viernes, 13 de mayo de 2011

Se comparten lecturas VII


Anteparaíso


Viaje larguísimo. Se vive y sufre lo suficiente como para poder luego descansar en paz, sumándose todo lo ya transcurrido literariamente como ese Purgatorio pasado. Están los sonidos que vuelven, voces de otra época, pero ahora el espacio es menos contenido y mucho más vasto. Porque se está ante el cielo escrito en blanco. Se dice dios tantas veces que me acostumbro a que la palabra se cruce como piedra en el camino. Este es un dios que se escribe ya que ha elegido manifestarse en poesía. Claro que esa voz poética es culpable, pues lo convoca, y a través de ella se llega a la idea que tiene sobre dicha palabra . Todos lo hemos sabido: las ideas pueden ser perfectas.

Las obras visuales que antes estaban en el libro anterior han pegado el vuelo para alcanzar una pureza aparentemente íntegra. Zurita agarra y comienza a utilizar los planos que ofrecen paisajes chilenos, el cielo y el desierto, para escribir en ellos y a la vez profundiza sus investigaciones poéticas sobre esos lugares. Se trata de acciones en concordancia al cuerpo entero de la obra, no exentas de un tono con aires de magnanimidad. Ese instinto mesiánico que tiene el trabajo de éste poeta le ha valido en Chile la cólera a muchos de sus colegas mayores, así como la sutil distancia autoimpuesta en los poetas seguidores zombis de Enrique Lihn que ahora se encuentran entre los treinta a los cuarenta y tantos. Así sucede siempre, hay generaciones que simplemente no pueden considerar a fondo una producción porque están irremediablemente instaladas tras un prejuicio.

Me impresiona lo evolucionadas que son la escritura en el cielo y en el desierto siendo que fueron producidas hace decenas de años. Otro gigante paso en la concepción de arte dentro de estas tierras. Y en cuanto al arsénico en los ojos para cegarse, acción que se hace visible en toda su desnudez al final del libro en la nota aséptica de Diamela, creo que aquí se corrobora el pasado quemón de la mejilla como una declaración. Cegarse entonces fue un trabajo más conservador, incuso clasicista, aunque también pueda inferirse que hubo mucho de espontáneo en ello. Esta segunda acción le imprime a estos trabajos un matiz más académicamente consciente en los materiales utilizados, algo lejos de las citas a su propia hstoria del arte y las letras. Por eso desde ahora, creo que comenzó a descubrirse una relación dispareja entre nosotros.

Se ve allí a un paso la alegría, tan cerca se ve.

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