sábado, 4 de septiembre de 2010

Recordar a Juan Downey

Los caminos interrumpidos
en Juan Downey el ojo pensante

(Publicado en La panera)

Sería una empresa peligrosa reducir al artista chileno Juan Downey (1940- 1993) dentro de algún quehacer específico. Puede apostarse a que él a estas alturas se hubiera presentado como video artista, lo cual sin duda es. Pero también habría que agregar escultor, ingeniero electrónico- cibernético, poeta, performista, antropólogo, arquitecto, ecologista, pintor, inventor, dibujante y todas las denominaciones conceptuales que podamos elaborar para definir algo que es en el fondo investigación permanente. La Fundación Telefónica ha concretado esta muestra. Marilys Downey, y la curadora venezolana encargada de los textos, Julieta González, trabajaron en la selección y el diseño. La exposición se titula Juan Downey el ojo pensante, y es un generoso recorrido por las huellas de reflexión de esta mente incansable.
Son especialmente decisivas algunas obras, y funcionan como puntos de fuga dentro de espacios intrincados. Una de ellas es “Video Trans Americas”, instalación que da la bienvenida al espectador. Downey parte en un viaje en auto desde Nueva York hasta Chile filmando y mostrando simultáneamente el material acumulado. Cada monitor contiene un pedazo de tierra en blanco y negro. Esa tierra es un momento que la cámara se roba para siempre. Pedazos de cultura, lenguaje, expresiones artísticas, religión y costumbres componen un collage audiovisual donde la idea de unión latinoamericana se revalúa una vez más. Se trata de una obra de dimensiones monumentales, y se extiende cómoda en el espacio como el ojo de la cámara al avanzar. Por supuesto la pregunta ¿qué es América? surge rápidamente, y una respuesta interesante sería “Un lugar es un ciclo de lugares” (Downey). Aquí comienzan a tomar forma las indagaciones filosóficas de Downey respecto a la arquitectura. La construcción de nuestra identidad es un ejercicio narrativo, casi siempre reduccionista. Sin embargo, por debajo del discurso canónico existen aun otras formas de narrativa que funcionan como imágenes poéticas porque no se les puede dar lectura con la mirada del racionalismo occidental. Esas imágenes se salen de cada pantalla con un tinte de pérdida y reencuentro, y se ordenan en el espacio mental como nuevas construcciones arquitectónicas. El artista comenzó su odisea en 1973, año en que las ideas de creación y desintegración pisaban violentamente a su país. Hay que leer esta pieza como un comentario contingente.
“Rewe” (1971), otra obra importante de la muestra, se detiene en los errores y malentendidos que le dieron forma a la construcción de América. En la estructura metálica ascendente aparecen ideas recortadas con una edición más punzante. Estas imágenes audiovisuales están coronadas por un texto donde Downey explica sencilla y llanamente cómo la historia de nuestro continente avanzó hasta nosotros. La estética de “Rewe” es menos purista que en “Trans Americas”. Responde a las revoluciones visuales de los años setentas y crea un curioso corto circuito con su compañera de sala: otra América lejana y vecina a la vez.
Downey vivió en el amazonas venezolano, dentro de una comunidad indígena que aun conservaba su estado primitivo y que le da el nombre a la obra: “Yanomami” (1976-1977). Aquí llegamos a la cumbre de la reflexión arquitectónica en Downey. Tal como la filosofía se dedica a observar y estudiar ideas, él se plantea la posibilidad de nombrar el orden social que conforma un cuerpo si se observara de una posición más elevada. “Proponemos una estética que manipula la sociedad como si fuera un objeto tridimensional”, dice Downey. Él ve la arquitectura de esta sociedad consolidada físicamente en el Shabono, “modelo del universo Yanomami” (Downey), una vivienda circular y comunal de materiales biodegradables. Downey comprendió espiritualmente a estos seres humanos. Hay que tener en cuenta que no sólo vivió con ellos sino que vivió como ellos. Los Yanomami fueron quienes habían logrado concretar una idea similar a los grandes proyectos de urbanismo autosustentable que él había realizado. En este video se comienzan a ver formas de realidad más abarcadoras a las que se entrega con admiración y sin restricciones la cámara. Se le da la entrada al espectador para conocer un lugar que todos conservamos en la memoria de nuestra especie. Uno más antiguo que las formas de nombrarlo. Lo irónico aquí es que justamente la tecnología es quien se introduce en la naturaleza. Las ilimitadas posibilidades técnicas del presente en los años setentas se utilizan con eficacia para hacerla hablar.
Normalmente comparto la postura de aquellos que, al ver una pieza que les produce incomodidad o enojo, tienen una sensación de saber que se encuentran frente a obra de arte. Hay obras importantes en la muestra que chocan en los límites donde personalmente sitúo el arte, y me llevan a preguntar algo esencial: ¿lo son? “About Cages” (1984) es una instalación de sonido, video, jaulas y canarios vivos. “Map of Chile (Anaconda)” es una serpiente viva en una pecera, sobre un mapa de Chile cortado en dos. En 1974 el Center for Interamerican Relations no permitió la presencia de la anaconda cuando Downey quiso exponer la obra. Este es un momento donde el artista se equivoca o, para decirlo mejor, no alcanza a abrazar un ciclo de lugares. Comprendo que, en el espacio que abren estos trabajos, todo el contexto de la muestra automáticamente se hace absurdo. Después de la naturaleza ¿qué hay por decir? Pero ¿no es lo mismo trasladar a un Yanomami, de la selva amazónica a una galería de arte contemporáneo? En el momento en que un ser vivo está expuesto a condiciones estresantes para componer nuestras empresas personales aparece la ilimitada ceguera humana. Estas obras hacen pensar en los hombres medievales europeos que simplemente no pudieron implantar su proyecto colonizador sin dejar con las heridas cicatrices permanentes.
Downey fue un artista de obras épicas, como las que acabo de nombrar. Pero no hay que confundir sus investigaciones con la concreción de las mismas. En la muestra estas grandes obras tratan de respirar dentro de información que, más que enriquecerlas, las ensucia. En este aspecto la museografía no funciona. Se muestran todos los trabajos de Downey al mismo nivel cuando claramente no lo son. No estoy poniendo en duda que en su pintura hay investigaciones valiosas, pero el valor es documental. Los bosquejos de Leonardo son estéticamente exquisitos, pero nunca se les expondría junto a “La virgen de las rocas”. Las instalaciones hasta aquí mencionadas, junto con la selección de videos, merecen tomarse el espacio que les corresponde y el resto del material pasar a otro lugar para enriquecer la experiencia. “La exposición propone, sobre todo, una lectura del artista a partir de sus propios escritos y pensamientos” dice Julieta González. De ahí el título de la muestra. Esto se consigue, pero el precio que se paga es demasiado alto.
En las investigaciones de Downey hay corpus de obra donde el espectador puede meter la cabeza en el centro del espiral. Las “Meditaciones” son un ejemplo de este efecto. El artista mediante líneas circulares de colores aclaraba su mente y penetraba en otros estados del ser. Estos papeles de círculos y líneas en espiral son una puerta a sus hallazgos en el amazonas, y a cómo estos determinan su trabajo en adelante. Al mismo nivel están sus fotografías de la serie “Yanomami” y los dibujos hechos por los indígenas, dos puntos de belleza en la exposición que no conforman un cuerpo de obra porque son los indicios de una más grande. Esta reflexión había alcanzado altas proporciones ecológicas en los proyectos autosustentables del artista, donde vemos algunas ideas de obras que no alcanzaron a existir. Lo mismo sucede con los bosquejos de esculturas electrónicas que Downey construyó siendo uno de los primeros que involucraron al espectador activamente en la experiencia artística, y que no vemos porque estaban pensados para tener corta vida y cuestionar al mercado del arte. Es una lástima mirar tantas piezas ausentes, y sin duda es consecuencia de un pensamiento constante y de límites escasos. El trabajo de Downey sigue siendo contemporáneo, y necesita la participación de artistas contemporáneos que la mantengan viva. Las obras intencionalmente inconclusas o perecederas, una vez compuestas, están hechas para seguir siendo representadas, como una pieza musical. Esto sucede sobre todo desde que el performance se enraizó al arte contemporáneo. En Downey los performances muchas veces señalan puntos sensibles en cualquier contexto histórico. No nos vendría nada mal en estos días un poco de “Fresh Air” (1971- 1973), obra en conjunto con Gordon Matta- Clark donde se regaló oxígeno en medio de la ciudad de Nueva York.
“Observarse observando”, solía decir el hombre tras la cámara que captura otro hombre con una cámara. Entre uno, otro y el que mira la foto aparecen nuevas formas de pensamiento rara vez visibles por las distracciones en el paso. Hay que entrar a la muestra con escoba, tomarse el trabajo de barrer bien los espacios y abrir estos caminos. Luego, para sacar la obra de la muestra como Downey desearía, cada uno deberá decidir qué hacer con ellos.



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