El pasado martes 2 de octubre se
hizo una conversación en torno al último libro de Adriana Valdés. Con un título
sugerente, De ángeles y ninfas, y un
subtítulo que puede atraer a algunos y asustar a otros tantos, Conjeturas
sobre la imagen en Warburg y Benjamin, esta
publicación nos convoca especialmente a todos los que leemos o escribimos sobre
imágenes. Pero sobre todo invita a pensarlas, y es aquí donde se convierte en
algo más amplio. Este texto no es en defensa de dos autores en particular, sino
en defensa del pensamiento mismo que genera la imagen. Y qué mejor forma para
hablar de este título, publicado por Orjikh Editores. Dirigieron la
conversación Fernando Pérez, Ana María Risco y la misma Adriana Valdés dentro
del Magíster en Estudios de la Imagen de la Universidad Alberto Hurtado, y
dieron pie para que nuevas lecturas brotaran de un escrito que no ha pasado
desapercibido.
“Una cierta
voz y una cierta mirada, más que los temas que toca, es lo que queda al leer
sus textos”, dice Pérez pensando en el trabajo de Adriana Valdés y tocando así
un punto que es aquí central. Nos encontramos ante un ensayo, forma literaria
que por motivos para mí incomprensibles es sumamente menospreciado en este
país. De hecho difícilmente se le considera un género literario, aunque lo sea,
y es común observar que se le trata bien como periodismo o como algo meramente
académico. Podríamos aventurar muchas definiciones de ensayo y sin pretender
competir con Michel de Montaigne en su insuperable concepto de ensayo- error,
diría que es sobre todo una escritura de ideas. Es necesario exigirle no sólo
contenido sino calidad estética, ritmo, composición y todas las delicias que
puede traer consigo la mejor literatura. Aquí el texto de Valdés se encuentra
dentro del público lector con un primer reto que deberá sortear con elegancia.
Dos imágenes
aparecen como centro de la trama, la ninfa en relación a Warburg y el ángel en
relación a Benjamin. La primera le llama la atención a su respectivo pensador
porque ilustra de maravilla la irrupción del pasado en el presente. Un pasado
que por lo demás, incluso en el mundo mítico grecolatino, se escapa de las
leyes que pretenden medir y detener algo que en sí es fluido y metamórfico.
Situación muy parecida a lo que fuera del libro Adriana Valdés describe como su
experiencia al escribirlo, tratando de “enfocar algo que está en movimiento
cuando tú misma te encuentras en terrenos movedizos”. Por eso defiende y
considera necesario adoptar un “tono dubitativo”, lo cual la distancia en el
acto de la escritura puramente académica. La segunda imagen, la del ángel,
obsesiona a Walter Benjamin por considerarla una manera de concebir el
pensamiento brillante. “En el libro de los pasajes, Benjamin compara el
conocimiento, y al texto con el trueno, que se oye un cierto rato después de
verse el fulgor”. Igual a la leyenda del Talmud también citada en el libro
donde se cuenta que momento a momento surgen multitudes de ángeles creados por
Dios para vivir fugazmente y luego desintegrarse y desaparecer.
Tomar
a dos autores para leer los cruces que puedan surgir entre ellos es en su
comienzo el ejercicio de una ficción, el encuentro académico que ellos nunca
tuvieron en vida por diferentes motivos tanto físicos como ideológicos. Aquí
comienza el libro y se planta en recrear lo que desde una perspectiva fue
imposible mas no por ello debe dejar de ocurrir. No se trata de plantear sus
respectivas influencias, ni siquiera de ilustrar al uno con el otro, sino de
situarlos en paralelo para observar las ideas que de ahí surjan. Justamente
sucede esto con las imágenes, quienes “son capaces de generar pensamiento (y no
sólo de ilustrarlo a posteriori)”. Y, si se tiene suerte, este pensamiento
puede ser un ángel deslumbrante que se disuelve tan rápido como llegó, para
luego quizás dar paso al nacimiento de una teoría, y en este caso de un libro.
También podrá convertirse en una idea como ninfa que muta constantemente
mientras más se la va trabajando. Adquiere su propia vida, ajena a nosotros.
Entonces ese pensamiento iluminado se transforma en algo menos perfecto pero
que tendrá el mérito de ensayar la permanencia de esa luz fluida.
Todos
sabemos que las imágenes tienen vida propia. Entran a nuestra mirada y si han
llegado hondo permanecerán más allá de la mente por tiempo incalculable, por
supuesto siempre cambiando de forma. Adriana Valdés, hablando sobre su libro,
opina que existen textos que reviven pero la imagen tiene más revitalidad. Hace
una distinción, sin embargo, entre un texto literario y uno académico, también
necesario pero el cual según su mirada caduca más rápido. Habría que agregar
que quizás por ese motivo la literatura pervive mejor en el tiempo, justamente
porque trabaja con imágenes que tienen vida propia y por lo mismo generan más
pensamientos nuevos.
Hay
que decirlo, este no es un libro que dejará satisfechos a quienes busquen más datos duros sobre la obra de Warburg o Benjamin, y lo digo sobre todo
pensando en éste último. Habría que meditar detenidamente si existe una figura
más manoseada que Benjamin dentro y fuera de la academia. Se lo usa en
cualquier momento y cada vez que se le menciona llueven las pontificaciones.
Los fanáticos fundamentalistas de Benjamin están en todas partes y se
diferencian profundamente de la sensible amabilidad y deferencia que dicho
intelectual tenía con el lector. Tampoco se encontrará aquí una voz con
autoridad que llegue a trazar una nueva brecha en la historia de la filosofía o
el pensamiento. Lo más atractivo de este libro pareciera ser todo lo contrario:
su naturaleza poco pretensiosa, sencilla e inteligente que no se permite caer
en la pose erudita. Lo anterior es valioso considerando que la autora tiene el
material suficiente como para hacer un estudio puro y duro, sin grietas ni
posibles resquicios donde las ideas propias reciban a las que surjan en el
camino del lector poblando el momento de ángeles y ninfas.
Buenas,
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