viernes, 12 de agosto de 2011

Chile: notas antimilitantes


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Nunca me he sentido plenamente chilena, aunque tengo la nacionalidad por parte de mi madre. He vivido aquí hace más o menos seis años –soy mala para los tiempos y peor para los números- y pasé dos períodos en mi infancia que al juntarlos podrían sumar cuatro años. En total, y considerando las imprecisiones, por ahora son ocho años enteros en este país.

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Cuando digo “este país” cometo una grave equivocación digna de cualquier santiaguino: creer que Santiago es Chile y no tan solo una mínima parte, por cierto la más fea, injusta y violenta. Los años que he vivido en Chile los he vivido realmente en Santiago.

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Santiago siempre fue para mí un lugar irrespirable. Pesaban mis recuerdos de la ciudad en verano, cuando no se podía salir, cuando caminar unos pasos por la calle era motivo suficiente para ponerse en el peor de los humores. Desde niña me fijaba cómo muchos encuentran la salida a ese malestar exterior entrando a un mall, donde el aire es artificialmente fresco e impoluto. Como siempre me han deprimido profundamente los centros comerciales mi tendencia era encerrarme a leer, misma tendencia a la que echaba mano cuando necesitaba resguardarme del frío, cuando no quería convivir con gente que no me interesaba, cuando sentía vergüenza, rabia o simplemente no entendía y no quería entender.

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Chile como país es para mí un lugar mágico, de gente silenciosa, de naturalezas extremas, con desiertos desconocidos donde me reconozco en sueños, bloques de hielo que se escuchan crujir cruzando los límites sonoros y bosques llenos de hadas y duendes. Recuerdo haber estado en uno de esos bosques con dos grandes amigos (chilenos) y decir en voz alta “Esto es lo más bello que he visto en mi vida”. Era cierto.

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Chile me ha dado dos cosas imprescindibles: la profesión y el amor. Aquí conocí a mi esposo, chileno, del que me enamoré al instante y para siempre. Aquí estudié literatura. Me gusta decir que soy afortunada de haber leído a los poetas chilenos en Chile. Tantas vacas sagradas que no bastan mis dedos para contarlas. Sin importan los gustos, hay de todo. Pero lo más interesante es que estos grandes de la poesía siguen brotando. No sólo algunos jóvenes ya conocidos, también otros que no han publicado y tantos chicos de catorce, quince años escribiendo cosas que te pueden matar. No voy a indagar aquí en la pregunta de porqué la poesía chilena está tan elevada, sólo digo que es cierto y no se trata de una etiqueta superficial.

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El trato de la gente en esta ciudad puede ser una terapia de shock para cualquier latinoamericano. Yo, que venía de México, no podía entender porqué un desconocido no me respondía al darle los buenos días. Porqué el mal trato a los demás, el deshecho de la amabilidad. Porqué esos rictus de sonrisas invertidas en la calle, porqué la falta de color en la ropa siempre negra de la gente. Porqué nadie grita ni baila de pronto, sólo los locos. Porqué nadie sabe nada de lo que ocurre en el otro lado de la ciudad siendo que Santiago es tan pequeño.

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Una vez estuve de visita y le pedí a una amiga que vivía en los dominicos si me podía llevar de noche a bellavista, en el centro de la ciudad. Había escuchado que esta zona contaba con bares de jazz y tenía ganas de conocerla. No hubo caso.

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Otra vez invité a un ex novio de maipú a un cumpleaños en los dominicos. Mientras caminábamos por las calles del “barrio alto” yo miraba su cara de desconcierto, como si estuviéramos en otro planeta. ¡Tantas mansiones!, él no lo podía creer. Me sentí como un lector privilegiado. Alguien que, por casualidades o decisiones propias, ha visto más que la mayoría y puede comprender o tan siquiera reconocer diversos códigos. Porque él tenía razón al impactarse de esa forma. En esta ciudad hay diferentes planetas y la comunicación interplanetaria prácticamente no existe.

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Los chilenos tienen muchas ideas preconcebidas sobre sí mismos, y a mi parecer estas son culpables de que la cosa simplemente no avance. La más grave es creer que utilizan erróneamente su idioma, que “hablan mal” el español. Pregúntale a cualquier chileno, todos opinan lo mismo. Por suerte existen lingüistas dedicados a estudiar los procesos del habla, mismos que pueden comprobar con argumentos científicamente sólidos el absurdo de este prejuicio. La lengua no es una idea estancada en el tiempo, está viva. Por lo tanto definitivamente no podemos esperar que la forma correcta de hablar sea la más parecida a cómo se escribe, o a lo que se acostumbraba en la colonia. No es casualidad, los chilenos admiran el habla de los peruanos, de los mexicanos, de los colombianos: todos importantes virreinatos, grandes centros coloniales. Pero explícale a un chileno que en realidad no habla mal, que simplemente utiliza el español a su manera, que si se come letras es su sello distintivo, que si utiliza menos palabras igual puede decir lo mismo que Sor Juana en sus mayores inspiraciones. Trata de decírselo, se enfurecerá, se defenderá con argumentos prestados de la mala educación escolar, puedes traer al mismo Chomsky para que le haga entender las naturalezas del lenguaje y permanecerá en el mismo sitio. Nada ni nadie le arrebatará su auto-odio.

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Otra idea preconcebida que mata a los chilenos es el creer que en Chile la cultura está en pañales o simplemente no existe. Aquí todos nos olvidamos de algo esencial: la cultura no la hacen los ministerios, ni la academia, ni la tele, ni las grandes plataformas artísticas. Si bien es cierto que en éste país hay poco o nada de apoyo gubernamental para asuntos de arte –el suplemento cultural en uno de los periódicos más prestigiosos se llama “Cultura y Entretención” como si una cosa forzosamente tuviera que ir ligada a la otra-, a todos se nos olvida que la cultura la construye uno como individuo y ciudadano. En la historia de nuestra humanidad, la mejor cultura ha tendido a ir directamente en contra de los grandes proyectos estatales justamente porque en ellos no ha encontrado apoyo. Hacer que el arte viva es responsabilidad de todos, más aun si no se tiene ayuda patrocinadora. Por supuesto pensar que no es asunto tuyo, que uno es víctima de la injusticia, resulta muy cómodo.

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Nunca pensé que la alegría y la tristeza se pudieran sentir juntas. Creo que por eso escribo estas divagaciones. No para pontificar, ni sermonear, ni moralizar, ni convencer a nadie de nada. Para panfletos ya tenemos suficientes y en lo personal ese tipo de discursos me provocan desconfianza automática. La escritura que aquí presento es ante todo para tratar de entender qué es lo que me sucede frente a las manifestaciones sociales que se están propagando en mi país Chile. ¿Por qué no puedo experimentar emoción y felicidad sin más? Defender nuestra naturaleza en el sur, luchar por una educación “gratuita y de calidad”, exigir el fin del lucro a la salud, insistir en la dignidad de todos los trabajadores que en estos momentos son explotados sin ninguna misericordia, son todos asuntos a los que no puedo mas que sumarme. ¿Quién no, digo yo?, y aquí está la pregunta.

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Cuatro de agosto del presente año, a medio día. La primera vez que me uno a una manifestación. Salgo a la calle, hacia plaza italia, y me encuentro con los estudiantes en el parque forestal que avanzan en la misma dirección. Entro en el grupo. Todos caminan pacíficamente. Pronto llega un tanque de la policía y todos salen corriendo. El gas lacrimógeno impide respirar. Tomo una calle adyacente y lloro sin esconderme. Tengo la fantasía de que las personas me ven y no olvidarán. Vuelvo al parque, comienzan a llegar jóvenes encapuchados que destrozan todo a su paso. Les grito que son unos imbéciles, les digo a los estudiantes que esas personas no tienen ninguna diferencia con el paco más violento. Nadie detiene a los vándalos, ni lo intentan. Los animales tienen miedo. Me preocupo por ellos y estos, al ver que alguien nota su presencia, se acercan corriendo. Los acaricio, les digo que no se preocupen pero ni yo me la creo. Pronto la policía se deja caer con todo. Huyo. Me veo sin salida, frente a mí una línea de carabineros dándome la espalda. Algunos jóvenes se acercan de frente a ellos, les tiran piedras. Los pacos tiran lacrimógenas sin piedad. Corro en sentido contrario, se me va la sangre del cuerpo y caigo al suelo. La gente pasa corriendo junto a mí. Una policía se detiene, me levanta, alza mis brazos, me frota las manos, me dice que respire y que no tenga miedo. La abrazo largo. Sigo llorando. Le pregunto porqué hacen esto. ¿Ellos o nosotros?, responde. Le digo somos lo mismo. Me explica ellos tienen que entender, no pueden manifestarse de esa forma, no pueden "vandalizar". Termino la conversación confesándole que a mi parecer hay psicópatas de ambos lados. Sonríe y le doy un último abrazo. Una chica se acerca y me alerta, no te confíes de ningún paco aunque sea paca porque te van a sacar los dientes. Me dice tal vez en México las cosas no son así pero aquí la policía es violenta. Me da un limón. Le respondo que la policía en México te secuestra te viola y te mata. Le recuerdo que los pacos también son seres humanos y que esa mujer uniformada fue la única que me ayudó. Nos sentamos en una vereda, hablamos un poco más, se cerciora de que estoy bien, nos separamos.

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Cuatro de agosto del presente año, en la noche. Estoy leyendo en mi casa y escucho un ruido metálico. Mi gata se asusta, yo también. Pienso que alguien está en mi terraza y me entrego a la situación, que sea lo que sea. Pronto me doy cuenta de que son cacerolazos. La gente saca sus ollas y hace ruido con ellas, como la fantasía de cualquier niño, en señal de protesta. Salgo a la terraza y me uno. Más tarde bajo a la calle. La gente no para de llegar. Hay energía de fiesta. Se congregan y cantan va a caer la educación de pinochet. Entre medio hay gente que no canta, que no tiene cacerola en la mano, que observa distante. Me acerco más al tumulto y veo que hay imbéciles quemando cosas, comenzando a violentar un banco. No digo nada y veo que nadie lo hace. Puede más la emoción. Puede más la verdad del momento pero ¿qué verdad? Vuelvo triste a mi casa. Siento miedo, ¿por qué no ha llegado la policía? Pero finalmente llegan, y plagan el centro de la ciudad con lacrimógena, y no podemos respirar aun dentro del departamento cerrado. Me quedo dormida, como si me hubieran dado con un palo en la cabeza. Como sea. Ese día tuve la sensación de que, en un momento a otro, Chile cambió irrevocablemente.

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Mis abuelos maternos salieron de Chile en 1973, con los militares pisándoles los talones, cargando con mi tía y mi madre adolescentes. En el exilio, tanto en Puerto Rico como en México, ayudaron a quienes estaban en la misma situación y su casa mantenida a sueldo de profesor universitario se transformaba en campamento. Mi mamá creció escuchando historias horribles de persecuciones, torturas y desaparecidos. Esa era mi historia de Chile, y pinochet el malo del cuento. Cuando llegué al país me impresionó encontrarme con la realidad: no todos pensaban como yo. De hecho algunos ponían una cara de completo espanto cuando se daban cuenta de que mi familia chilena había sido comunista.

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Hace poco tuve un gran amigo declarado de derecha que simpatizaba con todo tipo de fascismo. Nos unía el amor por la literatura. Nunca había estado humanamente cerca de alguien con una tendencia política tan contraria a la mía y, a decir verdad, me gustaba. Incluso me sentía orgullosa de tener su amistad, de constatar que somos seres humanos y podíamos querernos por nosotros mismos. Creí que esa relación duraría para siempre, el amor era verdadero, pero la cosa se fue poniendo paulatinamente amarga. Ignoro porqué su actitud cambiaba, llegando al punto de que se convirtió en un ser displicente conmigo. Por supuesto, su historia debe de ser otra e igual de válida. Pero la cosa es que todo terminó, lo sabemos, y ahora somos cordialmente distantes. Fue un golpe tremendo para mí. Recordé una frase que leí en algún libro cuando era adolescente: “El fin de una amistad es tan misterioso como su comienzo, simplemente sucede”. Triste pero cierto. Con todo, no puedo dejar de pensar si nuestro fin de amistad tuvo que ver con algo más que ese gran misterio.

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Ahora no puedo ser indiferente ante lo que está sucediendo en mi país. Esto me arrebata, y quiero ser arrebatada, me niego a reprimir el huracán emocional que llevo dentro. Creo que estamos estancados en un problema que urge solucionar. Se nos olvida todo lo que nos une, pero tenemos bien presente lo que nos separa. ¿Cómo vamos a llegar a algo si no empezamos siendo críticos con nosotros mismos? Es muy fácil odiar al enemigo, culpar al enemigo, distinguirnos del enemigo, burlarse del enemigo, hacer oídos sordos al enemigo. El mérito, sin embargo, está en escuchar al otro, tratar de entenderlo, acercarse a él y atesorar cada hebra que nos une. Soy ignorante y no tengo ninguna verdad sobre nada, lo que digo aquí lo intuyo como persona, en mi naturaleza más básica que es la que comparto con la gente desde mi vecino hasta un individuo en Camboya o los seres que estuvieron aquí hace millones de años. Todos tenemos miedo, sea cual sea nuestra orientación, y nos golpea una idea: ¿se está repitiendo, de nuevo, la historia? “Amor” o “paz” son conceptos en extremo discutibles, no así humildad y comprensión. Seguiré apoyando como pueda todo movimiento que tenga una causa justa, pero no voy a caer más en la ingenuidad de ver las cosas en blanco y negro. He tenido suficiente. Basta.

domingo, 7 de agosto de 2011

Cristina Lucas: Risa y recuperación

(Publicado en Arte al límite)


***Sus reflexiones sobre la responsabilidad del ciudadano rescatan ideas ensuciadas por la historia, desempolvándolas, entregándoles un aire fresco y regenerador.***

A primera vista las obras de Cristina Lucas (España, 1973) pueden parecer inofensivas, sin embargo resulta imposible no acercarse a ellas. Hay una fuerza narrativa que despierta un placer de infancia, el de un cuento bien contado. Las piezas que aquí toman su lugar son videos tan lúdicos que su difícil relato entra en el entendimiento a través de la risa, sin aspereza, convirtiéndonos en sus activos personajes.

Entran unos perritos avanzando en dos patas, endebles y decididos. Han salido de su casa y van por diferentes rincones de un pueblo con sus lenguas al aire. Esta imagen ha sido un lugar visitado por varios grandes pensadores para definir a una mujer que ejerce quehaceres creativos, “… como un perro caminando en sus patas traseras. No lo hace bien, pero es sorprendente que lo haga”. Se trata de una de las muchas enfermedades históricas bajo las que Virginia Woolf puso su dedo índice en Un cuarto propio. Cristina utiliza este libro como punto de unión hacia una línea larga, y destapa la imagen de toda metáfora. La obra se llama “Tú también puedes caminar” (2007), pues hay monumentos culturales a quienes leemos sin dudar nunca de su completo e impecable sistema de raciocinio, sin darnos el derecho a conocer y cuestionar. Aterricemos aquí en una plaza madrileña donde un busto de Ruosseau permanece digno desde el pasado intocable. Cristina se ha instalado ahí con un libro en las manos: el “Emilio”, donde el creador inapelable de nuestra democracia moderna se esmera en exponer un primer tratado de educación. En la plaza se congregan mujeres de todas las edades y leen. “El destino especial de la mujer consiste en agradar al hombre”, dice este líder de la ilustración, dejando ver una realidad incuestionable en la que Cristina jamás deja de entrar con bisturí. En el video “Rousseau y Sophie” (2009) las allí presentes, animadas a reaccionar en libertad, van y le dan de porrazos al busto. Esas grandes cabezas que en aquellos años lucharon por la ciudadanía jamás pensaron en incluir dentro de su proyecto a sus colonizados, entre ellos la mujer.

La artista es una lectora, no solo de textos sino de imágenes, y puede sintetizar resultados frente a los cuales caemos rendidos. En “Big Bang” (2008/10) la vagina aparece como encarnación de “El origen del mundo” de Gustave Courbet, pero no está en reposo. Con un pincel comienza a trazar líneas que pronto forman letras y luego palabras. La creación del universo, desde el lugar donde la vida humana surge. Y dentro de la mente, en sintonía con la imagen, todo estalla y ocupa distancias antes inexistentes. Porque ese cuerpo de redondeces suaves y blancas ha sido el objeto de contemplación suprema, mas tenía prohibido salir de ese espacio irreal y las mujeres artistas brillan por su ausencia en la historia del arte. Así, en el esmerado aire emancipador de “La liberte raissoneé” (2009), el cuadro de Delacroix adquiere movilidad y entramos entonces en otra conocida escena como en un sueño. Los ritmos son lentos y la atmósfera definitiva. Hay hombres que corren enaltecidos por su pasión. Está una mujer que alza la bandera y también corre pero de ellos, como pronto alcanzamos a notar cuando ya es demasiado tarde. La han perseguido, abusado e incrustado una herida fatal.

“Habla” (2008), le dice Miguel Ángel a su Moisés luego de terminar una definitiva obra maestra y ver su asombrosa similitud a la vida. “Para mí este gesto está lleno de sentido: exigirle hablar al patriarca de las tres religiones monoteístas”, dice Cristina, y se toma la libertad de intentarlo una vez más. La obra se da en un amplio espacio donde la gran escultura se asienta en toda su ceremoniosa presencia. Cristina se acerca con un gran martillo. Habla, le pide mientras lo golpea. El profeta es duro, ella tiene que batallar un tiempo que se hace inmenso, descansar un poco y seguir hasta que consigue derribarle la cabeza. Así se cierra este cuento. Como perros en dos patas llegamos al lugar de la artista, sentada en el suelo, entregada a su cansancio. La escultura nunca dice palabra, se queda ahí con toda su materialidad expuesta, lejos su incorruptible naturaleza de patriarca dignatario. Se pueden proponer moralejas, pero no existen finales felices salvo en la posibilidad de inventarlos nosotros.

La evolución formal de esta artista ha sido tan clara y coherente como su talento de narradora donde el contenido salta en las direcciones que quiera, explorando de frente el pasado que lo parió. En el uso del performance, video y fotografía de estas obras los materiales están al servicio de las ideas y no al revés. Por estas cualidades sumadas a su constante producción, Cristina no ha pasado desapercibida, y se le considera uno de los artistas españoles que siendo jóvenes tienen una voz en el arte contemporáneo. Su voz también forma parte de una revolución vigente. Cada vez que puede ella aclara que el feminismo, tan mal leído, es sólo ciudadanía, democracia. Sin poder constatar esa palabra ni siquiera en su realidad de europea, asegura que toda la gente de bien seguirá luchando por conseguirla donde todavía no se ejerza.

lunes, 1 de agosto de 2011

Zurita en el pozo del tiempo

(Publicado en El ciudadano)


Volver al 11 de septiembre de 1973, a un país y a un hombre. Las claves se extienden a la vista y las apreciaciones, aunque diversas, giran sobre un mismo círculo. Para entrar de lleno en esta poesía hay que ser capaz que visitar una y mil veces los mismos paisajes, sueños, lecturas y fantasmas. Es necesario sumergirse en ellos sin cansancio, alerta, pues cuando se cava profundo van apareciendo señales de lo que ahí se entierra. Luego de conocer Zurita, su último libro donde las posibilidades se abren hacia dentro, quizás pueda leerse la obra Raúl Zurita (Santiago, 1950-) como un solo poema.


¿Cuál fue tu experiencia mientras estabas preparando el libro?

Fue gradual. Yo nunca pensé que en un viaje a Alemania por cuatro meses, el año 2002, de pronto me iba a sentar y me iban a empezar a surgir una serie de imágenes que en ese momento no sabía lo que conformaban. Pero curiosamente decidí hacer un buen número de hojas y todas ellas están, o sea no se perdió nada. Entonces uno sabe poco, finalmente. O, mejor dicho, hay que hacer el esfuerzo máximo, porque de todas maneras aquello que no controlas, llámese inconsciente, historia de la lengua o lo que sea, hará lo que quiera con tu escritura.

¿Cómo es para ti el personaje Zurita que aparece aquí?

Yo entiendo que el arte, o tiene relación con la vida o no tiene relación con absolutamente nada. Pero al mismo tiempo todos esos géneros de memorias o autobiografías los encuentro por lo general bastante detestables y bastante fomes. A mí me aburren al menos. Entonces es tu vida, pero tu vida pasada a través de filtros, de mangueras, de engranajes, de cadenas. Tú alimentas literalmente con tu sangre las obras, pero no es esa lectura ingenua de contar hechos sino que es contar lo que queda entre hecho y hecho. Las texturas del tiempo, las texturas de tu propio cuerpo, las tonalidades. Finalmente la literatura, la poesía, el arte en general es lo único que le puede dar a los hechos la piedad y la compasión que los hechos en sí mismos jamás tienen. Murió mi padre, ayer me encontré con mi hijo, hoy tuve un nieto: son datos. Entonces lo único que les da su dimensión abismal y humana es precisamente el arte. El arte le da a los datos la dimensión de su humanidad y de su terror también. Entonces, en ese sentido, uno cuenta su vida. Pero la cuenta desde la urdimbre de los hechos, desde lo que los hechos dejan como huellas.

¿Cuál es la poesía chilena que más amas?

Son dos fundamentalmente. Nicanor Parra y Pablo Neruda. Son totalmente distintos y sin embargo ambos tienen una cosa en común: son experimentos radicales. Son experiencias absolutamente a fondo. Se dice que la poesía final de Neruda se ablandó, puede ser. Pero las tentativas del Canto general y Residencia en la tierra son empresas extremas. La Antipoesía también es una empresa extrema.

Me llamó la atención el comentario que aparece en la contraportada sobre “la desoladora literatura con que ha comenzado el presente siglo”.

Basta leer al mismo Bolaño. Este comienzo de siglo ha sido un desierto, y es esa la imagen que millones y millones de seres humanos tienen de él. Es un comienzo de siglo bastante aterrorizante, en realidad. Y creo que la literatura y la poesía lo está reflejando profundamente. Ojala que no sea así, pero hay una suerte de escalada del terror. Del terror casi metafísico, y la literatura que de verdad cuenta lo está reflejando.

¿Tú crees que se puede leer a un país desde su poesía?

… Sí.

¿Cómo sería la lectura de Chile desde su poesía?

Si uno leyera a Chile desde su poesía podríamos ser conscientes y mirar nuestra fragilidad como pueblo; reconocer la necesidad de amor que tienen todos los seres humanos, todos los pueblos; ver nuestros temores, nuestros terrores; y darnos la posibilidad entonces de, con todos esos saberes reunidos, inventar un nuevo sueño. Inventar un nuevo porvenir.

Han surgido muchos comentarios donde se asume que Zurita escribe una historia de Chile, pero me parece mucho más que eso. Creo que en este caso es una metáfora de algo íntimo y basto, igual que como suele suceder con los paisajes en tu poesía. ¿Podrías hablarme un poco de eso? ¿Qué es Chile en este libro?

Chile en este libro es también un desierto. Un paisaje desolado, atravesado por el viento. Y donde las cosas, el que habla o los que hablan, están en un presente inmediato y al mismo tiempo es como si todo hubiera sucedido hace miles de millones de años. Por alguna razón que desconozco, pero que desconozco profundamente, siento que todo lo que me ha tocado ser está ligado a la historia de esta aldea. Y si como ser humano el Chile que ha nacido me parece detestable, entonces estas imágenes de Zurita son imágenes de países arrasados.

Yo creo que las obras literarias son metáforas de algo que se desconoce, son respuestas a preguntas que todavía no se han formulado. Entonces tal vez mi imagen de este país neoliberal se traduce en la obra a través de los desiertos. Es la reiteración lo que está acá. La reiteración del mal, del daño. No puedo ser un crítico o un comentarista de mí mismo, pero creo que esta es una obra de un tipo a quien se le murió el papá a los dos años y que trata de partir del dato de su existencia. Y tal vez si tú llegas al fondo de éste dato de tu propia existencia, es posible que estés comentando el dato de todas las existencias. De todas las historias. En una historia humana tan trágica y contradictoriamente civilizada como la de la humanidad, la historia a veces toma la forma de una absolución. Se sintetiza. Entonces, el daño es el daño que seres humanos le causan a otros seres humanos. Los torturan, los matan, los hacen desaparecer. O cuando alguien muere de hambre como está sucediendo hoy en África ahora –a las guerras se suma una sequía feroz-, es la humanidad entera la que muere, la que fracasa. Por eso yo creo que este libro es un libro desesperanzado.

Si vamos a recomenzar, pues siempre estamos recomenzando, recomencemos desde el fondo, desde lo más duro, desde lo más dañado para que efectivamente otros seres humanos imaginen un futuro y lo imaginen desde la fuerza y desde la consciencia de todo el daño inútil que unos a otros nos hemos causado.

Hay un momento en El día más blanco donde se describe cómo el protagonista se da cuenta de que todos los rostros son uno solo, y es la infelicidad la que nos hace pensar que son más. ¿Crees que este libro tal vez pueda leerse como el gran esfuerzo por juntar todos los rostros?

Qué bonita lectura. Es una bellísima lectura. Creo que este es un esfuerzo por juntar todos los rostros. Creo que ese libro que mencionaste, El día más blanco, es también la base de todo. Es el sedimento sobre el cual doce años después vuelvo a los mismos temas y los empiezo a pensar de nuevo.

Al leerte uno siempre vuelve a los grandes espectáculos de la naturaleza como metáforas de las pasiones humanas. En ese sentido me parece bella la sincronía que hubo en el lanzamiento de este libro con lo que está sucediendo dentro del país. Lo ligo a tu idea del arte como preservativo del dolor.

Toda obra de arte, sea lo que sea y toque el tema que toque, sea cual sea el género, está diciendo no fuimos felices porque si hubiéramos sido felices todo esto no habría sido posible. La historia del arte es la historia de la desventura humana. Si hubiese sido una aventura feliz, el arte no existiría. Entonces la historia del arte es la historia del dolor. Eso no significa que no pueda existir un arte feliz, pero la alegría angélica no necesita ser retratada más que en la alegría. Hay un mito mapuche, una historia de creación mapuche que dice estaba Negchén solo y se sintió solo. Se preguntó porqué, y entonces mandó una parte de sí mismo para que hiciera el mundo, un hijo. Lo tiró con mucha fuerza por lo que al chocar con el agua de la oscuridad se desmayó. No creó nada porque estaba aturdido. Entonces Negchén mandó a su mujer, que en el fondo era otra partición de sí mismo, para que despertara al hijo y pudieran hacer el mundo. La mujer primero le despertó la frente y formó el cielo y las estrellas. Después le fue despertando los brazos y de esos brazos se formaron las cordilleras. Lo iba despertando parte por parte, y con las partes que le iba despertando se iban creando los peces, el agua, todo. Pero se le olvidó despertarle el corazón. Entonces el corazón se despertó solo, medio atontado y de allí nació el hombre que es lo último que nació. Por eso no entiende, porque llegó tarde, y por eso está condenado al pensamiento y le teme a la muerte. Es el eslabón más bajo de la creación. Entonces los grandes poemas de la felicidad siempre han sido permanentemente desmentidos, pero algunos vuelven a un algo maravilloso pues son apuestas por la felicidad. El arte, en ese sentido, es el preservativo del dolor.

Normalmente hay un arte muy potente que surge en las peores circunstancias, como desde las cenizas, y es el caso de obras que surgieron en la dictadura. Dentro de las movilizaciones sociales que se están multiplicando, ¿existe para ti la posibilidad de que el arte sea una herramienta efectiva?

Yo creo que todo movimiento que tiene como trasfondo un proyecto revolucionario, de revolución, es un proyecto artístico. Pongámosle el nombre que le pongamos, no creo que el arte como una disciplina tenga algo que hacer allí porque las manifestaciones son arte y poderosísimo. Entonces no creo que desde la academia por así decirlo, por vanguardista, amplio e iluminado que sea, se instale a sacar eso que es la movilización. Eso es una vieja proclama del CADA. El sólo hecho de pensar, entrar en los espacios de vida sólo con la mente, aunque no se tradujera en ninguna acción, ya es un hecho artístico.

¿Tienes ganas de seguir escribiendo poesía?

Estoy en el limbo. Un sueño que tenía era dedicarme a fumar y a leer. Dejé el cigarro, entonces la verdad no sé. No sé, por un tiempo trataré de ordenar mis pensamientos.

Creo que, finalmente, fui más o menos fiel. Seguramente hay algunos desvíos. Pero las cosas que me planteaba cuando joven son más o menos las mismas. Siento que este libro final, si es el último, está bien. Cierra algo que no es tan incoherente.

De hecho tiene mucha coherencia. Cuando volteas hacia atrás y piensas en lo primero que escribiste, ¿cómo sientes a Purgatorio mirándolo desde Zurita?

Para mí es un libro con el que he pensado mucho sobre ese Purgatorio. Creo que éste es un libro perfecto, perdona la palabra. Es perfecto, lo cual no significa nada, pero es perfecto, a ese libro uno no le puede mover una letra. Pero no es eso lo importante. El personaje que hay ahí es el mismo personaje con el que me encuentro treinta años después. No es tan distinto. Además que detesto la poesía bien hechita, pero he estado leyendo unos poemas de Ungaretti de dos líneas. Me tienen alucinado. “Hoy es todavía ayer / Yo no quiero que sea también mañana”. La poesía es un gran arte, pero los poemas tienen que ser como eso o no son. “Hoy es todavía ayer/ Yo no quiero que sea también mañana”.