(Publicado en Escáner Cultural)
“Se recomienda usar el pasado como trampolín, no como sofá.”
Antes que comenzaran las guerras
donde los hombres se hicieron asiduos a lanzarse entre ellos los cráneos de sus
sacrificados, habían creído ser felices por un tiempo. Descubrieron que podían
intercambiar a sus hijas por frijoles, techos, bebidas y animales. Tenían en su
poder un gran cúmulo de riquezas cada vez que una de ellas nacía. Esperaban a
que les salieran los senos y la curva de la cintura se pronunciara pero algunas
veces su paciencia no llegaba a tanto así que las casaban igual. Dicen que una
vez algún gobernante empobrecido tuvo por quinta vez un hijo varón y, en vez de
enorgullecerse por engendrar otro guerrero, se desesperó porque vio frustrada
su ansia de riquezas. Lo vistió no muy emperifollado, le puso vestidos y
collares simples, arregló su pelo en un moño. Una vez se hubo convencido de que
el pequeño podía parecer una niñita le ordenó a la madre que le enseñara a
cocinar, a coser, a hacer masajes y a arreglar a sus hermanos con todo el lujo
del que los hombres gozaban. Al niño parecía gustarle, incluso su voz era más
femenina que la de sus primas. Entonces se apuró a casarlo, antes que fuera
demasiado tarde, bajo la promesa que el marido no intentaría tocarla hasta que
ella creciera. El padre huyó a una ciudad lejana siendo un hombre lo
suficientemente rico para satisfacer sus ambiciones, y con el tiempo se enteró
de lo que le había sucedido al hijo.
El esposo del
niño, muy bien engañado, lo miraba con impaciencia. Había pasado casi un año y
su cuerpo no cambiaba, aunque sí había aumentado de estatura. Una noche no pudo
más, le arrancó los vestidos y se encontró con un puñado de carne colgando en
la entrepierna. Pensó que debía sentir furia pero en vez de eso lo inundó una
tranquilidad inusitada, llenándose de amor hacia ese ser. Lo abrazó y tomó
dichoso por esposa, y así ese niño fue siempre mujer. Una de las pocas mujeres
felizmente casadas. Tuvo privilegios que los vecinos nunca entendieron, mas
respetaron como un signo de excentricidad del marido. Su esposa tenía educación
y a cada pregunta recibía una respuesta y no un puñetazo. Así fue como se
enteró de la historia de sus más recientes antepasados, así comprendió porqué
los hombres en su tribu sufrían decepción y agotamiento.
Resulta que
años atrás un puñado de señores que ahora eran abuelos respetadísimos se fueron
a cruzar el mar con el fin de encontrar grandes riquezas prometidas. Así fue
como leían las señales que dictaban las leyendas. Nunca habían pasado por
encima del agua y se encontraron con que esta no era calma, transparente y
colorida como desde la orilla. Estaban seguros que en el camino se encontrarían
con corales y conchas preciosas pero no fue así. El primer momento de terror
sucedió poco después de zarpar en sus canoas. Un triángulo gris a ras del agua
vino hacia ellos rápido como una flecha. Lo observaron con interés cuando éste
trazó círculos alrededor de ellos. Hasta que el más joven estiró su mano
queriendo tocarlo pero en vez de atraer hacia sí un arma que podía servirles
como método de defensa más adelante un monstruo salió del agua con la boca
abierta y le comió el brazo. Vieron que tenía varias hileras de colmillos, y
todos creyeron estar dentro de una pesadilla pero por más que intentaron despertar
seguían ahí, frente a ese pez gigante que no se iba. Intentaron remar con
fuerza pero él era mucho más rápido. Parecía reírse cada vez que mostraba la
cara. Los dejó huir por unos minutos, pareció desaparecer y justo cuando
comenzaron a tranquilizarse surgió por delante dando un salto mortal. Vieron
entonces el cuerpo de ese demonio, mucho más grande que sus propias canoas, y
los hombres más valientes desmayaron de terror. Se fue directo hacia ellos y
los golpeó con la nariz, logrando voltearlos a todos. Una vez en el agua devoró
a la mayoría, mas no por completo. Dejó pedazos de manos y piernas flotando en
el agua, abandonando vivos a unos cuantos que intentaban mantenerse a flote
entre pedazos de cadáveres desmembrados. No hizo el más ligero ruido, jamás
rugió ni chasqueó al masticar los huesos. Se fue tan silencioso como llegó,
como una flecha de piedra, dejando tras de sí un rastro de sangre.
Siguieron su
camino los pocos que quedaron. Ya no iban tan confiados como cuando salieron
aunque nadie dijo una sola palabra de miedo por considerarlo mala suerte. Las
tormentas mar adentro no fueron nada en comparación al tiburón. Sólo agua
enfurecida, un elemento al cual conocían muy bien cuando venían tormentas y los
ríos se desbordaban arrasando con pueblos enteros. Llegaron por fin a una
tierra. Creyendo que era su destino desembarcaron pero no había ahí nada mas
que gente desnuda que los recibió de muy mala gana, escondiéndose entre la
selva en cuanto los vieron a lo lejos y robándoles las pocas plumas y piedras
que les quedaban mientras dormían. Los buscaron hasta cansarse, para cobrar
venganza, pero no hubo caso y se fueron de ahí más pobres que nunca. Decidieron
que esos seres rateros eran de seguro espíritus que se disuelven con el viento.
Siguió su camino por el mar, mas ya no estaban tan seguros de lo que hacían, e
incluso habían olvidado el motivo de su partida. Extrañaban a las mujeres,
tenían hambre, frío, el agua salada los embrutecía produciéndoles visiones
espantosas con pieles de animales que se alejan al tratar de alcanzarlas. Luego
de meses sin encontrar nada, comiendo raíces de las pocas islas desiertas con
las que se cruzaron, los dos restantes acordaron volver, y entonces les
gritaban a sus abuelos para que les ayudaran en su regreso a casa.
Casi
no hubo necesidad de remar. Las corrientes marinas los fueron llevando y como
estaban tan cansados se entregaron a ellas. En el viaje escuchaban voces que
los tranquilizaban, hablando un idioma desconocido, y ellos gozaron de esas
dulces alucinaciones. Así fue como una mañana llegaron a orillas de sus
tierras. Todas las familias salieron alborotadas a recibirlos, miraban a lo
lejos buscando el resto de las canoas y los hombres en ellas. Los padres
lloraron a sus hijos tirándose los pelos. Las esposas jóvenes hicieron sus
maletas para volver a casarse, sabiendo que si tenían suerte les tocaría uno
mejor, mientras las viejas se alegraban en silencio de su libertad compartida.
Luego de vestirlos y alimentarlos les preguntaron dónde estaban las riquezas
pero éstos ya no sabían de nada. Sólo pedían que les dieran unas horas de
sueño.
Durmieron
y al despertar, súbitamente les vino a la memoria el porqué de su partida.
Habían salido tan confiados a conquistar tierras, a hacerse dioses. Ahora caían
en cuenta que el viaje había sido una gran pérdida de tiempo. Cómo fue que
sucedió esto, se preguntaban, qué araña venenosa nos picó para convencernos de
algo tan descabellado. Quizás comimos una de esas plantas que vuelven locos a
los animales y a los hombres también, decía uno. Tal vez fuimos poseídos por
algún enemigo muerto que quiso llevarnos a la perdición, intentaba adivinar el
otro. El caso es que, junto con el resto de los hombres fuertes de su ciudad
ahora muertos, habían decidido seguir los pasos de sus abuelos.
Existía
una leyenda inscrita en las pinturas donde los antiguos solían poner sus
historias. En rollos largos de papel estaba dibujado que un día dos ancianos se
despidieron de sus familias y zarparon mar adentro para no volver más. Ya
presentían su muerte y entregándose a ella les hablaron antes a los suyos. No
lloren ni se lastimen, les decían, ya nos está esperando Nuestro Señor de los
Venados. Ha llegado la hora. Cuando quieran encontrarnos sólo miren hacia donde
sale el sol y les regalaremos una respuesta a todas sus inquietudes. Sigan
ustedes su camino y verán un día el lugar de donde vinimos. Así se despidieron.
Luego uno de ellos se acercó para dejar la señal de su existencia. “Éste es un
recuerdo que dejo para ustedes. Éste será su poder. Yo me despido lleno de
tristeza. Entonces dejó la señal de su ser, cuyo contenido era invisible,
porque estaba envuelto y no podía desenvolverse; no se veía la costura porque
no se vio cuando lo envolvieron.”
Los
abuelos habían muerto sin ser enterrados por sus hijos y mujeres porque no se
supo dónde iban a parar sus cuerpos y el mar jamás devolvió restos de ellos.
Quedó, eso sí, el envoltorio que pronto se convirtió en el objeto sagrado más
querido de todos. Estaba encima de una montaña, rodeado de piedras, y salvo por
el mito que lo envolvía nada en él dejaba traslucir alguna magia. El niño
vestido de mujer escuchó esta historia en boca de su esposo y no pudo sacársela
nunca de la cabeza. Veía a su alrededor y notaba cómo su pueblo iba dejando
pasar los días viviendo en el constante servilismo, rindiendo tributo a los más
fuertes e intercambiando mujeres por cualquier tipo de riqueza. Se sintió
atormentado e iba seguido a esa montaña para observar durante horas el
envoltorio y no encontraba respuesta alguna. De noche hablaba en idiomas que no
conocía y cuando se despertaba seguía escuchando esas conversaciones en su
cabeza sin entenderlas. Sentía fascinación por esa tela blanca envolviendo
quién sabe qué cosa, quiso con todas sus fuerzas descifrarla. No pudo encontrar
mas que silencio.
Así
cuenta un códice que luego fue incendiado por lo que ya no es posible
comprobarlo. Dicen que quien dibujó esos signos tenía una mano demasiado
delicada, incluso femenina, lo cual era extraño considerando que las mujeres no
participaban de tales labores. Allí se decía que el pasado es como un
envoltorio que no contiene nada a visible dentro, y del cual las costuras son
borrosas porque ha sido bordado por muchas manos en tiempos distintos. Sin
embargo su contenido es tan poderoso que puede obsesionar a cualquiera. El
truco está en no querer descifrarlo ni interpretarlo, sino tan sólo aceptar que
lleguen esas voces desconocidas, en el momento que ellas quieran, para decirnos
algo que no entenderemos mas nos llenará de sentido. Se trata de un bulto que
por fuera es como cualquier otro. Muchos pasarán frente a él sin percibir nada,
otros decidirán que adorarlo es una pérdida de tiempo. El que intente volver a
experimentar las glorias de antes será devorado por el monstruo que lleva
dentro, y sólo encontrará miseria y decepción. Quien se acerque a mirarlo será
arropado por él.
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