martes, 16 de noviembre de 2010

Paraderos de Eugenio Dittborn

(Publicado en La panera)


A fines del mes pasado algunas de las obras más importantes del artista visual Eugenio Dittborn (Chile, 1943) se prepararon para dejar el MAVI (Museo de Artes Visuales) y embarcarse en otro vuelo a sitios lejanos. Desde 1984 muchas han visitado casi setenta ciudades en todo el mundo, y su reciente estadía en Santiago abrió un espacio para considerarlas una vez más. Esas obras en primer término habían sido concebidas para la primera Trienal de Chile de donde Dittborn se retiró. Durante mes y medio ocuparon los amplios espacios del museo, estirándose a todo lo ancho en una de las retrospectivas cruciales del autor.

Este recorrido por la muestra inicia con una sensación de que se ha entrado al territorio de Dittborn. Por todas partes es indudable que su mente ideó cada detalle: los colores pálidos, dominantemente grises, la decisión de no optar por el convencional texto explicativo en una pared, la precisa información visual y textual del afiche o la calidad del catálogo. El artista ha sabido ocupar los espacios y hacer de ellos su territorio. Por eso mismo su obra pasó rápido de ser rupturista a instalarse como un referente inamovible para las siguientes generaciones de pintores chilenos. Luego, durante casi toda su vida profesional, Dittborn ha sido parte del canon artístico. Como la tintura en la tela, esto fue azaroso y a la vez producto del cálculo.

La mirada se encuentra primero con la obra inmediatamente anterior a las aeropostales. Allí, dos imágenes se ven forzadas a convivir en un mismo punto. Un nadador que toma aire, el dibujo del rostro de un niño inca congelado. Ambas son imágenes solas y reunidas en un mismo lugar, sin forzadas coherencias narrativas, atravesadas solo por el color, la luz y la textura. Forman parte de un tríptico acompañado por un par de textos convertidos en obras de arte. Ahora, dos décadas después, este trabajo tiene una voz afinada dentro de su rigidez. Deja concebir una voluntad en esos materiales a plegarse en sí mismos y reducirse a mínimas expresiones.


Aeropostales

Ciertamente Dittborn llegó a un gran descubrimiento a fines de 1983. Doblando una superficie sobre sí misma en partes iguales, hizo caber obras de gran formato en sobres de correo aéreo. Primero papeles, luego entretelas y ahora textiles cosidos, bordados, teñidos, serigrafiados, estas obras han recorrido sin descanso ciudades alrededor del mundo, burlando así los límites artísticos y políticos que se viven en un momento histórico determinado. Además, con simpleza y elegancia, resolvieron de un momento a otro el gran tormento de los pintores: la acumulación.

Las aeropostales han sido tan estudiadas, analizadas y revisadas que hoy ya existen lugares comunes para referirse a ellas. La tensión que se produce entre los pliegues y las imágenes, o el uso vivo de las manchas en el espacio, son señas importantes de caminos demasiado visitados. Se ha reflexionado tanto en torno a ellas porque consiguen situarse por encima de los impedimentos pacíficamente. El artista cuenta que él mismo se sintió sobrepasado por su descubrimiento cuando éste apareció cargado de todas sus posibilidades. Para muchos es tentador dar por hecho que esas posibilidades ya fueron cubiertas, y no hay nada más por agregar. Como una buena respuesta, Dittborn convocó a estudiantes de arte para conversar con ellos. Nuevas miradas mantienen entonces con vida a las obras por más revisadas que sean. Alguien confiesa intuir que un ser humano solo puede hacer bien una cosa en la vida, y en todos aparece la pregunta ¿qué vendrá luego de una aeropostal? Dittborn responde señalando las novedades que este formato continúa ofreciéndole. Pudo reunir imágenes de procedencias muy diversas para acentuar su verdadera naturaleza, exploró la fuerza de los espacios que se rechazan o la permanencia de las bases cromáticas que inundan la obra entera, revolucionó el lenguaje pictórico. Ahora, además, las pinturas ya no se cierran forzosamente en ángulos de noventa grados, sino que recortan libres el espacio haciendo que la base de las paredes se convierta en equilibradas formas geométricas. Todo esto es cierto, y aun así la pregunta parece no haber sido respondida.

Andy Warhol solía decir que no importa lo que escriban sobre uno mientras se publique. Este genio del mercado señaló algo muy importante que Dittborn ha sabido explotar. Él mismo registra sus propios pensamientos sobre las aeropostales en un lenguaje escrito de estructurado contenido poético. Aquí es literal la extraña costumbre de Dittborn a hablar de sí mismo en tercera persona, costumbre que es una postura frente a todo lo que hace. En los sobres de las aeropostales hay siempre espacios precisos dedicados a textos. Al leer esas palabras de muchos autores, espontáneamente el espectador produce imágenes mentales únicas. Estas vienen a sumarse al universo visual tan revisado en las pinturas y recuerdan que absolutamente cada elemento ahí está dispuesto para alzar las aeropostales en toda su dimensión.


Videos

La muestra no se limitó a ocupar un museo entero, y tomó parte del Museo Arqueológico de Santiago con cuatro cintas creadas entre los ochentas y principios de los noventas. Son pocos los que se detienen a observar cada una de estas piezas siendo irremediablemente atraídos de vuelta a las aeropostales, quienes se llevan la atención generalizada. En cierto sentido es comprensible, pues los videos ofrecen más preguntas que respuestas. Sin embargo, los indicios que pueden seguir abriendo el contenido de un trabajo deben su existencia a preguntas sin resolver.

“Cinco Bocetos Preparatorios para la Historia de la Música” nos presenta a individuos entonando canciones frente a una cámara que a veces no ven, pues muchos de ellos son ciegos. Se ha llegado hasta este punto luego de mirar pinturas, y esta relación entre la visualidad y lo sonoro automáticamente obliga a situarse en una nueva disposición. “El Crusoe” muestra dos momentos en la playa en apariencia muy lejanos. En uno el gris se asienta en el protagonismo del agua en movimiento. Hay un hombre sólo de mirada indescifrable y la voz de una mujer contando la historia de un naufragio. Otra grabación se cruza con ritmos y colores opuestos, y aparece detrás de una cámara hiperactiva la playa en un multitudinario verano turístico. Se presencia luego el radioteatro “Lo que Vimos en la Cumbre del Corona” con una mujer interpelando al espectador en su mirada directa y voz histriónica. Lee a la cámara un largo relato concebido para ser escuchado en un radioteatro. Las experiencias de vista y sonido de nuevo pretenden mostrar otra cara de sí mismas aquí. El personaje finalmente se queda en silencio un tiempo suspendido y baja los brazos sin prisa. Este momento crucial fue completamente producto de la casualidad .

Este recorrido personal propone llegar a su fin en “La Historia de la Física” (1982), video central de Dittborn donde muchas dudas quedan resueltas. Atesora un momento específico del pasado que deberá tomar aquí su lugar esperando crear eco. Hay un hombre derramando un balde con 350 litros de aceite quemado sobre el desierto de Tarapacá. Tomando como escenario la extensión inmedible de tierra, el artista pareciera menos pequeño cuando deja caer una mancha negra que se va apoderando del espacio visual a su manera. Él está ahí solamente para ayudar a que eso suceda. La acción explica más la obra de Eugenio Dittborn que muchas consideraciones a las que decidamos seguir sumándonos. Aquí desde el desierto, quisiera invitar a pensar en la vida de toda una obra que a velocidad incomparable circula en el mundo del arte hasta ser consumida por su mercado. Entonces, por primera vez llega a su fin, se detiene y descansa.


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