lunes, 16 de agosto de 2010

Enrique Lihn: Desenterrando el Diario de muerte

(Publicado en La panera)


El último viaje de Enrique Lihn

Cuando Enrique Lihn (Chile, 1929- 1988) recibió la noticia de un cáncer terminal que había viajado de su riñón extirpado a uno de sus pulmones, emprendió el final de su viaje por la escritura en un Diario de muerte. Bastante se ha escrito sobre estos poemas, muchas tonterías memorables como él las llamaría, pues no existe otra forma de dar vida a palabras que pueden decirnos algo. “Una lectura las resucita/ No está de más pensarlo así”, propone el libro lanzado la primera vez por la Editorial Universitaria en 1989. Siguiendo con la idea de la supuesta resurrección, la Universidad Diego Portales lo ha reeditado este año en un trabajo que no deja nada que desear.
Se sabe que la muerte ha sido siempre un obligado lugar común en la poesía, en parte por eso fue protagonista ejemplar en el trabajo de Lihn. Sin embargo, vivirla es otra cosa. Cualquier lector que se atreva a leer con atención el libro tendrá que ponerse en otra piel. No comprenderá nada, por supuesto, tan sólo racionalmente. Pero experimentará algo impalpable en carne propia. Los poemas hablan a gritos de la vida de Lihn y de su trabajo. Por eso es posible leerlos en conjunto como el remolino de su obra entera que se ha concentrado finalmente en el ojo del mismo: un espacio de nada.
Este poeta se enfrenta a su fin con la misma actitud que tuvo frente a la existencia. En el diario no hay aclamaciones ni manifestaciones de ningún tipo. No se pretende hacer un llamado a formar parte de un grupo intelectual, político ni religioso. Los poemas no pregonan, no son mesiánicos ni heroicos “(¿qué orgullo puede tener el que va a morir?)” se anota en “Contra los pensamientos negros”, despachando esa esperanza en el lector de una vez por todas. En lugar de estos tipos de actitudes que suelen tirarse al aire cuando se habla de la muerte, persiste la desesperada conciencia humana de la desolación. Se trata de un trabajo muy metódico, con una ironía constante pero sesgada. Lihn no ha perdido su característico rencor ante la injusticia de la naturaleza, causante de una amargura permanente que hace dolorosa la risa en su sentido del humor.
Constantemente se recuerda al lector, sujeto instalado aun en la vida, que la cuestión central en el libro no es en ningún sentido ajena a él. Pues a “La Calva” “… la llevamos en la sangre/ lo respiramos como el aire y la luz…”, y aunque la evitemos o tratemos de darle nombres aprensibles, no podemos impedir que ella entre como los poemas que se asentarán en nuestra mente parodiando quizás –muy a pesar nuestro- al cáncer que en pocos meses dio por terminada su ruta en el cerebro de Lihn. El libro dice “Los vivos estamos muertos los muertos estamos vivos” desde la mano de un hombre que, por más cerca que nos parezca al leerlo, ha dejado de existir. Sin tragedias, sin aparatosos cierres del telón, este es el mensaje entregado por una fuerza que escapa a los límites de cualquier vida humana.


La inutilidad de la escritura

Mucho antes de este Diario de muerte, Lihn escribía sobre Rimbaud confesando su envidia por haber tenido la fuerza de dar la espalda al ejercicio de la escritura: esa “masturbación desconsolada”. Casi veinte años después, con un lápiz amarrado para solucionar momentáneamente la falta de fuerza en su mano, el poeta hace que sus textos vuelvan al repertorio que le ofrece el pasado para evaluarlo. Resulta estremecedora la imagen de “Un enfermo de gravedad se masturba/ para dar señales de vida” porque se afirma, con la convicción de alguien que ya no conoce la marcha atrás, el absurdo que invade a todos los juegos del lenguaje, inevitablemente. En su ruta por la poesía Lihn siempre desconfió de su propio trabajo, y aquí puede verse cómo vuelve a él para nombrar algo imposible. Por cierto es desesperanzadora esta voz difusa pero no deja de haber en ella un amor que no puede contener, ese que lo obliga a insistir en llevar los nombres a una “zona muda”.
Deteniéndonos con él en la posibilidad, ¿hay algo que pueda decirse sobre la muerte desde ella? El poeta está parado frente a una pregunta que parecería poder responderse sólo con el silencio. Pero en estos casos difíciles siempre hay una palabra que al menos ilumina el problema. Se cuenta que un día de convalecencia Lihn hizo llamar a Alberto Rubio, a quien admiraba mucho como amigo y poeta, y le preguntó por la emoción que alguien podría tener en su estado. Luego de quedar tranquilamente mudo, Rubio respondió que tal vez la curiosidad sería esa emoción. Este recuerdo captura la expresión satisfecha de Lihn, poco frecuente en su cara si no es que de plano desconocida. No sería nada arriesgado intuir que esa emoción fue la que lo llevó a textualizar obsesivamente su pensamiento en una producción inabarcable. Esa es la semilla en el fruto de sus últimos poemas. Aun así esta escritura no se entrega sin reticencias a la curiosidad. Eso sería demasiado inocente para una voz tan desconfiada como la de Lihn. A los treinta y cuatro años escribía sobre el mensaje que las hojas contienen en sí mismas. “Lo peligroso sería ante todo/ confundirse de intermediario en ese laberinto de hojas…” dice luego el Diario de muerte haciendo justamente eso.


Postura crítica

Todos los que por algún motivo se han adentrado en la investigación del trabajo de Enrique Lihn, se habrán dado cuenta de que especialmente los críticos de literatura –ateniéndose a las excepciones- lo veneran. Esto tiene sentido, pues Lihn cortaba cabezas a todo y a todos. Ya se dijo que la escritura era en él un blanco constante de crítica. “Porque escribí estoy vivo” dice uno de sus peores poemas, por ello tan famoso. Pero ¿qué es la vida?, cabría preguntarse. Roma la loba respondió: “un mojón que te tiran a la cara”. Por eso la recopilación de sus textos sobre textos, El circo en llamas, fue tan bien subtitulada “Una crítica de la vida”. Los últimos poemas no ablandan la voracidad con la que hacía la guerra, exiliándose de cualquier círculo de paz, con una inteligencia autoimpuesta. Al contrario, su lengua parece estar más filuda que nunca pero de una forma distinta, pues aquí el análisis ya no tiene sentido.
Quizá la más exasperada detracción en esta poesía, pues responde a la contingencia de esos momentos difíciles, va dirigida a todos los funcionarios de la medicina tradicional. “Recuerdos de un cirujano” es uno de los ejemplos más claros. Allí puede conocerse de cerca la historia de la enfermedad de Lihn, su esperanza y desencanto final. Decide entonces salir del hospital, esa “anticasa”, y tratar de morir con dignidad. Lo único que en otro momento le pide a la medicina es que lo anestesie- “qué chuchas puede enseñar el dolor a un agonizante”- pero se abstiene incluso de esto, pues un trabajo tan tortuosamente cerebral como el de este poeta no admite sedantes. Leyendo su obra es evidente que él siempre incubó ese recelo para con la ciencia, pero al parecer en casos de vida o muerte hasta el más escéptico tiende a bajar las defensas. El resultado con la medicina fue más bien nefasto. Con la espiritualidad en cambio, sí puede decirse que sutiles cuestionamientos entraron en su racionalidad dura. No puede hablarse jamás del libro como religioso. Lo que hay es una apertura hasta entonces desconocida en su poesía. “Estoy tratando de creer que creo/ no es el mejor punto de partida/ pero al menos dudo de mi escepticismo”, admite alcanzando quizás su grado más alto de lucidez.


La desintegración del yo

“¿Quién de todos en mí es el que teme a la muerte?” se pregunta el libro, o nos pregunta invitándonos a pasar a un acertijo laberíntico. Pues presenciamos el espectáculo marchito de un actor que se va esfumando ante nuestros ojos incrédulos. Los cimientos de la “ciudad del yo” se derrumban mientras entra la muerte. A falta de referencias los poemas echan mano a un recurso que Lihn utilizó constantemente en su obra: las citas e intertextualidades a la historia del arte, de la literatura y del pensamiento. En el fondo son trabajos que también han circundado lo inasible y que funcionan como espejos de una realidad para nosotros cada vez más borrosa. Entra al escenario la ópera de “Madame Butterfly” como repertorio de la muerte, cantando con pasión a todo pulmón como Lihn nunca se permitió hacer mas que tras la fachada del payaso mal parido Gerardo de Pompier. Aparece Mantegna sosteniéndose por encima de la pintura medieval que Lihn tanto odiaba, y Klinger con su estatuaria mortandad decimonónica. Freud besa sus propios labios como tantas otras veces, y desde Chile Oscar Hahn y Gonzalo Rojas pretenden domesticar lo innombrable con poca humildad. Todos estos y otros conforman un coro susurrante que los editores han creído necesario aclarar con notas explicativas. Gran error.
Los más de cuarenta libros reunidos hasta hoy bajo el nombre de Enrique Lihn han sido manipulados sin cuidado. En general las opiniones en torno a su trabajo brillan por la falta de objetividad. O se reverencia o se le niega por completo, y ninguna de estas lecturas le hace justicia. Muchos se llenan la boca enlistando sus supuestas proezas creativas –narrador, dramaturgo, performista, videoartista, dibujante, comentarista de arte…- sin darse cuenta de que al hacer esto sólo consiguen desprestigiarlo. Pues Lihn habrá hecho todo esto y más, pero pobremente. Sus videos y performances son deplorables, sus trabajos narrativos débiles, su teatro aficionado, sus dibujos menores y sus textos de arte pocas veces se sostienen. Lo que sí hizo Enrique Lihn, y esto tiene que admitirse al margen de cualquier gusto personal, fue hacer poesía. En su producción como poeta se insertan certeramente las investigaciones que acabo de mencionar. Él mismo lo sabía. La mejor prueba de ello es que al final de sus días Lihn no dibujó, no escribió narrativa ni reflexionó en torno a la obra de otros, no salió a la calle a hacer happenings ni pidió a gritos que le entregaran una cámara de video. Con sus últimas fuerzas lo que hizo fue escribir poemas.
A Lihn hay que leerlo, sobre todo si no se le admira y más aun si se le desprecia. Creo, de hecho, que ese es el mejor punto de partida. Si la producción de Enrique Lihn se concentra en su poesía, me atrevo a decir que a su vez lo mejor de su poesía está en el Diario de muerte. Es cierto que esta fue una tarea profunda de limpieza y depuramiento. Su nueva circulación en librerías es una oportunidad para observar con otra mirada lo que el cuchillo de la historia ha logrado desmembrar.






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