lunes, 28 de marzo de 2011

Se comparten lecturas II


Patas de perro


Cuando la Ale me pasó esta novela con la esperanza de que aprendiera un poco más de narrativa chilena yo no estaba al tanto de Carlos Droguett. Tampoco lo conozco mucho ahora pero sé que al menos el personaje que creó debió haberlo inmortalizado. Bobi, mitad niño mitad perro porque así le tocó nacer, se clava hondo en la infinita maldad humana. Rodeado por las circunstancias socialmente más inconvenientes, se le persigue y tortura, se le ridiculiza y humilla. Él soporta, comprende y entrega lo mejor de sí como un perro fiel pese a todos. Ellos ven de vuelta el reflejo de sus propios terrores y vergüenzas. Bobi está resignado mas nunca permite que lo destruyan. Sabe ver lo mejor en los demás sin ser ingenuo. Le cuesta mucho comprender el porqué de su suerte o los motivos de tanta crueldad innecesaria, y pareciera que todo el libro es en el fondo el proceso lento de ese aprendizaje. Mientras tanto, el narrador va contando la historia con una urgencia desgarradora. En las palabras se mezcla su propia voz y la de muchos otros santiaguinos que se cruzan finalmente con la de Bobi. Dentro de esa corriente formalmente descuidada, caudalosa, de respiros cortos, de tendencia a las imágenes y metáforas multiplicadas en sí mismas, la individualidad de las palabras en cada personaje se funde hasta quedar casi desapercibida. Por eso hay lugar para volver a la duda que se establece en un comienzo. O existió realmente Bobi, así como lo conocemos, o ya es más bien parte de un juego entre recuerdos engañosos.

Al leer este libro parecería que se tratara de una de esas obras escritas en o sobre la dictadura de Augusto Pinochet. El ambiente es similar a las descripciones que he escuchado del último período militar chileno. La gente tiene miedo, desconfía, se da cuenta de la injusticia pero se calla o bien participa de ella. Los pacos son presencias constantes y temibles. Aún cuando no actúan directamente se siente en ellos la prepotencia del que se odia a sí mismo en los demás. Se escuchan las voces del sueño comunista ya afónicas, como si hubieran estado gritando a todo pulmón por un período de tiempo apenas perceptible. Santiago no es un buen lugar para vivir. El narrador y Bobi, sobre todo éste último, sueñan con irse a vivir lejos de la capital, donde las personas no juzgan a sus semejantes. He escuchado en múltiples ocasiones a chilenos decir que las cosas cambiaron para mal desde el golpe de estado a Salvador Allende, pero al parecer ya estaban así en los años sesentas mientras se escribía el libro, e incluso antes. Esto me hace comprender la pregunta que muchas veces me hice -¿si la gente en Santiago es temerosa y desconfiada gracias a Pinochet, por qué no sucedió lo mismo en todos los países de Latinoamérica donde se han vivido dictaduras igual o más horribles?- con otra pregunta: ¿no será que hay algo incrustado en la naturaleza de los santiaguinos, algo que a ellos mismos les repugna pero que no pueden más que ocultar detrás de teorías ajenas?

Bobi observa su entorno con cautela. Lo conoce bien. Su caso es universal. En él está, claramente, Jesús de Nazaret y los santos de la imaginería judeocristiana. Todos de una enloquecida pureza. El libro gusta de señalar hacia esa dirección para que a uno no le quepa duda, pero también cae en la cuenta de que Bobi forma parte de un grupo de figuras más amplio. Zaratustra, Cordelia, Sidartha y Gandhi después de iluminarse, las protagonistas de Lars Von Trier en la Trilogía del corazón de oro… Personajes históricos o ficticios. En algún momento alcanzaron a demostrar que la verdadera bondad está destinada a ser destruida, pero quedará indeleble en la memoria del ser humano, evitando que se duerma, recordándole que quizás, en algún momento, podría volver a aparecer.


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