(Publicado en Escáner Cultural)
Piedra. Pensar en el pasado es posible, nombrarlo no. Pese a los esfuerzos no se puede producir ni siquiera frases sueltas. Se dice cómo se escuchaban aun los ruidos de lo que fue en un tremendo bullicio, mas la mirada no localiza el verdadero lugar de donde provienen los sonidos. Las pisadas en el barro siguen ahí, calientes. Persiguiéndolas se llega al propio desvanecimiento. Lo único que se tiene son los restos desperdigados. Tan terriblemente inmutables. Laten con fuerza bajo la suave capa vegetal. Reposan, pero en vigilia. Piedra. Por algún motivo de peso se eligió ese material. Siguen estando ahí para recordarnos de nosotros mismos. Algunas demasiado enterradas. Otras bajo luces artificiales, mostradores de vidrio antirreflejante y en el mejor de los casos climatizadores. La piedra es lo que nos define, decían. Pero no la conocemos. Lo único que sabemos son historias contadas por otros.
Piedra. Pensar en el pasado es posible, nombrarlo no. Pese a los esfuerzos no se puede producir ni siquiera frases sueltas. Se dice cómo se escuchaban aun los ruidos de lo que fue en un tremendo bullicio, mas la mirada no localiza el verdadero lugar de donde provienen los sonidos. Las pisadas en el barro siguen ahí, calientes. Persiguiéndolas se llega al propio desvanecimiento. Lo único que se tiene son los restos desperdigados. Tan terriblemente inmutables. Laten con fuerza bajo la suave capa vegetal. Reposan, pero en vigilia. Piedra. Por algún motivo de peso se eligió ese material. Siguen estando ahí para recordarnos de nosotros mismos. Algunas demasiado enterradas. Otras bajo luces artificiales, mostradores de vidrio antirreflejante y en el mejor de los casos climatizadores. La piedra es lo que nos define, decían. Pero no la conocemos. Lo único que sabemos son historias contadas por otros.
Y qué tenemos
mas que tratar de explicarnos mejor. Habían dibujos que penetraban las piedras
haciéndolas parecer blandas. Habían pinturas en las paredes. Algunas enormes,
con celestes fondos que brillaban, pinturas de hombres adornándose las cabezas
y conversando entre ellos siempre de perfil, pinturas de plácidas rutinas
cotidianas, de torsos desnudos, luchas hasta la muerte y animales
entremezclados con lo humano. Las mujeres se veían anchas y en reposo. Los
hombres, sensuales y llenos de vida. Habían extensos tejidos de diálogos
abstractos, utensilios de cerámica con seres reales e imaginarios, también pintados.
Había, por último, muchos huesos. Algunos desintegrándose a solas. Otros bajo
la piedra. Los más en
acumulaciones equivalentes a cientos de cuerpos. Masas de costillas, dientes,
caderas y pedazos amarillos indefinibles. Algunos perfectamente alineados, como
un durmiente que se fue para ir a soñar y jamás volvió, mezclados con metales
brillantes y joyas color de río. Pero ya nadie era capaz de leer la piedra ni
la pintura ni el textil ni la tierra moldeada. Estaban modificados y no había
marcha atrás. Lo único que quedaba era entrar a formar parte de aquellas
historias que otros contaron, ser capaces de vivir y dejarse encarnar por el
relato hasta que sus transformaciones fueran sutiles pero fieles al pensamiento
de cada uno.
Por supuesto
sucedió que hicieron de ese pasado un espacio de utopía, como imaginando el
tranquilo dormitar en el vientre materno. De qué otra forma concebir lo que se
vivió en el comienzo de los comienzos, lo que no podrá volver a experimentarse
por más regresiones inventadas. En el inicio se tiene sólo eso y la piedra.
Respectivamente representando la fantasía y otro la realidad física de todos.
La diferencia está en que lo primero es proclive a la descomposición e hijo de
las metamorfosis más inagotables. La piedra, por otro lado, es estacionaria,
fija e inmutable. Casi inmortal.
Seguiremos
viajando tiempo atrás, en las lineas de generaciones y ancestros de los señores
a quienes hemos observado de cerca. Su hambre de poder era vieja, alimentada
con los años, pareciera que cada vez más insaciable. No es fácil explicársela
pero algo nos dicen los rastros, esos textos antiguos que van quedando, algunas
inscripciones perdidas. Los señores que más tarde adquirieron el poder
descomunal eran primero tres brujos perdidos en la selva, probando las lianas y
los hongos escondidos bajo el musgo, la baba de ranas amarillas y cierto tipo
de arañas nocturnas. Veían en todo esto puertas a lugares desconocidos y,
aunque no querían nombrarlas, comenzaron a utilizarlas ardientemente. En esos estados
febriles abrieron zurcos entre las selvas y aparecieron caminos duros, de
tierra mezclada con piedras molidas donde difícilmente crecerían las plantas. Y
esos caminos no llevaban a ningún lugar en especial todavía, pero al
terminarlos miraron en ellos las señales de un progreso.
Cuando las
tribus pasaban por algún camino quedaban pasmados ante tanta planicie desierta,
sólo por un momento, pues se dice que la gente de la selva está acostumbrada a
tener visiones desconocidas. Pero justo cuando se decidían a seguir adelante
escuchaban ladridos de coyotes y rugidos de felinos furiosos, así que corrían
con toda su alma, para luego llegar a sus casas y compartir siempre las mismas
historias. Pronto sospecharon de los brujos, y tenían toda la razón. Eran ellos
quienes se escondían detrás de los árboles, al borde de sus creaciones
peatonales e imitaban los gritos de animales salvajes para espantar y pasar un
buen rato saboreando la superioridad. Tienen que ser ellos, decían entre las
tribus, sin mucha certeza. Luego se iban a sus camas y olvidaban la humillación
para continuar con sus vidas.
Por
su parte los tres brujos adoraban unas estatuas de piedra todos los días. Eran
dos muchachos jóvenes esculpidos con suavidad, como si fuera barro ese material
duro y la tierra se transformara en sustancia inpenetrable por arte de ciencia
mágica. Cada noche los brujos les llevaban sangre de pájaros y venados,
derramándola frente a esos dioses. Pensaban que gracias a ellos tenían el poder
de la naturaleza y la dominación sobre los otros hombres. Cargando con un
sentido de deuda no pagada, se pinchaban sus propios brazos y orejas para
ofrendar sangre propia, y así veían cómo una sutil línea aparecía en la cara de
esos ídolos a modo de sonrisa satisfecha.
Un
día, estando cerca de los caminos construidos, se cruzaron con uno de las
tribus que iba desnudo, cargando con un montón de leña. Lo vieron así, el sudor
corría por todo su cuerpo acariciando los músculos que temblaban en el
esfuerzo. El pelo en la cara lo cegaba, pero ese hombre conocía tan bien su
trayecto aun fuera del camino artificial que avanzaba sin ninguna dificultad.
Sintieron que era su deber llevar sangre más preciada a los dioses y mejor que
asustarlo con los gritos salieron a su encuentro y lo mataron ahí mismo, para
luego desangrarlo frente a la piedra. Ese fue el primero de muchos secuestros.
Y no abandonaron su propio mito de seres que a su vez eran animales, pues cada
vez que se iban con un cuerpo dejaban tras de sí huellas de felino y coyote.
Los
hombres de las tribus comenzaron preguntarse por la causa de tantos
desaparecidos. Analizaron el suelo alrededor de los caminos y vieron con
sorpresa las huellas de animales. No son los brujos, se decían, pero esto no
puede ser. Rastrearon esas huellas y no pudieron mas que perderse, pues estas
seguían líneas contradictorias que los hacían dar vueltas sobre sí mismos
dentro de los espacios impenetrables de la selva hasta perderse y ser
capturados. Así sucedía: de pronto se encontraban en medio de una neblina muy densa.
Dicen que entonces se formaba una lluvia negra, todo alrededor se hacía lodo y
ya no veían nada hasta que les llegaba la muerte.
Fue
en esos días cuando algunas mujeres y hombres de la tribus tubieron visiones
extrañas cuando iban al río. Contaban que al llegar veían las figuras de unos
muchachos bellísimos que se bañaban entre risas. Su piel era gris y brillante.
Muchos trataban de acercarse pero estos seres, al notar que eran vistos,
desaparecían entre las aguas como si hubiesen sido producto de la imaginación.
Por un tiempo quienes los vieron no decían nada, pero cuando alguien comentó
algo sobre dos jóvenes en el río todos tenían una historia que contar al
respecto, y así notaron cómo estos relatos se ensamblaban en uno sólo que era
el siguiente. Habían presencias sobrenaturales en las aguas, y estas eran de
seguro quienes ayudaban a los brujos en sus planes de aniquilamiento
injustificado. Confiando en su intuición dieron paso a idear un plan.
¿Cómo
podemos asegurarnos si son dioses o no, y en este caso adorarlos también para
que no nos hagan más daño los brujos?, se preguntaron. Y fue así como a uno se
le ocurrió tentarlos, mandando a sus hijas más hermosas a nadar desnudas en el
río. Fueron a buscar a tres de ellas. Les dijeron deben ir a bañarse en la
orilla completamente desnudas hasta que vean a dos muchachos con piel como de
piedra. Si ellos las llaman, acérquense. Si quieren tocarlas, permitan que lo
hagan. Deben entregarse a todo lo que ellos deseen, de lo contrario nosotros
mismos las mataremos. Luego vuelvan con las pruebas de la existencia de estos
seres.
Las
jóvenes fueron hacia el río y obedecieron a las órdenes de sus padres por más
miedo que tenían. Pero ellos olvidaron enseñarles a mentir porque en cuanto los
dioses vieron esos cuerpos provocadores preguntaron qué hacen aquí. Nuestros
padres nos enviaron, respondían ellas, a buscar pruebas de su existencia y
llevárselas de vuelta. Los dioses les pidieron que esperaran ahí. En el vuelo
del aire llegaron hasta las profundidades de la selva donde estaban los tres
brujos. Ustedes que conocen tan bien el arte de la pintura, hagan tres mantas
en con las que podamos dar una lección a los señores que quieren pruebas de
nuestra sagrada existencia, les dijeron. En unos pocos segundos volvieron con
las pinturas hasta las jóvenes. No se las pongan ustedes, son sólo para sus
padres.
Llegaron
las mujeres y en sus cuerpos no había arañazos ni moretones ni sangre. Nada que
evidenciara una violación, cosa que los padres esperaban ansiosos. En cambio
traían un paquete con las mantas, y al desplegarlo los señores vieron
maravillados cómo en una había un felino gigante, erizado, mostrando todas sus
garras. En otra un águila con las alas estiradas, como bajando a tierra a punto
de cazar a su presa. En la última sólo pudieron distinguir unos puntitos color
ocre. Se pusieron cada uno las mantas y andaban pavoneándose frente a todo el
pueblo cuando de la última pintura se desprendieron avispas que perforaron el
cuerpo debajo. Así sucedió con el águila también, la cual se encargó de
arrancárle los ojos al hombre y abrirle el pecho a picotazos. El tercer señor
soltó su manta y trató de huir pero era demasiado tarde. El felino estaba
desprendiéndose de la tela y ya se ecuchaban sus rugidos. Corrió hasta él, se
lanzó encima y lo mató lentamente. Como un gato que juega con el cuerpo de un
ave.
Desde
entonces nadie tuvo duda. Las representaciones de la naturaleza o de seres
míticos laten por debajo. Es algo que se escapa incluso a quienes las
construyen. Pueden percibirlo, mas no nombrarlo y menos controlarlo. Muchos
dicen que esto sucedió desde ese entonces, cuando los brujos pintaron las
mantas bajo la orden y vigilancia de los dos gemelos dioses. Otros sostienen
que el poder viene de muy atrás. Continuemos nuestro camino hacia el pasado
para averiguar este y otros asuntos.
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