(Publicado en La Fuga)
Llega
un libro a mis manos y miro en la portada la imagen del profesor en La frontera, esa película chilena donde
aparece el sur en su profundidad. Por la expresión del personaje pienso que es
la escena en que ve a su familia y no puede llegar a ella, está obligado a
permanecer en la orilla de un lago mientras ellos tratan de hablarle, flotando
en una balsa al medio del agua. El protagonista se encuentra en una de esas
situaciones por las que tantos pasaron en este país siendo exiliados,
perseguidos o amenazados. Historia que, por lo demás, todos los chilenos hemos
heredado, de alguna u otra forma.
Desde esa película entro al título del libro: Enfoques al cine chileno en dos siglos.
Estoy en el tercer “Encuentro de Investigación sobre Cine Chileno y Latinoamericano”
y se acaba de imprimir este tomo que reúne las investigaciones realizadas en el
encuentro anterior. Todos esos días han estado reunidos en la Cineteca Nacional
del Museo Palacio de la Moneda un grupo de investigadores de diversas
disciplinas presentando ponencias y abriendo discusiones sobre el tema. Este
año, como puede notarse en el nombre de ambos encuentros, una ventana se abrió.
De lo chileno se amplía la mirada a lo latinoamericano, intentando que una
ilumine a la otra y viceversa para que se generen diálogos. Ahora miraremos
hacia el primer encuentro, centrado en lo chileno, para recordar sólo algunos
momentos especiales dentro de los estudios que reúne este libro a cargo de la
editorial LOM.
Es imposible pasar por alto que el
problema de la memoria obsesiona a los chilenos. No solamente en las
reflexiones sobre cine sino en todo quehacer artístico la palabra resuena
insistente, lo cual es un hecho que la vitaliza pero también, a fuerza del uso
indiscriminado, la desgasta. Sí, Chile vivió un trauma dictatorial hace poco
tiempo y las heridas no han cerrado aun. Sí, esto trae como consecuencia que
una y otra vez se intente blanquear la historia, se borren las huellas
conflictivas y se inventen eufemismos para no utilizar términos reales que
duelen. Pero esta no es una situación únicamente chilena. Toda Latinoamérica ha
pasado por dictaduras tanto y más traumáticas. Sin embargo dicha palabra parece
ser un espejo en el que nuestro país no deja de observarse, buscando respuestas
en su propio reflejo. Esto no pasa desapercibido en el libro. “… es la memoria,
preocupación o tema pendiente y no agotado para los investigadores del cine
chileno”, hace notar Mónica Villarroel desde la Introducción.
Desde la preocupación por la memoria
se pueden localizar ejes. Por ejemplo, Claudia Barril en su investigación
“Hacia los contornos de la experiencia. Documental autobiográfico chileno:
vacíos y ausencias” lee el cine documental contemporáneo en Chile desde una
segunda generación de cineastas, a la que llama generación de la “(post)
memoria”. Localiza en ella una serie de relatos que se sostienen en la
subjetividad, abriéndose desde el yo de forma reflexiva, distanciándose de los
clásicos discursos políticamente comprometidos y de las versiones oficiales que
retratan el pasado. Dentro de un tema muy revisado una y otra vez desde tantas
diversas perspectivas, esta reflexión logra proponer una mirada que revitaliza
un término ya recorrido.
Siguiendo con los cuestionamientos a las versiones
oficiales de la historia, tarea a la que el cine ha vuelto una y otra vez
porque dentro de sus territorios caben los relatos que por decisiones
intencionales se han escondido bajo la alfombra, Bernardita Llanos encuentra
otra memoria, instalada en los afectos y de nuevo la subjetividad, una memoria
militante desde la postura feminista, donde la historia se moviliza con otras
pulsiones. Es en Calle Santa Fe de
Carmen Castillo donde surge un “rechazo al culto de la muerte de los héroes
caídos” y aparece la imagen de la propia directora como una víctima distinta,
más real y cercana pues no se la ha ataviado con ningún estandarte. Se trata de
la viuda, personaje que constantemente encontramos dentro y fuera del cine
porque la historia entra y sale de las imágenes audiovisuales capturando, en
este caso, la mujer que ha sido dejada al margen de un relato que también es
suyo. “De este modo, el cerco del trauma se rompe para dar cabida a nuevas
narrativas…”
Hay lugares que conservan cual cofre
un acontecer al que la memoria vuelve, porque es una herida que no deja de
sangrar. Villa Grimaldi es sólo uno de ellos. Y Milena Grass Kleiner toma en
sus manos ese espacio para cruzarlo desde la intermedialidad por el teatro, la
novela y el cine chilenos, preguntándose así por su capacidad de conservar
muchas capas de relato y memoria, con su imaginario y devenir histórico.
Y continuando por los caminos más
recorridos en este libro, se presenta la palabra marginalidad como una zona
ineludible. Ignacio Aliaga dice en el Prólogo que nuestro cine también se lee
desde afuera como el relato de un pueblo al sur de los EU, tonada que por lo
demás no deja de sonar en la memoria. Sea o no sea así, lo cierto es que estos
investigadores entran en los personajes y las situaciones que están fuera del
centro, de la cultura oficial, de las
ciudades suntuosas y las zonas privilegiadas para hablar de lo más maltratado,
como si de ahí algo destruido se reconstruyera.
El cine chileno en sus primeros años tiene como
característica poco estudiada la inmersión en las culturas de sectores más
populares, encuentra Jorge Iturriaga en su investigación “La película
disociadora y subversiva: el desafío social del cine en Chile, 1907-1930”.
Esto, dice Iturriaga, “… explica porqué el cine fue visto con malos ojos por la
clase dominante y porqué la censura puso énfasis en eliminar los estímulos
considerados “disociadores”.”
En otro sentido está la lectura de
un marginal en el cine de Armando Sandoval, a la vez cineasta experimental,
amateur y oriundo del sur que, como buen excéntrico, nunca perteneció al centro
de la industria cinematográfica. Paola Lagos Labbé encuentra esta triple
marginalidad pensando en una descentralización del patrimonio audiovisual.
Y en cuanto al estudio de los
aspectos más alejados de lo político, atentos a cuestiones estéticas, de
estudio difusión, podría pensarse en un tercer grupo dentro de estas
investigaciones donde por ejemplo estarían los hallazgos de Solène Bergot
acerca del cine y la fotografía centrándose en la industria cinematográfica chilena
a comienzos del siglo XX. Dentro de estas piezas ella encuentra que “La
actividad cinematográfica y su difusión estuvieron en sus principios en manos
de profesionales provenientes del mundo fotográfico”. Esto le da todo un profundo
sentido al trayecto que va recorriendo el cine chileno desde sus inicios. He
conocido a más de un chileno que, cuando hace el ejercicio de mirar su cine
desde las primeras grandes obras audiovisuales, identifican de pronto una estética,
y se reconocen en ella visualmente.
La
batalla de Chile continúa pasando inevitable por los estudios sobre cine
chileno, aunque aquí con un horizonte especial que identifica la fragilidad de
masculinidades y temporalidades en la UP en el estudio de Carl Fischer. De
nuevo personajes fuera del centro, ese centro tan alabado donde se encuentran
las tradiciones que heredamos de todo lo que no somos. Lo que aquí surge no es
un ideal difuso de ser humano –hombre, blanco, occidental, heterosexual… - sino
uno que deambula entre márgenes que para estos realizadores son mucho más
interesantes. “En el centro, el poder se encuentra en casa, y por lo tanto,
cómodo y quieto. Todo lo que se encuentra lejos de este hogar, en cambio, se
pone en movimiento, pulula, se estremece”, dice Natalia Mölleren en “El sujeto
marginal en el cine chileno contemporáneo: una lectura desde la teoría queer. Reflexiones acerca del Pejesapo, Empaná
de Pino y Desde siempre”.
Y mirando hacia atrás, en aquellos
tiempos donde el cine latinoamericano daba aun pasos de niño, Los olvidados de Buñuel no deja de caer una
y otra vez por su propio peso, haciendo surgir tras de sí una imaginería que se
repite pues continúa siento contingente aun con los años. Se trata de una cinta
madre del constante intento por representar la infancia marginal, como anota
Catalina Donoso en su estudio. Lo cual no deja de ser significativo si queremos
considerar la lectura que supuestamente se nos asigna desde afuera, la de niños
que ensayan cine.
“El punto aquí es la “posibilidad” teórica del cine en
nuestro país, efectiva en sus prácticas regulares: investigación, publicación,
academia, crítica”, dice Iván Pinto en “(Des) Articulaciones críticas para un
campo de estudios” y es justamente lo que este encuentro reúne. Cosa por lo
demás aventurada y que forzosamente debe jugar con ciertos grados
improvisación, pues todos estos ámbitos del estudio cinematográfico han sido
poco explorados en el país. Ya Juan Emar, en 1926, se quejaba en su última nota
sobre cine de “… la inexistencia de la crítica cinematográfica en Chile, a
pesar del gran éxito que tiene el séptimo arte en todo el mundo”, como anota
Wolfgang Bongers, y la situación no parece cambiar considerablemente.
Dice Ignacio Aliaga que “La Cineteca Nacional de Chile, del
Centro Cultural La Moneda, creada en 2006, tiene la misión de conservar y
difundir el patrimonio audiovisual de nuestro país, así como de promover su
conocimiento”. Por lo demás sabemos que
la falta de caminos recorridos trae también la libertad de explorar nuevas
miras. Desde esa libertad salen a flote instancias, escrituras, investigaciones
o publicaciones como la que aquí se reseña, todas moviéndose a contracorriente
sin dejar de avanzar.
Por supuesto que aparentemente está todo por hacer en un
rincón como el nuestro, aun con todo el gran patrimonio cultural
cinematográfico que sobrevive pese a incendios y fábricas de peinetas. En él
nos vemos como el profesor heroico de La
frontera, tratando de hablar con su familia desde el otro lado del agua, en
el esfuerzo de ensayar una sonrisa, con la confusión de sentirse un allegado y
al mismo tiempo reconocerse a sí mismo en tierras llenas de historias. Al sur
del sur, la zona fronteriza proyectada en la película pero que también es una
frontera geográfica, ideológica, estética, discursiva. Frente a lo cual sólo
podemos levantar la mirada y alzar la voz a través de las aguas que nos
separan, comunicando por encima de cualquier obstáculo.
Lo anterior pareciera ser el gran mérito de todas las
investigaciones reunidas en una publicación como Enfoques al cine chileno en dos siglos, así como de cada individuo
que sostiene y alimenta con diversas perspectivas nuestra historia audiovisual.
Pues desde este lado del agua las cosas se ven distintas y vamos descubriendo,
junto con el profesor de mirada aturdida, que en realidad no hemos dejado de
estar cerca de nuestro más querido objetivo. Basta mirar hacia dentro.
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