Hoy es un lunes a medio día y
todo el Liceo está vacío. Una chica en la entrada explica que hay reunión de
apoderados, y con el brazo señala una de las salas al fondo del primer pasillo.
Entras y nadie se inmuta con el recién llegado. Es porque a estas alturas de la
reunión, ya llevan una hora y media, todas las alumnas han entrado y salido
cuando quieren. Incluso conversan en grupos mientras alguien habla sobre el
futuro de todas ellas, y a cada rato uno de los adultos les pide que se callen.
Este hombre es el papá de Alina. Viste pantalones de mezclilla un poco rotos
con el uso, tiene aro en la oreja y un mechón de pelo más largo que le cuelga
de la nuca. Se ha tomado durante casi una hora su lugar frente al pizarrón,
donde antes estaban los profesores, e intenta comunicar a la audiencia de
jóvenes distraídas y un puñado de padres y madres que escuchan atentos. Parece
que fuera uno de los días más importantes de su vida pero son las hijas, y no
ellos, quienes han llegado hasta ese lugar.
El
padre de Alina les lee todo el reglamento, para que todos y todas lo conozcan
bien y así las autoridades tengan menos oportunidad de cagárselos. El
ministerio les cambió las reglas y ahora ninguna alumna que no esté inscrita en
un nuevo sistema electrónico dentro de la web será validada como perteneciente
al Liceo 7.
Lo que
queremos todas, dice una, es repetir porque consideramos que todo el programa
es un asco. Pero no todas apoyan esta decisión. Alguna interrumpe para opinar
que ellas no tienen el sartén por el mango, sino la directora, y que finalmente
dependen de lo que ella esté decidiendo.
Sí tenemos el
sartén por el mango. Lo tenemos, dice Lali. Traten de no pensar sólo en ustedes
porque al menos yo ya no estoy pensando sólo en mí, les suelta y luego vuelve a
quedarse callada. Esta será la única intervención en toda la reunión. El resto
del tiempo permanecerá sentada sobre una mesa, muy cerca de la ventana,
pintándose las uñas de morado. Junto a ella se encuentra Alina, quien está muy
atenta a todo lo que sucede y hace lo posible porque lleguen a un acuerdo.
Muchas han empezado a irse, así sin avisar. Van quedando cada vez menos y eso
que cuando comenzó la reunión ya eran minoría. Esa tarde todas van a irse a
almorzar con los papás, lo cual tiene ansiosas a la mayoría por salir de ahí.
El tope para tomar una decisión es el miércoles, pasado mañana, y siguen sin
llegar a un acuerdo. Alina ordena las ideas que se han expuesto e insta a todas
a que se manifiesten por algo, y la dispersión crece. No les dice que se callen
pero las mira con ojos inquisidores.
Surge una
idea: pueden inscribirse las que aun no lo hacen y no llenar las guías que
exige el reglamento.
Son seis los
padres que se quedan hasta el final. Están comprometidos con la causa y las
animan para que no se dejen, para que lleguen hasta las últimas consecuencias.
No se preocupen por Cristián Labbé que las quiere intimidar, les dice uno.
Labbé sólo es una piedrita en el zapato, responde Alina.
Salen de ahí
sin haber podido llegar a algo en concreto. Tienen que reunir a una mayoría,
sea como sea. Lo lograrán después, cuando las mismas compañeras llamen a una
votación para decidir si seguirán en toma o no. No quieren perder el año, están
pensando en ellas. Esas jóvenes que reclamarán eran las que en un comienzo
apoyaban la toma y luego nunca se aparecieron para ayudar en nada. Parece que
Alina ve venir todo esto. Tiene dieciséis años, es de las más chicas ahí pero
de alguna manera terminó con la responsabilidad encima, compartida con Lali que
no cree en el orden preestablecido y se toma todo con tanta calma. Su belleza
no pasa desapercibida. Es alta, de pelo largo, oscuro y la piel muy blanca, con
rasgos dulces y delicados. Cuando va a hablar uno esperaría que su voz sea
suave, y es una sorpresa porque las palabras le salen fuertes y decididas.
Yo me acuerdo,
aunque tengo muy desordenado lo que pasó, que desde antes teníamos el
sentimiento de toma por el contexto nacional. Apuramos el proceso y un día en
la noche de boca en boca coincidimos en que había que prepararse. Vimos que
había guardia y que sería difícil. Nos juntamos en la noche en el metro Los
leones y muchos pacos nos vieron con saco de dormir. Había más niñas grandes y
desde ese momento me dio vergüenza tener que dirigirlas.
Nos
organizamos en grupos. Estaban los sapos, yo era de esos porque me daba miedo
entrar. Luego las sombras, los que tenían que meterse y abrir la puerta. Otro
grupo para entrar y otro de refuerzos. Llegamos y no había ni un carabinero.
Llamé a una de las sombras y de la nada llegaron como tres patrullas que les
hicieron control de identidad y no pudimos hacerlo. Yo creo que interfirieron
la llamada. Nos fuimos a una plaza y una camioneta blanca nos seguía. En la
mañana rodeamos el Liceo.
Yo estaba de
muerte porque Lali estaba enferma y tuve que hablar yo sola, decir esto es una
toma. Éramos como novecientas. La directora no quería abrir las puertas, todas
se pasaron por la reja y empezaron a poner las sillas. Ella me dijo porqué
andas con ropa de calle. Me quité la ropa, abajo tenía el uniforme, y se la tiré.
Nos tomamos el Liceo, se fueron los profes y la directora con soponcio.
En la noche
nos desalojaron y no había nadie. Fuimos al parque de las esculturas y un grupo
de chicas de cuarto medio me quisieron echar porque soy chica y ellas querían
ser líderes. A la mañana siguiente le tocó a Lali y se lo tomaron
definitivamente. Hubo una semana de apogeo y nos desalojaron, pero como nos
llamaron de Lastarria para advertirnos nos fuimos antes. Llegaron con la media
contingencia policial y no había nadie.
Me fui al
Parque de los Reyes y el Nacho me llamó, yo lo quería ver y además tenía miedo.
Dije la verdad y me fui. Se tomaron el Liceo con la Ina a cargo. Un niño rompió
un vidrio y quedó todo con sangre. Repusimos el vidrio e inventamos que había
sido una niña a la directora. Se formó un grupo, hacíamos turno y éramos como
cincuenta durmiendo en la sala múltiple y otras encapuchadas hacían turno.
Pensábamos que todo se terminaría en dos meses, no nos dábamos cuenta de lo que
significaba. Yo hice un calendario hasta el día noventa y nueve. Teníamos miedo
de las vacaciones de invierno. Yo estaba de acuerdo en entregarlo y luego
volver a tomar porque era muy fácil pero ningún otro colegio quiso eso así que
no lo hicimos.
Empecé a tener
problemas con mis amigas por estar acá. Al comienzo se veía mal tomar copete o
que se quedara alguien y unas lo hacían a mis espaldas. Empezamos a tener
diferencias. A los tres meses ya éramos menos y los papás nos hicieron una
celebración, mi mamá lo organizaba, y no vino casi nadie salvo las que estamos
ahora. En el dieciocho fue la primera vez que levantamos la ley seca. Yo me
quedé y fue todo muy controlado. También me quedé en el once de septiembre, el
ambiente estaba muy denso, sentíamos ruidos raros.
Antes de la
toma yo no creía que penaban. Una vez puse reloj biológico y dormía pensando en
eso. Escuché unos tacos, fui a ver y no había nadie. Volví y se escucharon de
nuevo, todas los escucharon. Otra vez, durmiendo con el Nacho, se escuchaba una
música que subía y bajaba el volumen. Venía de la enfermería. También escucho
mesas que se corren solas.
La primera
pelea fue a los cuatro meses. Me dijeron que yo descansaba en los brazos de
Lali y yo sentía que no era así, luego nos arreglamos. Empezaron a usar el baño
de las tías y ahí comenzó la desorganización de espacios, me di cuenta que las
chiquillas también lo hacían y me dio lata porque nunca estuve de acuerdo.
Rompieron las reglas de alcohol y hombres. Empezó todo ese rollo de la
horizontalidad, todas se creían anarquistas pero igual la responsabilidad
recaía en mí y Lali. Tuve muchas veces ganas de renunciar porque no cuidaban el
Liceo. Es mi único problema con la toma, siento que no son responsables.
Hubo un tiempo
en que me dio depresión y lloraba por todo. Nadie se dio cuenta mas que las
profes asesoras y hablaron con la Lali para que me cuidara. Me daban miedo las
más grandes que yo, y mis amigos ya me quedaban chicos. Ahora estoy igual.
Siento que lo
que estoy haciendo está bien. Mi familia me apoya pero me gustaría que me
pusieran más límites. No me dejaban renunciar que era lo que yo quería. Me
obligaban a venir. Mi mamá es traductora y mi papá psicólogo y trabaja con
niños de riesgo social en San Bernardo, están separados. Mis tres hermanos son
chicos y mi hermanastra, de quince, que está en el Carmela, también pertenece al movimiento y eso nos ha juntado
mucho. Somos muy unidas.
El Nacho es
del Salesiano Alameda y ha estado conmigo porque no tiene una buena situación
familiar. Ha sido difícil porque vivimos juntos. Yo no me estoy quedando en las
noches para mostrar mi parecer sobre las cosas en las que no estoy de acuerdo,
pero vengo todos los días y trabajo. Las relaciones ya no están bien, hasta con
Lali hemos tenido encontrones.
Me he quedado
en medio, en edad y en política. Me parece bien la democracia con estado, pero
socialista y no liberalista. No necesito del materialismo para vivir. Estoy de
acuerdo con los cargos que hay si funcionan bien, y no estoy de acuerdo con el
anarquismo porque necesitamos estructura.
Quiero ser
profe, disfruto el contacto social. No tengo aptitudes artísticas. Un adulto
puede cambiarle mucho la vida a un niño.
Yo creo que la
toma va a terminar en diciembre. Seguramente me voy a tener que ir del Liceo y
como yo muchos tendrán que pasar a colegios privados. Pocos se quedarán en
toma. Esto dañó la educación pública, pero al menos creó consciencia. Lo que
más se ha ganado es que la gente diga las cosas, que se exprese, pero no va a
cambiar la forma de enseñar. Bueno, además hemos aprendido muchas cosas
inesperadas. Nunca fui del centro de alumnas y ahora comencé a hablar con
todas, a decir mis ideas. Ahora sé de administración, de producción. Comencé a
informarme, a hacer tareas domésticas. De pronto todas sintieron la necesidad
de leer, cosa que antes a nadie le gustaba.
Alina
termina de hablar y mira en el patio a un niñito con síndrome de down que corre
hacia ella mientras persigue al Amarillo. Se ríe a carcajadas y a cada paso
estira las manos queriendo alcanzar al perro que va cada vez más lejos y voltea
a verlo de reojo, disfrutando del juego. Se puede ver a ese niño normalmente.
Es el único hombre al que el Amarillo no le ladra. Aparece una mujer de mediana
edad con el pelo castaño, guapa, que sonríe mucho, le da la mano al niño y
llama a Alina. Es mi mamá y mi hermano chico, dice ella, me tengo que ir. Y
camina hacia ellos cumpliendo con su papel, como quien va al trabajo sin gusto,
pero confiado en que está haciendo lo correcto.
El
Liceo queda vacío y silencioso.
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