La Fundación Telefónica presenta en estos momentos una muestra fotográfica de primera calidad. Lo que más me llama la atención al visitar este espacio de imágenes es que, una vez más, cada una de las piezas tiene un nivel estético que supera por mucho a lo que normalmente se exhibe bajo el marco artístico. Nunca el periodismo había cuestionado tanto a las artes como en nuestra contemporaneidad.
La exposición es, literalmente, una cachetada de realidad. Imposible salir de allí sin haber sufrido una profunda transformación en el mejor sentido de la palabra. Desde la crudeza de la guerra política a la violencia explosiva del narcotráfico en nuestro continente; pasando por el sublime estado de lo poco que nos queda como naturaleza a la ignorancia destructora del ser humano; cruzando la delgada línea que divide la competencia del deporte con la tradición cultural de jerarquías sociales. Todas las historias son reconocibles porque vivimos en un mismo planeta, pero curiosamente no dejan de sorprendernos.
Si consideramos la falta general de competencia cultural en la ciudad, no hay que perderse esta muestra. La Fundación Telefónica ya había sorprendido con la exposición de Juan Downey aunque dejaba qué desear en algunos sentidos menores. En WPP la museografía es inteligente y limpia, haciendo que el espectador camine una línea de caracol que le lleve de la entrada a la salida. Hay a muchos niños ahí. Felicito a todos los padres que les dan lo mejor sin miedo. El lugar, por cierto, está casi siempre repleto lo cual es excelente e inevitablemente incómodo. Se termina el 15 de agosto así que no hay tiempo para pensarlo.
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