martes, 22 de enero de 2013

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Es posible entrar al Liceo 7 en toma si eres mujer, joven y fácilmente puedes confundirte con las chicas. Pero aun en ese caso si se duda un poco el temor será olfateado y rápidamente alguien preguntará quién eres tú. Los periodistas entonces responden con la verdad, lo cual multiplica la desconfianza en el acto. Ya han ido suficientes de esta especie a succionar toda la contingencia que allí supura, se van con las manos llenas y nunca vuelven salvo para pedir más. Frente a la cautela natural de entrar a una escuela que está tomada siendo ajeno a ella lo mejor parece ser acercarse a las alumnas, hablar con ellas, mostrarles genuino interés, y sobre todas las cosas probar que se está ahí con buenas intenciones, para ayudar como mejor se pueda. Alguna de las líderes querrá conocer al intruso en cuestión, entonces se obtendrá el invisible pase de entrada. El segundo día de visita podrá franquearse a las guardianas con un simple y llano vengo a ver a Lali.
            Se habrá cruzado la puerta perforada con patas de mesas y sillas, pasando entre un puñado de cinco a diez jóvenes que piden una cooperación a los transeúntes, cantan y escuchan un regaetón que dice toda la noche te voy a dar. Entonces el primero en entregar la bienvenida será un árbol gigante, anciano, con un tronco que no menos de cinco de esas niñas con los brazos estirados podrán rodear y ramas que se abren dando una sombra generosa. A la derecha un patio rodeado de plantas. Quienes más gozaban de ese espacio eran los administrativos y la rectoría, cuyas oficinas daban a dicho rincón agradable y ahora se encuentran cerradas con llave para evitar cualquier robo o arranque de vandalismo.
Una vez bajo el árbol el siguiente sujeto que dará la bienvenida al intruso será el Amarillo, un perro callejero que desconfía de todo desconocido mas puede llegar a quererlo salvo si éste es hombre. En este caso su odio no tendrá límites y jamás dejará de ladrarle, por más gritos y retos por parte de las amas. Fuera de su instinto sexualmente discriminador pareciera un perro dulce. Es feliz cuando una de las chicas le tira una botella de plástico vacía, él la toma con la boca y corre con ella como una flecha. Le gusta que le rasquen el pecho y cuando está cansado siempre se echa a los pies de quien tiene más cerca. Pero aunque las alumnas le dan amor, juran que lo detestan, que es malvado por dentro, sin explicar porqué. Lo cierto es que muchos perros de la calle han pasan temporadas en el Liceo, pero es Amarillo quien reside ahí de planta.
            Avanzando hacia dentro, pasando la sala múltiple a la izquierda, se llegará a un patio de piedras al que le dicen las casitas porque tiene unas mesas de madera con bancas empotradas y techos triangulares. Ahí se hacen todas las reuniones con personajes de la más diversa índole. El trabajo no para nunca, siempre hay ideas nuevas que poner a prueba y gente externa que muchas veces de forma anónima para no perder su trabajo quiere participar en esta revolución social. A un lado de las casitas está el gimnasio, utilizado ahora para todo menos para hacer ejercicio, y al otro la cancha. Más allá todas las salas vacías, que sin embargo están cargadas de extrañas vidas. Son, en el sentido más literal del término, presencias de ausencias.
            Un cuaderno de religión abandonado sobre una mesa. Al abrirlo no hay nada escrito que involucre la materia, salvo la siguiente anotación. “Soy Constanza Rivas, tengo 14 años, curso 1º año medio en el Liceo 7 de providencia, me gusta escuchar música, leer y dormir especialmente. Aun no tengo claro lo que pretendo aunque se han pasado por la cabeza varias carreras, primero quería ser astronauta, astrónoma, científica, psicóloga y médico etc. / Me considero una persona “rara” por buscarle algún significado, porque no soy de fiestas ni estar rodeada de “amigos”, tampoco digo groserías, lo considero en contra de mis principios.” A través de la ventana de esa sala hay un policía que camina muy lento, mirando en esta dirección. Más arriba, en los edificios que rodean el Liceo, los vecinos observan constantemente. A cualquier hora puede corroborarse su presencia silenciosa y anónima. Son siluetas oscuras que nunca muestran la cara.
            En otra sala, particularmente distinta pues aun tiene las sillas en el antiguo orden de las clases, hay un árbol hecho con papelitos pegados en la pared del fondo. Cada uno registra el cumpleaños de las compañeras. Al centro y abajo, situado en el tronco, el cumple de la profe. Le anotaron en letra más pequeña la palabra dictadora… y una carita feliz. Hay collages con galanes de farándula como Juanes, Alejandro Fernández, Take That y Bon Jovi. Pueden leerse tips de belleza y moda, datos duros y citas sobre política como “En Chile se gasta un 2,7% del PIB en la compra de armamentos y sólo un 0,68% en educación” o “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa. (Gandhi).” Todo en un mismo mural de caucho. Pero en el lugar central y sin duda protagónico, el Código Femenino: “Art 1: Solteras sí, solas nunca.
Art 2: ¿Usted piensa en algún bonustrack con algún ex?, recuerde que figurita repetida no completa el álbum.
Art 3: No trate como prioridad a quien la trata como opción.
Art. 4: ¿Príncipe azul?, ¡es mejor el lobo feroz… que ve mejor, la oye mejor y la come mejor!
Art 5: Mientras llegue el indicado disfrutemos al equivocado.
Art. 6: Mejor sola que mal acompañada.
Art. 7: Amigas primero :)”
            Cuando se camina hacia los cursos que ya están por salir a la universidad el primero en el pasillo tiene puesto un letrero a mano que dice 4º medio, eliminando así todo resquicio de duda. “La ignorancia del pueblo”, se lee en el suelo con letras rojas. Han arrimado muebles, delantales arrugados, libros y cuadernos a los rincones. El diario mural tiene frases célebres de profesores como “Aquí no se habla francés, se habla alemán. Nosotros somos españoles.”, “Ayer vi una niña chica que era bastante grande”, “El primer día lunes de la semana”, “Un país nacional chileno”, “El significado tiene que ver con qué significa”, “Un anillo de plata que no pesa nada, no es muy de oro”, “Es imposible tapar un dedo con el sol”, “El discurso religioso es como el político, pero religioso”, “Mi opinión personal de mí”, “Anote con palabras”, “El comprometerse indica compromiso”, “¿Por qué no escucha en voz alta?”, “Se va a vender comida comestible”, “Resulta que las palomas están haciendo un control de palomas”. Y otras, muchas otras, en el mismo tono.
            Sala a sala las historias no dejan de fluir entre medio de muebles escolares desvencijados, percheros sin los ganchos para colgar y un polvo que se levanta a cada paso haciendo rasposa la respiración. El sentido del humor y la inteligencia conviven de la mano en estas alumnas con distinción máxima, acompañadas de una consciencia muy aguda de la situación por la que están pasando. Por medio de mensajes silenciosos, anotados para ser leídos por ellas mismas o por profesores que no se lo habrían tomado demasiado en serio, las chicas del Liceo 7 comenzaban a escribir como arma de defensa, de identidad, de relajo y por supuesto para dar permanencia a pensamientos que de otra forma se habrían difuminado en la nada.
            Las jóvenes dicen haberle tomado un especial cariño al Liceo durante la toma. Cierto, es imposible no encariñarse con este espacio amplio, donde abundan plantas con flores y árboles llenos de gorriones, tórtolas y zorzales que cantan a gritos imponiendo su presencia diminuta. En un día de clases estos lugares donde ahora se puede correr con los brazos abiertos eran en realidad una lata de sardinas. Por ejemplo el comedor, ahora un salón rectangular en el segundo piso que da a la cancha y tiene como paredes y techo ventanales donde entra la luz a chorros, fue en un día normal de escuela como el transantiago en la hora pic. Había que comer a codazos, porque ni siquiera cabían bien las bandejas en estas mesas redondas que ahora parecen el lugar de un auspicioso banquete abandonado. La sobrepoblación en esta escuela fue otra de las causas por las que no era posible fijarse en ella. Pero desde el primer día de toma aparecieron sus muros de enredaderas, sus ruidos extraños, sus pequeños habitantes y las bancas antes imposibles de conseguir. Entonces se enamoraron del lugar, perdidamente, y a la primera catarsis destructiva la mayoría actuó en defensa de lo que en verdad, ahora lo sabían, era suyo.
            Al comienzo, cuando todavía eran muchas, durmieron en la sala múltiple. Temían el invierno y tuvieron que enfrentarlo, osadía extrema, y se apretaban unas entre otras como pollos para compartir el calor. A pura sopa en sobre y nescafé sobrevivieron, echando más y más agua para que les alcanzara. Ahora, luego de cuatro meses, ya son pocas, no más de quince las que permanecen aquí. Otras van y vienen de sus casas, apoyando la causa desde la distancia. El resto o permanece en silencio o bien les hace la vida imposible insultándolas desde facebook y alimentando una mala fama. La mayoría duerme en una sala junto a las casitas, donde casi siempre puede encontrarse a una con su novio revolcándose en el piso.
            Para llegar al dormitorio de las dirigentes hay que cruzar toda la fila de salas por el primer piso y tocar la última puerta, en el rincón más escondido. Es un lugar pequeño, modesto, con algunas colchonetas en el suelo, mantas, ropa revuelta y una mesa donde se juntan para seguir trabajando. Ya es de noche y sacan de una mochila lo que será su comida, dos queques de paquete y bebida. Se ve que tienen hambre pero igual comparten con quien sea que entre por cualquier motivo. Vale dice imagínate una pizza, y los otros cierran sus ojos como si pudieran verla y saborearla. Estos otros son Lali, Alina y su novio el Pancho quien la sigue como sombra. Incluso se parecen físicamente, tal vez por el mismo motivo. Revisan sus citas de la semana, hablan de un cierto hombre quien quiere ayudarlas a imprimir un periódico escolar que van a redactar junto con los otros Liceos del cordón Providencia. Este tipo tiene su propia agenda eso sí y no hay que olvidarlo, dice Lali, como la Camila Vallejo. Al escuchar este nombre todas ponen cara de asco, el espejismo de la pizza ha desaparecido. De golpe las invade el sueño.
            A la salida sólo queda un par de guardianas. El árbol tiene sus ramas caídas, Amarillo no se aparece y la música está a un volumen muy bajo. Afinando el oído puede escucharse la misma canción. Toda la noche te voy a dar. 

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