miércoles, 22 de septiembre de 2010

Francisco Papas Fritas: El retorno de las utopías

(Publicado en Arte al límite)


*** Dialogando con las manifestaciones más contemporáneas, estos trabajos quieren hacer del arte el medio por donde los cambios globales encuentren su camino ***

Su nombre recuerda el alimento más consumido entre los jóvenes chilenos. También funciona como comentario sobre la importancia que se le da en este país a los apellidos. Tanto la comida como el rastro genealógico, carecen de contenido. Ni las papas fritas son nutritivas ni el apellido ilumina la naturaleza de una persona. Las interpretaciones son muchas, y solo dependen del lugar de donde vienen. Así, se entra en esta obra desde un chiste lingüístico que envuelve estudios más profundos.
Francisco Papas Fritas (Santiago 1983-) tiene veinte años cuando comienza a hacer proyectos, convirtiendo sus carencias en ventajas. Al no poder darse el lujo de gastar el dinero que las universidades exigen, decide ser autodidacta y tomarse en serio su educación. Encuentra formas para que vida y trabajo sean un mismo cuerpo de ideas coherentes. Investiga sin descanso desde su casa en San Miguel. Se convierte en un erudito en política y arte contemporáneo. Le preocupan los seres humanos asfixiados bajo esas dos estructuras gigantes, y localiza conductos donde ambas se explican mutuamente. “Cuando dios hizo el arte contemporáneo me hizo a mí” (2006) es la instalación de uno de esos conductos. Se ha retratado a sí mismo como artista discapacitado mental. Situaciones de alerta emergen de la oscuridad para posarse frente a la vista de todos. Somos parte de un sistema que inhabilita tanto al arte como a la gente con problemas físicos pero, a diferencia de estos, pareciera que el arte ha perdido interés por ser útil a la sociedad.
Francisco observa cómo todos sus colegas deben hacer reverencias al gobierno, quien los pone a prueba determinando su disposición a seguir protocolos, llenar formularios complicados y reunir exhaustivas informaciones perdiendo meses de energía. Finalmente se premia al que se enmarca mejor dentro de la lógica de ese gobierno de turno, financiando en parte su propuesta. El tatuaje “Fotocopiar el Edén” (2007) afirma su apreciación de esa realidad. Muchos montan en cólera, sobre todo aquellos vinculados al mundo artístico. Se dan cuenta de que reproduce descaradamente obras de la historia del arte contemporáneo. “Copiar y pegar, contextualizar y listo”, responde él. Después de un año entrega su cuerpo en “I see death people” (2008). Dentro de una instalación, expone su espalda desnuda a quien quiera golpearlo con un látigo a cambio de dinero. Les permite dar rienda suelta a su indignación para depositarla en forma de heridas. De paso, profundiza en sus indagaciones sobre el “Fascismo mágico”. Él intuye que todos los chilenos tienen un fascista reprimido en su interior, que sólo existe a modo de fantasma. En esta obra ese fantasma es una realidad palpable.
La antigua ministra de cultura Paulina Urrutia se ha convertido en “Santa Paulina de Las Artes” (2008), una virgencita a quien los artistas ponen velas y rezan para que conceda el milagro de algún proyecto. Ella los mira en una risa de actriz que contrasta con el analítico humor del artista. Luego desaparece en las grises profundidades del Río Mapocho, donde se la tira tras convocar a una procesión en su honor.
Varias piezas de Francisco son visualmente sucias. Reproducen rayones en las calles y baños públicos, se alejan de la sobriedad abstracta para encontrarse con realidades concretas. En momentos es abrumadora la sobreabundancia de información. Las instalaciones no son formas fijas en el espacio, sino que pueden mutar haciendo aparecer trazos y palabras que la alta cultura considera groseras. Y es que él no se impone la tarea de perseguir la belleza. Le parece inútil, considerando que la naturaleza es en sí lo bello y no hay nada que agregar. Hace una diferencia entre ética y estética dando absoluta prioridad a la primera. “Salamaleicom” (2009) parecería una de las acciones más limpias. Es sábado y frente a la embajada de Israel un palestino está encerrado en una caja como las que usaban los nazis para torturar. Cuando sale de su apretada oscuridad, toma la copa que se usa en las ceremonias del judaísmo, y deja caer en su cara el contenido de sangre artificial. Este último detalle es, consciente o inconscientemente, el sello de éste artista que aleja al arte del terreno de la elegancia.
Su generación es producto de la decepción de las utopías. En cambio él las persigue con la misma fuerza con que nuestros padres y abuelos necesitaban alcanzarlas. Hay en estos trabajos una fe genuina en el ser humano o, como él lo llama, “el sujeto social”. Las treinta y dos obras, que ya han avanzado por América, Europa y Asia, son ingenuas dentro de toda su erudición. Están siempre mirando hacia delante con un dejo de idealismo. Observan el día en que ya no será necesario luchar, y el arte habrá muerto con una sonrisa.






sábado, 11 de septiembre de 2010

Arte chino contemporáneo en Santiago de Chile

Grandes comunidades / Pequeños gustos.


China ha aparecido en el mapa como un lugar al que artistas de todo el mundo desean llegar. Al instalarse el capitalismo, el arte pasó a ser una atractiva forma de inversión. Millonarios chinos construyeron colecciones privadas con una rapidez asombrosa, la mano de obra de primera calidad amplió los espectros de producción y los talleres artísticos se instalaron en galpones enormes que reclamaban trabajos monumentales. Estas son condiciones con las que Chile está a años luz de distancia. Por estos y otros motivos es un evento importante la muestra “Comunidad de Gustos. Arte chino desde el 2000” que ha inaugurado el Museo de Arte Contemporáneo del Parque Forestal, poniéndose en marcha a todo vapor luego de haber sufrido dolorosos daños con el terremoto de febrero.
La curaduría, a cargo de Xia Jifeng y su equipo compuesto por Sun Jianchun y Zuo Jing, propone a veinticuatro artistas de diversas generaciones que se han dedicado a observar su propia cultura actual. Aparte de este aspecto no hay una línea clara de selección. “Tras la revolución industrial, la historia occidental siempre ha razonado acerca del resto con sentimiento de arrogancia y superioridad, especialmente en lo que respecta a la literatura y el arte”, señala Xia Jifeng tocando uno de los puntos más sensibles. Pues en China se habla de arte contemporáneo desde hace décadas, pero en la práctica lo que se hacía era copiar de forma más bien burda las producciones de Occidente. Según esta observación lo que se presenta son ejemplos de manifestaciones que ya dan sus primeros pasos sin sostenerse de referentes externos.

Lo moderno y lo contemporáneo
Algo difícil de ignorar al recorrer el segundo piso del museo que se ha tomado la muestra, es el desnivel entre los trabajos pictóricos y los de formatos más contemporáneos. El contenido que puede extraerse de los óleos, dibujos o acrílicos se detiene en un punto desde el cual no puede seguirse profundizando más. Una vez se han usado las propias herramientas de lectura hasta agotarlas, la mirada se aleja de los cuadros con las manos vacías. Esto recuerda una observación que se hace cada vez con más frecuencia: Las obras más importantes del último siglo no suelen ser pinturas sino performances, instalaciones, videos, acciones, intervenciones y algunas fotos. Por eso nunca está de más plantear la pregunta ¿Le queda algo por decir a la pintura?
Pareciera que las telas y papeles no alcanzaron a avanzar hacia el siglo XXI junto con el resto del grupo. En cambio la fotografía es mucho más sugerente y poderosa. Dong Wensheng renueva temas que el arte ha tratado reiteradamente. Tanto en “Un estudio de la fenomenología del espíritu” como en “Yidam” se hace una introversión sobrecargada de hermosura en un esqueleto y un cráneo que están siendo invadidos por la vida vegetal. Por otro lado, Han Lei investiga los cambios que se producen en una persona a la que se le ha dado un objeto descontextualizado antes de ser retratada. El tríptico “Pan Jinlian actuando de conejita” deforma ligeramente el cuerpo de una mujer posando desnuda. Su mirada asegura el hecho de que el erotismo excede por mucho a los cánones cerrados de belleza. Reclama su entrada en este recuento la foto de Gu Wenda “Farol celestial- Palacio del té-100”. En ella la tradición china enviste un edificio al que no podremos dejar de observar como obra de arte desde el ojo de la cámara. Es un personaje extraño dentro de su contexto citadino, y se ve solitario en toda su magestuosidad que mira hacia un pasado demasiado lejano.

El cuerpo del espectador
La mayoría de la gente no mira los videos completos en la exposición. Sin embargo las piezas son muy ingeniosas, y hay algunas que especialmente merecen robarse toda nuestra atención por unos minutos. Zhou Xiaohu construye en “Conspiración” un díptico audiovisual. Por un lado, se ve una mano dibujando animaciones en papel. Por otro, las animaciones se transforman invadiendo el torso y la cara de una mujer. De esta piel femenina emerge una historia con mensajes políticos que estallan cuando unos gritos de multitud superan el sonido de la música. Siguiendo un camino más poético, el mismo Dong Wensheng hace seguir de cerca “El viaje de la tortuga a su tierra natal”. En la cinta nos vamos familiarizado con el animal prehistórico lleno de crustáceos que avanza sin prisa, dentro de su propio andar del tiempo, hasta que finalmente vemos con él la imagen de un cohete despegando. La cámara sigue la cola de humo. Entonces se tiene la nostálgica sensación de desaparecer junto con la tortuga que se ha quedado atrás.
Desde el momento en que se entra al museo por la puerta lateral una situación irregular aparece aislada. Es el trabajo instalativo de Liu Wei “Mientras yo lo vea”, donde hay algunos objetos rebanados. Aparecen como por arte de magia nuevos espacios y nuevas formas de reflexión ante los cuerpos que el ser humano ha construido para facilitar su vida. Esta sutil extrañeza crea un espacio de lejanía en el espectador, no así la instalación “Pequeño negocio. Juego de pescar” de Jin Shi. Este es un encantador triciclo oxidado con el asiento roto. En su parte trasera se ha instalado una pequeña tina con plantas y animales acuáticos de plástico. Hay muchos juguetes para pescar, y otros que sirven como decorativos temáticos. Tiene un pequeño techo de tela con flecos que deben imaginarse bailoteando en el aire al avanzar. Es una explosión de colores. Todos los niños que entran a la sala corren hacia la obra para tomar los objetos que posan ahí, y todos los padres les recuerdan con voz severa que no pueden tocar nada. Este es un trabajo que llama al espectador a ser parte de él. Solo esos niños que rompen las normas museísticas lo han entendido de verdad. En cambio la obra “Serie Cascos / Naturaleza” de Lian Shaoji reclama una distancia respetuosa. Pues el artista ha criado gusanos de seda para que trabajen por mucho tiempo sobre estructuras metálicas de cascos, cubriéndolos así con una suavidad contradictoria.


Intercambios culturales
El espectador interesado en arte chino saldrá del museo pensando en artistas ausentes. Aunque hay obras que no se olvidan, esta exposición que viajará a la Bienal de Sao Paulo contiene demasiados desequilibrios notorios. Por eso seguirá dando lugar a la crítica. “Por favor ten presente que aún nos queda mucho camino por recorrer”, dice Zuo Jing colocando amablemente el parche antes de la herida.
Esta visita es parte de un intercambio cultural. Los trabajos de veinticinco artistas chilenos elegidos por el director del MAC Francisco Brugnoli viajarán a Beijing para detenerse en el Centro de Arte Contemporáneo de Iberia durante los meses de noviembre y diciembre. La muestra se llamará “Imagen local- Chile Arte Actual” y sin duda causará controversia. ¿Estos artistas nos representan? Me apresuro a opinar que no, pues se han dejado afuera trabajos por mucho más competentes a nivel internacional. La obra que sobresale es “Free Trade Ensambladura” de Máximo Corvalán. En ella, una escultura de un cadáver seco atacameño pre-incaico, es atravesada por luces de neón azul que forman la palabra “welcome”. La instalación es un comentario ácido que se abre a muchas advertencias y, así quiero creer, salvará a Chile como un país en que el arte contemporáneo perfora los cuerpos muertos de la institución para hacerse presente.



Agosto / 2010

sábado, 4 de septiembre de 2010

"Watever Works" Una simple mirada hacia el pasado

(Publicado en La panera)

“Whatever Works”
Una simple mirada hacia el pasado


A sus setenta y cuatro años, con cuarenta películas dirigidas, el escritor, director, actor y músico Woody Allen ha ido dejando tras de sí momentos que ya forman parte del inconsciente colectivo cinematográfico. En ellos se mezcla el jazz con largas conversaciones de sobremesa. Aparecen personajes enmarcados por la gran ciudad de Nueva York y todas sus complejas relaciones humanas. La constante soledad del hombre ante un universo frío e indiferente choca con una genuina preocupación por Dios, y el sexo es la religión por excelencia de muchos. Cada tanto, un sueño ilustra ante espectador el panorama íntimo de quien creía conocer. Las sesiones psicoanalíticas pasan por la cámara al mismo nivel que los partidos de tenis, las rutinas de magia, los libros y las irresistibles mujeres problemáticas. Allen ha logrado crear un universo que concentra los ideales y obstáculos de cierta sociedad contemporánea, y lo ha hecho sin dejar de sorprendernos de vez en cuando con un material inusitado.
“Whatever Works” (2009), traducida como “Si la cosa funciona” parece dar unos cuantos pasos en reversa. Reuniendo los lugares comunes allenianos para refrescarnos la memoria, el filme retoma la comedia con un antiguo guión escrito en los setentas, y vuelve a la querida Manhattan de Woody luego de cuatro películas filmadas en Europa. Este período europeo tuvo altos y bajos. La obra maestra “Match Point” (2005) fue seguida por una decepcionante “Scoop” (2006). Allen se levantó de nuevo con “Cassandra´s Dream” (2007), una de sus películas más elegantes visualmente, para caer de nuevo con una mal lograda “Viky Cristina Barcelona” (2008). Mucho se ha comentado acerca de la inestable calidad de su trabajo, y “Whatever Works” no se apartará de esta discusión. Aquellos que ya extrañaban el clásico sentido del humor alleniano, se llevarán una grata sorpresa, pues Woody les mostrará que no ha olvidado cómo hacerlo. Quienes, en cambio, aprecien la búsqueda investigativa que el cineasta ha podido ampliar gracias a la libertad que Europa le abre, recibirán la cinta como un simpático descanso, mas no un avance.


La tradición cómica judeo- neoyorquina
Lo único que falta para que esta película se observe ante el pasado como en un espejo es la actuación de Woody Allen en el papel de Boris Yellnikoff. En su lugar, se encuentra una actual estrella del stand up comedy: Larry David, coautor- productor de la afamada serie de televisión “Seinfeld” y creador-protagonista de la serie autobiográfica “Curb Your Enthusiasm”. No debe pasarse por alto el hecho de que Allen compare en entrevistas a David con Groucho Marx, su maestro de la comedia. Al decir esto, Woody unifica los momentos dispersos de la tradición cómica judeo- neoyorquina, y los enriquece con una coherencia narrativa. En esta historia a voces, Groucho es quien comienza a hablar. Con frases socialmente irreverentes como “Nunca olvido una cara, pero con usted haré una excepción”, y “El matrimonio es la primera causa de divorcio”, Groucho entrega una actitud cómica que Allen nombrará con su propio lenguaje para hacerla suya. Además de la histriónica expresión corporal situada en el centro del clown y el bufón en sus momentos más cómicos, Woody rescata sobre todo la costumbre de Marx de hablar sobre sexo sin ningún tipo de agregado moral, y lleva ese ejercicio hasta sus últimas consecuencias. Comentarios como “Mi cerebro es mi segundo órgano favorito” son la apropiación de una referencia a Groucho. Si le creemos a Woody Allen y consideramos a Larry David como el eslabón que hasta el momento encabeza dicha estructura, muchos posibles interrogantes luego de ver “Whatever Works” podrán ser despejados.


Actores en desuso
Una causa de extrañamiento que surge a raíz de esta película es la falta de complejidad psicológica en todos los personajes que rodean a Boris Yellnikoff. Él es el único eje que moviliza la acción en la trama, mientras que los demás son elementos estratégicos para estimular su comportamiento. Las actuaciones secundarias son planas, predecibles y estereotipadas. Ni siquiera Patricia Clarkson, a quien le debemos una de las pocas escenas interesantes en “Vicky Cristina Barcelona” y que en este caso interpreta a una mujer que se deshace de sus prejuicios luego de haber vivido en total estrechez mental, alcanza a construir una interioridad convincente. El caso de Melody, el papel más importante luego de Boris a cargo de Evan Rachel Wood, no es una excepción. Melody es un resumen del clásico personaje simple e ignorante que paradójicamente termina dando profundas lecciones de vida a genios e intelectuales. La actuación de Wood funciona, pero no tiene los alcances de la lavandera muda Hattie en “Sweet and Lowdown” (1999) o la prostituta Linda Ash de “Mighty Aphrodite” (1995), versiones del mismo caso. Todos pasan desapercibidos ante Boris, aun considerando que Larry David no es actor. Este fue el motivo por el cual, en un comienzo, rechazó con temor la invitación de Allen a ser el protagonista de un antiguo guión. Sin embargo, el director neoyorquino ya había tomado la decisión. No iré tan lejos para coincidir con Woody Allen en que Larry David resultó ser un actor muy agraciado, pero consigue sostener la comedia sin esfuerzo.


Metamorfosis de un personaje
Boris encarna todos los aspectos más negativos de los personajes de Woody Allen, por eso es tan gracioso. Puede pensarse en él como la semilla de Mickey en “Hannah and Her Sisters” (1986). Como él, es hipocondríaco, neurótico e infinitamente decepcionado de la vida. Allen muestra literalmente este paralelo cuando lo vemos, igual que al otro, bajando unas escaleras mientras grita aterrorizado que va a morirse, no hoy, pero tarde o temprano. Ambos personajes ya conocieron el éxito amoroso y profesional sin haber sido nunca felices, y han intentado suicidarse sin éxito. La diferencia con Mickey es que Larry David lleva el personaje a un grado de degradación extremo. Su departamento es un espacio descuidado al igual que la vestimenta con la que se desplaza por la vida en una clara actitud de haberse rendido. No le interesa el sexo ni las mujeres, y jamás podríamos imaginarlo leyendo un libro. Podría decirse que el estado de abandono en Boris corresponde al hecho de que es un hombre que ya pasó por cualquier intento de levantarse y viene de vuelta, pero es más que eso. Algo que se ha perdido por completo en Larry David es la sensibilidad estética de Groucho y Woody, y esto es evidente al ver cualquiera de sus series de televisión. Para el espectador amante de la belleza, esta será una película degradante.


Nada es para siempre
La transformación no alcanza a visualizarse, pero viene acompañada del amor. Allen muestra una vez más cómo el ser humano, por más consciente que sea respecto al sin sentido de la vida y a la inestabilidad de las relaciones, terminará volviendo a apostar por la felicidad cuando se enamore. Ni siquiera el hecho de saber que su relación no podría durar lo detiene, pues como decía Mickey “El corazón es un músculo muy flexible” y todos los personajes de “Whatever Works” lo demuestran. Este es el punto en que la racionalidad humana deja ver sus grietas e insuficiencias. “Nada es para siempre. Ni siquiera Shakespeare o los griegos”, dijo Melody parafraseando a Boris. Al casarse con ella, éste reafirmará la teoría que comparte con el espectador al comienzo de la película: Si la cosa funciona, mientras que no lastimes a nadie, deberás sentirte satisfecho. La contradicción aquí es que es imposible no lastimar a nadie. El sufrimiento es ineludible porque alguien tendrá que perder al final. Pero algo que Woody Allen ha ofrecido una y otra vez es el comprometido estudio de la naturaleza humana, la cual está hecha de contradicciones.


La mala gestión
El motivo por el cual “Whatever Works” aun no visita nuestras salas es simple y absurdo. La incompetencia de los distribuidores nos tiene consumiendo el pan duro de la canasta fresca de la cultura. Mientras tanto, Allen ya estrenó su nueva película “You Will Meet a Tall Dark Stranger” (2010), filmada en Londres, una historia en que comedia y drama comparten protagonismo. El elenco ofrece actores como Anthony Hopkins, Naomi Watts y Antonio Banderas. Sin duda atraerá tanta audiencia como sea posible, pero por el momento países mal gestionados como Chile tendrán que esperar a que se les considere como un público al que vale la pena alimentar con buen cine. Luego de reflexionar sobre esto resulta cómica, si sabemos apreciar el humor negro, la imagen de Boris en el afiche de la película. Alzando los hombros, nos mira con la cara de alguien que conoce bien la realidad y no comprende nuestra sorpresa. “No esperen nada de mí”, dice como única respuesta.



Junio / 2010

El comienzo de una novela

Blanco sobre blanco


I
Mucho tiempo ha transcurrido ya. Lo nota por el desplazamiento del sol reflejado en la nieve. Las sombras se hacen largas, así como su hambre es cada vez más feroz. Parado sobre el hielo, espera atento frente a una grieta a que alguna foca anillada salga a respirar. Tal vez podría tener suerte para atrapar una ballena beluga, pero no se siente con suficientes fuerzas para un tipo de cacería de esa magnitud. Dos veces un lomo liso y brillante ha aparecido fuera del hielo, pero no ha sido lo suficientemente rápido. En una ocasión, su mirada se encontró con los ojos de un animal que no reconoció. La aparición se desvaneció rápidamente, pero no su expresión de miedo. Él también tiene miedo. Hace muchos días y noches que no come nada más que bayas, pasto y una gaviota que atrapó por desesperación. Detesta esa clase de alimento. Sólo le provoca más hambre. El tiempo sigue pasando, a juzgar por el cambio de temperatura y el nuevo color de la nieve, que de gris metálico ha mutado sorpresivamente al rosado. Mira por debajo de sus patas: el agua corre muy rápido bajo la gruesa capa de hielo, que se desprende en pequeños pedazos. Se escuchan golpear unos con otros en medio de las corrientes marinas que al encontrarse chocan en un ruido ensordecedor. Sabe que es difícil para los animales que allí nadan reunir fuerzas para no ser arrastrados hacia mar adentro. La mayoría, al igual que él, no ha comido nada. También sabe que no pueden aguantar demasiado la respiración, y el tiempo sigue pasando. Escucha gritos ensordecidos por el agua congelada. Cree ver otra cabeza y un ruido discreto de aire entrando a los pulmones, pero demasiado lejos para correr hasta ahí antes de que se sumerja. Si su visión no lo engaña, aquella cabeza pertenece a una ballena beluga. En este momento, sin embargo, no puede confiar en sus seis sentidos, que enloquecen con el hambre. Ya le ha ocurrido otras veces. Sabe que el alimento se encuentra a pocos metros de él, así que se deja caer en la grieta que comunica al mar bajo sus patas. Se sumerge por completo, abre los ojos y se encuentra en el centro de un grupo de ballenas que ahora nadan en todas direcciones para alejarse del predador intruso. Muchas le rozan el cuerpo. Impulsándose con sus patas delanteras, trata de atrapar a varias, pero sólo consigue darles unos buenos rasguños. El olor de la sangre abre más su apetito, y se sujeta a una hembra beluga con todas sus garras. Ella sacude su cuerpo, nadando muy rápido, hasta mandarlo lejos, donde choca con una pared celeste. El color de las belugas se confunde con el agua petrificada. Tras las paredes de hielo cruzan sombras veloces que simulan el cuerpo de los animales. Varias veces se abalanza contra alguna y su hocico choca con las heladas cavernas del subsuelo marino. Pronto se agota el aire de sus pulmones, y sus dos patas delanteras se apuran en buscar una salida. La luz del exterior entra por todas partes, formando anchas proyecciones. Se acerca a una grieta que alcanza a iluminar su cuerpo entero, asomando apenas la nariz. Hace un esfuerzo por golpear la grieta con su cabeza, pero no cede. Entonces se queda ahí unos segundos para tomar un poco más de aire. Sus patas se balancean con movimientos ligeros y acelerados. De no ser por la corriente que le impone resistencia, podría permanecer en ese lugar lo suficiente como para llenarse de aire y darle otro intento a la cacería. Siente que sus fuerzas se agotan. La corriente lo arrastra. Está dejando de hacer esfuerzos inútiles con sus patas cuando ve encima suyo una enorme ventana por donde se ve el cielo púrpura. Sale de un salto a la superficie y cae con su estómago en la nieve blanda. Se queda así unos minutos, sintiendo solamente el placer de respirar. La sal del mar le lastima la piel, por lo que restriega todo su cuerpo en la nieve para liberarse de ella. La noche ya no tarda en llegar, y nuevamente tendrá que soportar el hambre. Otro día perdido. Vuelve a la grieta que le salvó la vida y se instala ahí, listo para atacar a cualquier bestia. Oculta su nariz en la nieve para confundirse con el panorama blanco y espera. No piensa en nada. Su mente también está en blanco. Ni siquiera piensa en la presa que tiene que capturar para sobrevivir. Ese estado de vacío mental, en consonancia con el vacío estomacal, es singularmente parecido a aquel que experimentó en sus primeros meses de vida, antes de conocer la nieve.













II

Lo abrazaba la oscuridad. Por ningún lado había luz, color u otra forma de visión que luego conocería. El dolor o los placeres eran cuestiones inconcebibles, como el hambre o la hermosa saciedad. Tampoco sentía calor ni frío. Su cuerpo no le ofrecía sensaciones de textura: suave, áspero, blando, duro, serían comunicaciones que su cuerpo enviaría en varios meses al cerebro. En ese entonces, ni siquiera tenía cerebro para hacer conciencia del mejor momento de su existencia. Entonces ¿por qué tenía recuerdos de su primer tiempo en la vida? Flotar en un líquido de temperatura justa. Desplazarse lentamente. Suspenderse acompasado con los ecos de algún movimiento externo. Eso era todo. Un día ―o noche, cómo saberlo― se quedó adherido a una de las paredes del útero. Era la primera sensación que tenía: suavidad, humedad y blandura. La delgada capa del órgano se estiraba y encogía lentamente. Casi de forma inmediata empezó a escuchar. Primero los latidos de un corazón que lo mantenían adormecido. Luego, sonidos extraños, que nunca logró reconocer. Venían de muy lejos, atravesaban el agua en donde él permanecía en duermevela y se quedaban rebotando por tiempos interminables. Algunos tensaban su cuerpo que ya crecía. Lo sabía porque ahora se tocaba con sus extremidades. Podía pasar mucho tiempo concentrado en descubrirse a sí mismo, pero luego llegaban los sonidos extraños y una grieta de hielo se abría en su estómago. Después descubriría que esa grieta era miedo y nada más. Nunca lo abandonaría; sería la sensación que lo visitaba con más frecuencia en su vida. Comprendió que estaba dentro de un ser viviente. Le llegaban sentimientos profundísimos que no le pertenecían, pero que experimentaba como si fueran propios. El hambre venía en momentos, y era parecida a la grieta de hielo que produce el miedo, pero con una sutil diferencia: cuando el agujero se llenaba daba paso a un estado de lo más placentero. En esta época podía diferenciar los momentos en que estaba dormido de cuando despertaba. Una vez, por ejemplo, soñaba con el tiempo en que su cuerpo informe flotaba sin dirección y una sacudida tremenda lo despertó de un sobresalto. El temblor fue interminable. Escuchaba ruidos que provenían de un lugar un poco más arriba que él. La oscuridad se pobló de extrañas visiones, si se pudiera llamarlas así, ya que faltaba mucho para que abriera los ojos por primera vez. Veía colores, y creía que le golpeaban la cara. Los ruidos guturales se hacían más roncos e incrementaban su intensidad. Creyó que ese era el fin de los tres. Simplemente lo supo. Pero no fue así. El estruendo se detuvo, el terremoto cesó, y sólo quedaron los ecos amortiguados por la flexibilidad de la pared de su hogar. Fue así, en esa ocasión de extraña alarma, cuando se dio por fin cuenta de que no estaba solo en el útero. Eran tres los que vivían en un mismo cuerpo: su madre, él y uno más que había flotado a su lado durante esa larga etapa perfecta, y vivido otro lapso en la pared contraria a la suya, creciendo, como su propio espejo. Desde ese momento su propia existencia se hizo mucho más compleja. Cuando sentía hambre pensaba en su madre, y le pedía con movimientos bruscos comida. De igual forma, las veces que el miedo lo invadía pataleaba con una extremidad para que a su hermano le llegara el mensaje en ondas líquidas. Él las recibía y respondía con otras. De ese modo, ya no se sentía solo. La nueva presencia tenía también otro tipo de ventajas. Cuando crecieron un poco, podían tocarse, y jugaban a adivinar sus propios movimientos a través de la membrana que los separaba. Sin ponerse de acuerdo, coordinaron sus fuerzas para comunicarse con la madre, y ella les respondía con sonidos que ya no tenían tanto espacio para quedarse rebotando, sino que llegaban claramente a sus oídos y luego desaparecían. Fue en ese entonces cuando el espacio se redujo hasta que él y su hermano no pudieron moverse más. Entonces se vio obligado a olvidar todas las cosas que había aprendido a hacer en su trayecto por la vida. Pero no pudo olvidar a sentir, ni a tener pensamientos, que eran colores en su cabeza. En los últimos instantes dentro del útero quiso volver a ser ese embrión que tenía la mente en blanco.


...

Recordar a Juan Downey

Los caminos interrumpidos
en Juan Downey el ojo pensante

(Publicado en La panera)

Sería una empresa peligrosa reducir al artista chileno Juan Downey (1940- 1993) dentro de algún quehacer específico. Puede apostarse a que él a estas alturas se hubiera presentado como video artista, lo cual sin duda es. Pero también habría que agregar escultor, ingeniero electrónico- cibernético, poeta, performista, antropólogo, arquitecto, ecologista, pintor, inventor, dibujante y todas las denominaciones conceptuales que podamos elaborar para definir algo que es en el fondo investigación permanente. La Fundación Telefónica ha concretado esta muestra. Marilys Downey, y la curadora venezolana encargada de los textos, Julieta González, trabajaron en la selección y el diseño. La exposición se titula Juan Downey el ojo pensante, y es un generoso recorrido por las huellas de reflexión de esta mente incansable.
Son especialmente decisivas algunas obras, y funcionan como puntos de fuga dentro de espacios intrincados. Una de ellas es “Video Trans Americas”, instalación que da la bienvenida al espectador. Downey parte en un viaje en auto desde Nueva York hasta Chile filmando y mostrando simultáneamente el material acumulado. Cada monitor contiene un pedazo de tierra en blanco y negro. Esa tierra es un momento que la cámara se roba para siempre. Pedazos de cultura, lenguaje, expresiones artísticas, religión y costumbres componen un collage audiovisual donde la idea de unión latinoamericana se revalúa una vez más. Se trata de una obra de dimensiones monumentales, y se extiende cómoda en el espacio como el ojo de la cámara al avanzar. Por supuesto la pregunta ¿qué es América? surge rápidamente, y una respuesta interesante sería “Un lugar es un ciclo de lugares” (Downey). Aquí comienzan a tomar forma las indagaciones filosóficas de Downey respecto a la arquitectura. La construcción de nuestra identidad es un ejercicio narrativo, casi siempre reduccionista. Sin embargo, por debajo del discurso canónico existen aun otras formas de narrativa que funcionan como imágenes poéticas porque no se les puede dar lectura con la mirada del racionalismo occidental. Esas imágenes se salen de cada pantalla con un tinte de pérdida y reencuentro, y se ordenan en el espacio mental como nuevas construcciones arquitectónicas. El artista comenzó su odisea en 1973, año en que las ideas de creación y desintegración pisaban violentamente a su país. Hay que leer esta pieza como un comentario contingente.
“Rewe” (1971), otra obra importante de la muestra, se detiene en los errores y malentendidos que le dieron forma a la construcción de América. En la estructura metálica ascendente aparecen ideas recortadas con una edición más punzante. Estas imágenes audiovisuales están coronadas por un texto donde Downey explica sencilla y llanamente cómo la historia de nuestro continente avanzó hasta nosotros. La estética de “Rewe” es menos purista que en “Trans Americas”. Responde a las revoluciones visuales de los años setentas y crea un curioso corto circuito con su compañera de sala: otra América lejana y vecina a la vez.
Downey vivió en el amazonas venezolano, dentro de una comunidad indígena que aun conservaba su estado primitivo y que le da el nombre a la obra: “Yanomami” (1976-1977). Aquí llegamos a la cumbre de la reflexión arquitectónica en Downey. Tal como la filosofía se dedica a observar y estudiar ideas, él se plantea la posibilidad de nombrar el orden social que conforma un cuerpo si se observara de una posición más elevada. “Proponemos una estética que manipula la sociedad como si fuera un objeto tridimensional”, dice Downey. Él ve la arquitectura de esta sociedad consolidada físicamente en el Shabono, “modelo del universo Yanomami” (Downey), una vivienda circular y comunal de materiales biodegradables. Downey comprendió espiritualmente a estos seres humanos. Hay que tener en cuenta que no sólo vivió con ellos sino que vivió como ellos. Los Yanomami fueron quienes habían logrado concretar una idea similar a los grandes proyectos de urbanismo autosustentable que él había realizado. En este video se comienzan a ver formas de realidad más abarcadoras a las que se entrega con admiración y sin restricciones la cámara. Se le da la entrada al espectador para conocer un lugar que todos conservamos en la memoria de nuestra especie. Uno más antiguo que las formas de nombrarlo. Lo irónico aquí es que justamente la tecnología es quien se introduce en la naturaleza. Las ilimitadas posibilidades técnicas del presente en los años setentas se utilizan con eficacia para hacerla hablar.
Normalmente comparto la postura de aquellos que, al ver una pieza que les produce incomodidad o enojo, tienen una sensación de saber que se encuentran frente a obra de arte. Hay obras importantes en la muestra que chocan en los límites donde personalmente sitúo el arte, y me llevan a preguntar algo esencial: ¿lo son? “About Cages” (1984) es una instalación de sonido, video, jaulas y canarios vivos. “Map of Chile (Anaconda)” es una serpiente viva en una pecera, sobre un mapa de Chile cortado en dos. En 1974 el Center for Interamerican Relations no permitió la presencia de la anaconda cuando Downey quiso exponer la obra. Este es un momento donde el artista se equivoca o, para decirlo mejor, no alcanza a abrazar un ciclo de lugares. Comprendo que, en el espacio que abren estos trabajos, todo el contexto de la muestra automáticamente se hace absurdo. Después de la naturaleza ¿qué hay por decir? Pero ¿no es lo mismo trasladar a un Yanomami, de la selva amazónica a una galería de arte contemporáneo? En el momento en que un ser vivo está expuesto a condiciones estresantes para componer nuestras empresas personales aparece la ilimitada ceguera humana. Estas obras hacen pensar en los hombres medievales europeos que simplemente no pudieron implantar su proyecto colonizador sin dejar con las heridas cicatrices permanentes.
Downey fue un artista de obras épicas, como las que acabo de nombrar. Pero no hay que confundir sus investigaciones con la concreción de las mismas. En la muestra estas grandes obras tratan de respirar dentro de información que, más que enriquecerlas, las ensucia. En este aspecto la museografía no funciona. Se muestran todos los trabajos de Downey al mismo nivel cuando claramente no lo son. No estoy poniendo en duda que en su pintura hay investigaciones valiosas, pero el valor es documental. Los bosquejos de Leonardo son estéticamente exquisitos, pero nunca se les expondría junto a “La virgen de las rocas”. Las instalaciones hasta aquí mencionadas, junto con la selección de videos, merecen tomarse el espacio que les corresponde y el resto del material pasar a otro lugar para enriquecer la experiencia. “La exposición propone, sobre todo, una lectura del artista a partir de sus propios escritos y pensamientos” dice Julieta González. De ahí el título de la muestra. Esto se consigue, pero el precio que se paga es demasiado alto.
En las investigaciones de Downey hay corpus de obra donde el espectador puede meter la cabeza en el centro del espiral. Las “Meditaciones” son un ejemplo de este efecto. El artista mediante líneas circulares de colores aclaraba su mente y penetraba en otros estados del ser. Estos papeles de círculos y líneas en espiral son una puerta a sus hallazgos en el amazonas, y a cómo estos determinan su trabajo en adelante. Al mismo nivel están sus fotografías de la serie “Yanomami” y los dibujos hechos por los indígenas, dos puntos de belleza en la exposición que no conforman un cuerpo de obra porque son los indicios de una más grande. Esta reflexión había alcanzado altas proporciones ecológicas en los proyectos autosustentables del artista, donde vemos algunas ideas de obras que no alcanzaron a existir. Lo mismo sucede con los bosquejos de esculturas electrónicas que Downey construyó siendo uno de los primeros que involucraron al espectador activamente en la experiencia artística, y que no vemos porque estaban pensados para tener corta vida y cuestionar al mercado del arte. Es una lástima mirar tantas piezas ausentes, y sin duda es consecuencia de un pensamiento constante y de límites escasos. El trabajo de Downey sigue siendo contemporáneo, y necesita la participación de artistas contemporáneos que la mantengan viva. Las obras intencionalmente inconclusas o perecederas, una vez compuestas, están hechas para seguir siendo representadas, como una pieza musical. Esto sucede sobre todo desde que el performance se enraizó al arte contemporáneo. En Downey los performances muchas veces señalan puntos sensibles en cualquier contexto histórico. No nos vendría nada mal en estos días un poco de “Fresh Air” (1971- 1973), obra en conjunto con Gordon Matta- Clark donde se regaló oxígeno en medio de la ciudad de Nueva York.
“Observarse observando”, solía decir el hombre tras la cámara que captura otro hombre con una cámara. Entre uno, otro y el que mira la foto aparecen nuevas formas de pensamiento rara vez visibles por las distracciones en el paso. Hay que entrar a la muestra con escoba, tomarse el trabajo de barrer bien los espacios y abrir estos caminos. Luego, para sacar la obra de la muestra como Downey desearía, cada uno deberá decidir qué hacer con ellos.