jueves, 9 de junio de 2011

Se comparten lecturas VIII


El cíclope


Siempre resulta fantasmagórico leer algo hacia lo que uno tiene las mínimas conexiones, pero sabiendo que en su tiempo la gente conocía perfectamente la historia y entonces disfrutaba más bien de las observaciones que se hacen a la misma. Como cuando las personas hoy se reúnen generalmente con una cerveza entre medio y luego de una media hora comienzan a lanzar sus verdades profundas. Pero más drástico aun, pues entonces la cosa se ponía orgiástica y corría el vino por los cuerpos que explayaban toda su sexualidad masculina.

Tal vez le hago demasiado caso al desquiciado de Nietzsche en estas divagaciones mías, pero esto pienso mientras comienzo a leer la tragedia y me encuentro rodeada de un coro de Sátiros saltarines que constantemente se rozan, gruñen, hacen gestos soeces y juegos de palabras en doble sentido. Sobre ellos hay un cíclope: Polifemo, ese personaje que tantos hemos utilizado para hablar de algo naturalmente vil dentro de nosotros. Ese monstruo que no atiende las leyes de los hombres griegos, fuertes, civilizados, y al que obviamente se está utilizando como contraste de una sociedad para nosotros casi completamente desconocida. Lo peculiar en él es que conoce más de lo que podría suponerse. Éste Polifemo parece estar al tanto de los cables de último momento, como un seguidor de farándula es capaz de relatar detalles de la guerra de Troya, sabe quiénes son los héroes, no parece para nada aislado con sus rebaños y algunos de los suyos igual de solitarios. Se burla de Zeus y los dioses olímpicos con placer contagioso pero cuando lo emborrachan se entrega al vino como cualquier adorador de Dionisio. Panfletudo ese gigantón, tambaleándose en medio de sus esclavos que le hacen coros para marearlo y marearse. Sobre todo Sileno, el líder de ellos, quien le roba sus buenos tragos al amo cada vez que puede y otras más. En cuanto a él, aquí no es el amargo adivinador del futuro que alguna vez le dijo al rey Midas: Lo mejor que le puede suceder a un hombre es no haber nacido, y si ya nació morir lo antes posible. Nada de eso. Aquí es un ser oscuro que demuestra preferir callarse ese tipo de verdades, que no tiene cuestionamientos éticos de ningún tipo y vela por sí mismo. No engaña por propia iniciativa, pero si debe hacerlo para salvar su pellejo no lo pensará dos veces. Por eso hay que tener cuidado con el encanto de todos los Sátiros que siempre se andan cruzando en el camino.

Tantos matices en los que vale la pena detenerse tiene cada uno de los personajes nombrados, que Odiseo pasa por encima de la obra como una máquina de acciones predecibles. Siempre su ingenio pese a todo, con demasiadas buenas intenciones como para no ser sospechoso. Ofrece liberar a los Sátiros y llevárselos consigo en el barco. Cuando éstos no cumplen su palabra de ayudarlo, por cobardes, él no les recrimina demasiado y tampoco retira su oferta. En el momento en que Sileno lo denuncia habiendo prometido protegerlo no se altera como habría de suponerse. Más que ninguno parece estar consciente de ser el protagonista en los actos. Conoce el libreto, lo realiza con preciso desplante, ocupa el escenario, se sabe observado y le encanta. Ese desmedido ego que empequeñece más de la cuenta a cualquiera aquí es un detalle risible.

Por último, se queda la sentencia rebotando. Polifemo sabe que iba a ser derrotado, pero también conoce bien el castigo que sufrirá Odiseo vagando por el mar, siendo escupido hacia tierras extrañas, sin poder llegar a casa, en calidad de perdido y eterno extranjero. Como todos en algún punto de nuestras vidas, al escribir, al pensar, al trabajar y tener sueños de prosperidad, al luchar, amar. Eurípides desde el siglo V a.n.e. sólo muestra otra cara de la misma situación con la que sigo topándome de bruces.


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