pero a veces creo demasiado que yo tengo la razón. No me gustaría volver a ser presidenta de nada, sino una persona que cree en los cambios. Me he estado desligando de la toma, estoy muy cansada. Los caminos son infinitos.

domingo, 24 de febrero de 2013

1


Vieron la primera rata a través la ventana. Alguna niña gritó y todas corrieron a asomarse. Ahí estaba, perfectamente tranquila. No parecía apresurada y nerviosa como cuando su especie se encuentra con la nuestra. Alrededor las otras chicas hacían su clase de gimnasia sin notar el roedor que se paseaba como si ese fuera su verdadero hogar. Daba lento cada paso, de frente, ajena a las respiraciones contenidas y el súbito silencio de la multitud tras el cristal. Su pelo era tan negro y seboso que las cosas se reflejaban en él, captando todos los claroscuros del lugar. Cubría un cuerpo aparentemente joven y robusto, bien alimentado, que terminaba en la cola de anillos rosados y perfectos. Sus patas, rasgando un ruido lejano pero persistente, ya no sostenían ese cuerpo, y se le iban doblando los dedos.
            No se sabe cuánto tiempo hubo en ese camino tambaleante de la rata moribunda,  pero pareció una eternidad que se vino abajo cuando alguien golpeó el vidrio y todas alrededor se dieron cuenta de la escena. Se escuchó un grito agudo, muchas corrieron, el profe daba indicaciones que nadie escuchó. El animal quiso correr pero parecía que estaba dentro de esas pesadillas donde la cámara lenta se impone y por más que tratas no alcanzas la velocidad natural de tu cuerpo. Las colegialas adolescentes entraron en pánico, atropellándose abandonaron la cancha y se pegaron a la pared lo más que pudieron dentro de una verdadera histeria colectiva muy oportuna porque al parecer nadie quería tener clases ese día. Pronto las risas le ganaron a los gritos. Entonces la escena se suspendió.
Desde la ventana Lali recuerda las huellas en el patio de tierra que meses atrás aparecieron, y le duele el estómago. Ese momento sirvió para que se hicieran chistes ahora legendarios como que el Liceo era un gran y profundo water, pero como si fuera un pacto silencioso todas prefirieron pensar que eran de gato. Luego las cacas comenzaron a aparecer por todas partes. En los baños, el laboratorio y el gimnasio, debajo de las sillas y sobre todo en las esquinas que unen la pared con el suelo. Los gatos sólo cagan en la tierra, jamás en el piso, se atrevió a decir una planteando así lo que nadie quería escuchar. El siguiente placebo fue echarle la culpa a las palomas pero bastó comparar ambos excrementos para que esta posibilidad se desechara. Lo que entonces tenían en frente eran diminutas y ordenadas bolitas cafés en fila india, sin esa cosa blanca y las infaltables plumas que dejan las bien llamadas ratas con alas.
Un día llegaron al comedor y ahí estaban las pruebas. Comenzaron a averiguar, alguien hizo un registro de fotografías. Se convirtieron en unas expertas dentro de lo que podría llamarse el arte de identificar heces tal como el protagonista de ese cuento escrito por Rubem Fonseca. No recuerdo el título pero lo importante es que en esa ficción un hombre se obsesionó con observar sus deshechos en el escusado y, paulatinamente, fue notando que de maneras oscuras y olorosas estos le mostraban el futuro. Así, creó un arte adivinatorio, una puerta a la predicción, que venía desde adentro de sus tripas. Algo muy parecido sucedió cuando por fin quedó decidida la realidad de esas señales. Quienes se quedaban en las noches decían haber sido partícipes de estampidas que inundaban vertiginosamente los pasillos, buscando los restos comestibles del día. Eso era el reino de los roedores.
Como todas las buenas historias, esta corrió a la velocidad de la luz. Leyeron los hechos como una extraña y profunda alerta de que había llegado el momento. “Aquí hay ratones”, fue su lema al pararse frente a la puerta de entrada con sus cartelitos en mano y los uniformes pintados. Podían cerrarles la puerta en la espalda pero definitivamente ahí iban a quedarse hasta que algo sucediera. La respuesta fue cercana a lo que ellas esperaban. Les dijeron que no era cierto, “Todos los requisitos de salubridad han sido aprobados, algún animalillo entrará porque estamos tan cerca del río que es una cloaca pero aquí no hay peste ni sobrepoblación ni cacas en todas partes ni nada de nada.” Así que volvieron. Los profesores, la directora y el señor alcalde no les hicieron caso, en apariencia, pero alguien puso el veneno.
 Lali pensaba en esto frente a la imagen de la rata moribunda. Apelmazada entre los otros desde la ventana ahora abierta y vacía, porque casi todas aprovecharon la oportunidad para salir del soporífero salón de clases, en el extremo contrario pudo ver cómo el animal con su último esfuerzo se paraba en dos patas, ayudándose con la mesa unos segundos para luego desplomarse, desinflándose completamente hasta quedar a nivel del suelo. El esqueleto de esos roedores es muy flexible, por eso siempre se dice -y es cierto- que pueden meterse donde sea, incluidas las puertas cerradas, recuperando sin problemas su volumen al cruzar. Ahora nada en ella delataba lo que había sido, salvo la cola que aun se movía. Un tío cuidador apareció con la escoba y zás, rata muerta con todo y cola.
Al parecer algo tenían que aprender de esos animales, incluidas sus pistas defecadas, pues se transformaron en un símbolo de fuerza que bien mirado tiene mucho sentido. Como ningún otro mamífero en el planeta, salvo por supuesto la plaga humana, estos animalillos tan temidos y odiados tienen treinta y cuatro millones de años de historia evolutiva. Recorriendo tierras desérticas, mares, montañas y selvas, han logrado instalarse a lo largo de todo el planeta Tierra salvo en los polos congelados. Son fuertes, ágiles y adaptables. Pueden trepar una pared lisa, aguantar la respiración varios minutos, saltar varias veces su tamaño y reproducirse generosamente. Aunque prefieren ser vegetarianas pueden comerlo todo, literalmente, y aunque en el fondo son pequeñas e indefensas juntas pueden intimidar a cualquier oponente.
Desde el día de la primera rata muerta las cacas fueron reemplazadas por cadáveres y el olor era insoportable. El asco, sin embargo, no era nada comparado al dilema que suponía ser las responsables de una gran e injusta matanza. Eran otros los que debían desaparecer, otros los cambios que se necesitaban con urgencia. Aun así las chicas actuaron indignadas, arrugando sus narices ante los cuerpos peludos de aquellas víctimas y exagerando sus aspavientos de horror. Era, en realidad, el primer y último momento en que las mil trescientas alumnas de esa escuela expresaron en conjunto su intolerancia. El motivo de esa expresión importaba poco, por fin algo iba a suceder. Lo sabían, se sentía en el aire y se escuchaba en todas las conversaciones bajo susurros no muy bien disimulados. Los cuerpos seguían apareciendo, Lali y las otras futuras dirigentes decidieron convocar a una asamblea para actuar con silencio activo. “Buena onda con los ratoncitos, ellos no tienen la culpa y desde ahora serán bienvenidos. Así que manos a la obra chiquillas.” En pocos días todo estaba listo y una mañana de mayo cerraron la puerta con ellas dentro.