viernes, 6 de mayo de 2011

La visualidad visionaria

(Publicado en El ciudadano)


Hace algunos años Cristina Lucas entró, cámara a bordo, a un confesionario para preguntarle al cura si le gusta el arte contemporáneo. Quería saber porqué la iglesia ha dejado atrás a los artistas, porqué de ser el gran mecenas pasó a darle la espalda de forma definitiva a las manifestaciones culturales que valen la pena. El padre estaba desconcertado, pero se lanzó en la carrera de las ideas dando al parecer lo mejor de sí y ambos conversaron el tema desde sus respectivos oficios. Este video no da respuestas que satisfacen pero instala preguntas reveladoras. También muestra algo muy inmediato temporalmente, una pregunta que sólo se podría haber planteado hoy y que mucho más allá de determinar situaciones políticas me abre al momento. A comienzos del siglo veinte, ebrios de entre guerras e ideas transformistas, obsesionados con la velocidad y la destrucción, los futuristas italianos gritaban que fueran incendiados los museos. Incluso declaraban la necesidad de que sus propias creaciones fueran luego destruidas para evitar el culto a lo que ya está inevitablemente muerto. No se llegó por suerte al recalcitrante fascismo misógino de aquel grupo, pero sí al anhelo de instalar lo efímero en el arte, concederle la velocidad de vida y muerte de los tiempos modernos. El sueño se hizo realidad, retorciéndose. Desde hace poco las artes visuales rompieron su molde, excedieron sus formatos y renunciaron a la obligación de ser objetos. El arte visual ha salido de sí mismo, ya no es una imagen, se ha revelado ante su propio cuerpo y así se liberó por el momento. Haciendo uso de todos los medios existentes fue alejándose de sus oficios primeros (un cuadro, una escultura, un dibujo: un objeto a comercializar), plagando el siglo veintiuno de trabajos impensados. A los artistas occidentales de siempre el último siglo les dio una cachetada que resultó ser muy saludable, por supuesto ese golpe ya venía tomando fuerza desde antes. Luego de siglos enteros en que Europa se debatía visualmente entre las escenas bíblicas y la mitología griega el arte parecía ir dejando caer su peso hacia la vida misma, quiso representarla y lo hizo de todas las formas posibles hasta que comenzó a fijarse en que a un paso de su horizonte de trabajo le esperaba una puerta de escape definitiva.

Habrá que reconocer a tantos trabajos que durante toda la historia en occidente fueron enseñando a ver salidas, entre ellos un puñado de personajes a quienes la tradición ya incorporó dentro del mercado más activo y auspicioso. No es necesario detallarlos porque hoy se ensarta el nombre de Duchamp dentro de ediciones Taschen y los acertijos de Magritte son cuestiones del saber común: nada cae por su propio peso sin filtrarse en la institucionalidad. Mejor rememorar a tantos más o menos ocultos tras el anonimato del simple gesto. El artista italiano renacentista que durante un día soleado decidió sacar al campo su caballete y pintar afuera de su taller, el que a costa de su bienestar económico y social trató temas antes sepultados o tocó zonas que por algún motivo dolían, e incluso a aquel –por qué no- que en un momento inesperado dibujó una figura viva en la pared de una caverna o quien durante horas talló una cabeza de piedra gigante. Son en el fondo partes de lo mismo, avanzando con más o menos densidad y rapidez pero llegando siempre como ríos al mar. Todos los que trataron de llevar su oficio más allá del propio formato, en cierta medida, son responsables del vuelco que estamos viviendo en nuestros días, con obras de arte que pueden surgir en cualquier circunstancia o lugar y durar el tiempo que deseen. ¿Cómo se evalúa visualmente un proyecto social a largo plazo, una situación ocurrida o una vivencia personal? Aquí y allá nuestros tiempos manchan paredes con sangre, se lanzan a la calle, experimentan con el cuerpo de los artistas y cambian de lugar las piezas de la diplomacia. Son tantos los casos, brotan con tanta frecuencia y alcanzan lugares tan inexplorados que las señales indican: esto solo es el inicio.

Hay lugar para todo. Siempre habrá espacio para obras convencionales, museos, ferias de arte, galerías, marchantes, coleccionistas y todos los etcéteras. Respiren quienes manejan hilos en el mercado del arte, si bien a veces las ven negras, aun no perderán su trabajo. Pero adelante van las manifestaciones más osadas, siempre esfumándose en sí mismas, ya lejos de las cuatro paredes que las cercaban. Más de una vez me he preguntado cómo harán los diferentes oficios para salir de sus propios límites con el fin de ser más efectivos, quiero invitar a considerarlo sea cual sea la ocupación de cada quien. En un juego de la mirada intento pasar a través de salas 3D, publicidades callejeras, jornadas en pantalla y otros avances pirotécnicos pues me maravillan las contradicciones. Una era visual que rompe artísticamente los consensos con el sentido de la vista.



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