En la zona
comercial más concurrida de Santiago hay una esquina llena de púas, como enorme
erizo metálico. Plateadas, negras, con manchas de madera aquí y allá. En la
entrada dice “Liceo 7: alcanzamos la excelencia académica”.
Han pasado
tres meses desde que la toma se instaló por completo, con unas trescientas
chicas adolescentes habitando día a día este espacio destinado antes a tan
distintas tareas. El Liceo se ha convertido en un personaje, incluso de cierta
manera en un ser vivo. Adentro sucede
una rutina de reclusión voluntaria opuesta a la vida cotidiana al otro lado de
la reja, sólo se escucha el guitarrista de blues dueño de un kiosco y su perro
vagabundo tocando con sus amigos a todo volumen. Entre las salas deshabitadas,
plantas creciendo a la buena de la naturaleza y unas tranquilas palomas, todos
los días se hacen reuniones con gente que quiere ayudar de alguna forma. Al
final la mayoría no lo hace jamás, pero a ellas no parece importarles en
absoluto. Hay algunas que están adentro siempre, mismas que nunca llenan la
palma de la mano. Hablan de lo que piensan con soltura y a la vez una propiedad
académica muy cuidada.
Las paredes
también hablan. Salas tras salas de espacios cargados de silencio, con ruidos
que vienen de otros lugares. Ahí es posible escuchar cómo suavemente se mueve
una mesa o una silla choca con otra. Se oyen pasos donde no los hay, voces, y
tacones caminando por los pasillos. Muchas escépticas se convirtieron en
médiums acá, y ya habían asumido por completo la presencia de algo que ellas no
alcanzaban a dimensionar. Corrían rumores. Que el lugar fue un orfanato hace
mucho e incalculable tiempo. Que antes de ser construido un incendio arrasó con
vidas. Que había quedado cargado por una energía contenida, igual a la que
ellas vivieron mientras eran alumnas. Todas las teorías circulaban
completamente fuera del marco de lo histórico en cualquier sentido comprobable
y quizás por eso eran narraciones que funcionaban. Desde hacía tiempo que la
historia oficial había sido exiliada del Liceo.
Sentada en una
banca al margen de la cancha, Alina dice que va y vuelve, y dando la espalda se
aleja peinando su pelo largo, oscuro y brillante que se lava cotidianamente en
el baño de su casa. Tiene dieciséis años y está agotada. Su trabajo de “vicepresidenta”
de la toma no es cosa de niños ni de casi ningún adulto. Le gusta el orden, las
jornadas claras y definidas, la limpieza. Difícil esperar esto de una veintena
de mujeres entre los quince y dieciocho años que son libres por primera vez en
sus vidas. En un comienzo se había dicho que no dormirían hombres y se quedaría
afuera el alcohol, ahora el otro día hasta le ofrecieron un pito. Ya nada podía
hacer, pese a la gran y sólida estructura que ella veía posible. Va diciendo
esto mientras se aleja de Lali y esta ríe mientras recuerda en voz alta cuán
diferentes son. Por lo menos en la Alina sí creo porque la verdad he dejado de
creer en la mayoría de las chiquillas, dice y deja de reír.
Lali se queda
mirando al fondo de la cancha, sentada en una banca a la que le da el sol.
Tiene dieciocho años, va en cuarto y al igual que todas sus compañeras ha
llegado con un promedio superior a 6,5 a esa escuela. Su pelo también es oscuro
y largo, pero ella nunca se lo peina y lo trae como amazona. Es extremadamente flaca,
como si una brisa pudiera llevársela volando, se viste como gitana y parece una
hippie que lo pasa bien todo el día, pues siempre se ríe y parece más tranquila
que es resto. Le duele una cadera que tiene mala, cada cierto tiempo se la
soba.
Bueno ¿en qué
estaba?, dice agarrándose la cabeza. Decía que tal vez todo partió para mí el
año pasado. Siempre me ha interesado el medio ambiente y lo social, y empecé a
ir a las asambleas políticas de la ACES y la AES. Fue poco después que en el
colegio hiciéramos una huerta y me empezaron a invitar. Cuando comencé a ir me
dio miedo porque manejaban mucha información. Primero iba muy de oyente, los
observaba. Cómo se sentaban, lo que decían, todo estaba manejado y era
demasiado chistoso, aunque para la mayoría era muy fome porque las reuniones
duraban de tres a cuatro horas.
Luego fui con
los de Juventud Miguel Rodriguez, las juventudes del MIR. Quería saber más pero
di cuenta de que eran muy partidistas y jerárquicos. Las chiquillas querían que
yo fuera presidenta. Ya cachaba que esto de la toma se venía, todos se estaban
organizando a la vez. Estaba además absolutamente planeado en la Concertación
con la Camila Vallejo, otra partidista. Llegó fin de año y habíamos ganado el
centro de alumnos con un 87% versus la dirección, eso hizo que más nos
interesáramos por que se enteraran de estos cambios políticos. Éramos como
veinte en el centro, yo iba a ser vice y la Sasu no quiso entonces yo asumí. De
lo cual no me arrepiento pero tampoco lo volvería a hacer. No me gusta tener
que decidir por nadie.
En mayo
comenzaron los ratones. Nunca quise que los mataran, era un tema de dirección
porque se estaban pasando a llevar a todas, lo único que les interesa es que
paguen y tratan mal a las que son más humildes. Cuando se hizo el paro vimos
que si bien el Liceo no tenía formación política ellos podían ver que sí
teníamos poder de participación. Nunca me gustaron los que se asumen
dirigentes. Fuimos llevando el movimiento a los lugares más periféricos porque
los movimientos no se construyen desde partidos o grupos sino desde afuera.
Invitábamos compañeras a las asambleas para que conocieran más posibilidades
pero la mayoría sólo pensaban en sí mismas, como ahora. Me había salido del
cole a fines del 2010. Era la máxima expresión de lo más político en el Liceo y
las que más reclamaban porque no se hacía toma nunca se aparecieron a la hora
de los hechos.
Convocamos a
las chicas para una votación y la directora llegó a echarnos, diciendo que le
habíamos faltado al respeto. Yo se la regresé. Se puso a llorar y se fue. Ella
era la que nos faltaba al respeto, se lo grité mucho. Una vez me encerraron por
lo de las ratas para quejarse de que salieron en los medios. La vieja me empezó
a agarrar y zaranderar. Me fui corriendo, me encerré en el baño a llorar. Luego
pidió perdón.
Era lunes
cuando comenzó y el martes las cacharon unos pacos. Yo no vine hasta después,
me dolía la cabeza y estaba cagada de miedo. Estuvimos toda la primera semana
en una ocupación cultural. Todos los viernes hubo votaciones para ver si
seguíamos y los pacos no entendían nada.
Fue muy
liberador no tener que ver más a tanta gente con malas pulgas. La mayoría de
los profesores son unas personas cuadradas e imposibles de llevar a cualquier
debate. Las diferentes son Serra, que
hace historia, y Evita que enseña tecnología. Ambas están enfermas, una de
ellas terminal. Antes que las amenazaran laboralmente nos traían comida y cosas
ricas, conversaban con nosotras, nos contaban lo que pasaba desde el otro punto
de vista –una de ellas hace clases en un colegio cuico-, nos invitaban a su
casa. Son muy buenas profes.
Me fui de la
casa. Mi familia no entiende ni con el tiempo. Mi mamá es muy conservadora y
conformista y mi papá es de la fuerza aérea, milico. No quiero volver. La otra
vez a mi hermano chico lo retaron porque yo estaba “metiéndole ideas en la
cabeza”. Antes habría peleado, ahora los escucho. Por contradicción yo creo que
empecé a pensar de esta otra forma. Yo era pokemona pero me di cuenta que no me
gustaba ir y sacarme la ropa con mis amigas.
Las primeras
noches teníamos pacos afuera que nos tiraban piedras. Al comienzo estaba
asustada y mandaba mucho pero luego lo fui dejando de hacer porque no me gusta
que nadie me mande. Siento que aquí no me dicen las cosas. A la Alina le gusta la estructura y yo sólo
quería desjerarquizar, no creo en gobernar, creo que la gente tiene la
capacidad de organizarse pero al final ellas siempre venían a preguntarme las
cosas. Siento que me cuesta mucho escuchar a los demás. Hablo mucho. Yo espero
que las chiquillas me vean como un igual, pero a veces creo demasiado que yo
tengo la razón. No me gustaría volver a ser presidenta de nada, sino una
persona que cree en los cambios. Me he estado desligando de la toma, estoy muy
cansada. Los caminos son infinitos.
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