lunes, 19 de diciembre de 2011

Animalia (extractos)


Anónimos

En medio de la selva tropical nació ese enorme lagarto al que, mientras el tiempo pasaba, comenzaron a salir alas. Luego se alargó, su cuerpo llegaba mucho más lejos. Alguno que otro dijo que lo había visto nacer, pero la mayoría solamente lo miraba pasar de vez en cuando entre los árboles o las corrientes más bravas del río. Era un animal diferente a todos, entonces algunos lo queríamos cazar pero la mayoría lo queríamos adorar. Pura vida ese animal. Cómo le explico que cada vez que lo veías pasar todo a su alrededor vibraba. Los monos gritaban fuerte, los insectos salían, los jaguares chillando como si muchos puñales se enterraran en su barriga. Las ramas yendo, viniendo, sacudiéndose. Por un momento ves claritas sus escamas de piedra, te reflejas en ellas, ves esas plumas que son como si el quetzal hubiera parido mil veces machos y todos entregaran su homenaje, como si el pavo real europeo se quedara siempre abriendo su pecho y soportando por mucho tiempo ese esfuerzo que normalmente lo deja rendido. No. Todos los pájaros, todos, se habían reunido en esa cresta de ave. Eran grandes, anchas y brillantes, y percibían la más pequeña brisa ondeándose sin parar. Ahí parece ser el plumaje quien está vivo pero en verdad es el viento hablando. Entonces sin que uno se lo pudiera explicar desaparecía devolviendo todo a la normalidad.

Todo esto se lo cuento. Y claro que era bello el animal, pero igual dabas un brinco de espanto, te quedabas así como si creyeras que estás en un sueño, pero no lo estás, sientes que las fuerzas del cuerpo se van. Tienes que quedarte despierto, sostenerte en tus piernas porque si no hasta ahí nomás llegaste, no hay nadie que pueda revivirte. Al parecer te lleva con él, sabe usted que se alimenta de vida animada para seguir su camino por el espacio. Todos tenían mucho miedo de que no volviera, comentando y festejando cuando les tocaba verlo pasar. Porque si no, imagínese, nos quedamos en plena oscuridad, muertos de frío, indefensos entre esas tinieblas. Muchos se mueren, yo creo, para empezar las plantas. Tal vez se podrían hacer fogatas pero ¿y si no? Nadie te lo puede asegurar, después de todo la gran bola de fuego habría desaparecido.

Siempre pensé del sol que es un malvado por comportarse así, un como dicen narciso porque se olvidaba de todo lo que no era su propia vida. Como si fuéramos invisibles para él, como si pasara mirando no sé qué allá adelante. Siempre pensé que le bastaba con uno, de pronto se le paraba el corazón a algún joven de por acá y fin del cuento, pero yo creo que por el miedo se ensañaron los altos funcionarios empezando cada vez más seguido a hacerlo públicamente. Pero ellos siguen matando y haciendo morir a tantos, y él cada vez más cerca, y este maldito calor. Se necesitan muchos para que los canales de agua cambien sus colores, los filos enterrándose en la carne, hundidos en el corazón que late un ratito más y luego se chorrea. Olía a metal en el aire, las fieras llegaban y a la par de eso muchas ciudades se hacían la guerra. Todos reclamaban por alguien, todos lanzaban sentencias, ya no se podía estar tranquilo. Tan distraídos andábamos que ya nadie veía a ese ser más, ni se pensaba en él, como ahora. Pero de que anda por ahí anda por ahí. Esto cuentan y quién sabe pero porqué no va a ser cierto. Mire usted que cuando los escoceses hablan del monstruo del lago Ness -monstruo le llaman qué culpa tendrá él- hasta les hacen películas y programas en la tele, pero cuando alguno de nosotros contamos lo que se ve aquí en la selva nos miran como una manga de indiecitos supersticiosos.

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