lunes, 23 de julio de 2012

Polvareda


(Publicado en Escáner Cultural)


II

Antes que los señores de las grandes casas esparcieran su poderío por toda la tierra, hubo dos reyes poderosísimos que de diversas maneras los engendraron. Se dice de ellos que hicieron grandezas, que le dieron nombre a su cultura y que además la convirtieron en una presencia inmortal. Creían en la edad de las ciudades y en que estas permanecían luego de ser saqueadas, tragadas por la selva o reducidas a sus cimientos. Esa fe inalterable hacía orgullosos a los señores, actuando con una crueldad desmedida. Además tenían en su sangre naturaleza mágica, y aunque esto último fuera cierto, no pudo ser visto en sus acciones. Sus nombres fueron Cucumá y Chalcó.
Ambos reyes, mientras convocaban el poder absoluto, fueron destruyendo campos, selvas y desiertos, arrasando al paso los distintos pueblos y ciudades con toda la gente que tenían dentro. Entre los sitios poblados y las civilizaciones que ya no existen se cuentan aquí cerca nuestro historias de humanos con apariencia fantasma, con pintura en el cuerpo y cabezas puntiagudas. Habían otros que abiertamente permitían a las mujeres llevar la casa y la economía familiar, así como las tareas de medicina, para ellos dedicarse a tomar y hacer la guerra. Se cuenta de unos que vivieron encaramados en la selva hasta que de manera misteriosa desaparecieron abandonando sus ciudades. Otros hablaron de seres con un poder mental tan grande que podían mover piedras monumentales a grandes distancias, sorteando incluso riscos y acantilados. Los que estaban cerca de las faldas de un gran golfo no habían sido vistos nunca, pero sí sus rastros de cabezas gigantes. Unos más, a través de las cordilleras bailaban con ropas de color fosforescente y daban giros que les hacían llegar al trance.
Los pueblos odiaban a Cucumá y Chalcó, y éstos no hicieron más que hacer la guerra y conquistar todo a su paso para dominar sobre aquel que viviese. Cuentan que una vez dos tribus olvidaron dar el tributo y los reyes se fueron en castigo mayor hacia todos los sometidos, bien hubieran pagado o no. De esta manera incrementaban el odio, y pronto los rebeldes se vieron rodeados por civilizaciones enteras que sufrieron las consecuencias injustas, y ya no eran tan compasivos estos como antes sino que el dolor los había hecho duros y habían vuelto sus cabezas hacia sí mismos. Me mataron a un hijo por tu culpa, se escuchaba a todo lo ancho. Los pueblos rebeldes primero se encogieron de hombros pero viendo que algo terrible iba a ocurrirles, más terrible aun que la conquista definitiva por la cual ya pasaban, terminaron doblegándose y pagando todo lo que habían negado en ese tiempo. Así se quedaron en la ruina.
Inmediatamente después los tomaron como esclavos, a ellos y a los de otros pueblos. Dicen que los amarraron en árboles para que el sol achicharrara sus carnes y la humedad los pudriera, para que llegaran los insectos a poner huevos bajo su piel y las aves les picotearan el cráneo. Antes de abandonarlos ahí les tiraban cerbatanas que los hicieron mimetizarse con el cactus desértico. Cuando estaban agonizando los sacaron y con las medicinas de la selva volvían a su vida de encierro y fuerza bruta. Fin del poder y la gloria. Las ciudades se incendiaron hasta quedar el suelo de tepetate duro e inservible. Con el tiempo la tierra volvió a dar sus frutos, sin embargo.
En el libro que ya no existe se dijo que esto fue como si a una roca la atravesara un rayo que bajó del cielo a gran velocidad cruzando enormes distancias, pues se le vio trazar el espacio en una raya viva y punzante. Ese pedazo de fuego viene a caer directo en la piedra, lastimándola, abriéndola en gajos que luego se trizan y mueren. A los que aun cuentan estas historias se les abren los ojos aterrorizados y se quejan de dolor, vencidos por el recuerdo.  
Frente a un lugar llamado Chiliponzingo quedó una montaña de piedras cortadas como si un gigante llegara a  tijeretearlas en líneas perfectamente rectas. No existen esas formas en la naturaleza, han pensado quienes ven hoy ese volcán que de tanto en tanto lanza cenizas, ha de ser que estos eran de otro planeta. Hoy es un registro de la fuerza y el poderío de Cucumá, quien vivió hasta bien anciano continuando con sus planes de conquista hasta el fin de sus días envuelto en sábanas de seda. Muchos quisieron matarlo, complots bien armados no faltaron, y se dice que fue por su valentía de fierro pero también algunos piensan que ese fierro con que aplastó a su gente terminó dándole a él en la cabeza. 
Luego de dividir las tierras y recaudar esclavos Chalcó aconsejó a Cucumá que fortificaran las ciudades, con fosos y todo, que hicieran subir las paredes hasta cierta altura donde nadie fuera capaz de trepar, que se llenaran las cimas de guardias bien armados vigilando sobre todo al caer la noche y en el amanecer, que se dieran alarmas cada vez que un movimiento perturbaba el horizonte y se flechara con líquido somnífero a cualquiera que se acerque para registrarlo antes de darle la entrada o la muerte. A Cucumá le pareció exagerada la sugerencia de su amigo pero no dudó en aplicarla. Siempre había tenido confianza de los excéntricos y sobre todo a quienes llevan sus ideas más allá del espacio que les confiere su propia libertad. Lo que ambos no comentaban nunca, mas era el motivo que les unía en ese afán, era el miedo a las tribus.
Se reunieron con los señores que les hacían un séquito en cada pueblo. Constrúyanse las murallas, les ordenaron, que nadie alcance sus techos. Así probaremos ante el mundo entero nuestra fuerza y nuestra hombría. Así sabrán quién domina aquí, quién es el verdadero rey en la tierra. Diríjanse a las ciudades, anden ustedes tranquilos, y no teman si alguno se les pone en el camino con el fin de matarlos porque cualquiera sabe que yo inmediatamente iría a abrirles el estómago. Vayan en calma y paz, lleven sus mejores armas y convénzanse de no usarlas mas que para causar admiración y respeto. Aprovéchense de su autoridad, de todo el conocimiento aprendido de tantos años y todas las guerras que han vencido en el camino. Esta es y será nuestra tierra.
Y cuando Cucumá se callaba todos los señores oyentes quedaban en el más pasmado de los silencios, sin hacer nada mas que abrir sus bocas. Incluso Chalcó, quien era más viejo y por lo tanto reverenciado como tal, no podía dejar de traslucir una sonrisa de satisfacción cuando su compañero entraba en discursos.
Los señores se fueron, cada uno hacia una tierra y una montaña diferente, a levantar murallas y guardar la lucha. Eran iguales cuando esto sucedió, todos descalzos hablando el mismo idioma y creyendo en los mismos dioses, mas esa hermandad de miradas cambiaría con el tiempo. Como amigos se despidieron en un hasta pronto y fueron a cubrir las ciudades bajo su poderío pues ahora ya eran reyes nombrados por los dos grandes. Tomaban sus flechas bien fuerte, como si en cualquier momento fueran a sacarlas en embestida, dando pasos largos y pesados, ordenando a sus séquitos cazar en el camino pieles de venado y jaguares para cubrirse y espantar al paso. Salieron con motivo de vigilar a los enemigos de Chalcó y Cucumá, quienes como padres enviaron a sus hijos y súbditos a la cima de cada montaña. En seguida se hicieron héroes y pasaron a la historia quienes aseguraron las entradas, cuidando hasta con los dientes las ciudades de toda invasión exterior y de la tan temida llegada de las tribus.
Se llenaron de premios y distinciones. Se hicieron nobles, así fueron creadas las listas de nombres que se grabaron en piedra para que el tiempo los guardara. Caminaron parsimoniosamente y acomodaron sus espaldas en tronos suaves y acolchados. Tratando de retener esa fuerza en la piedra fue invadida por la selva y ella prácticamente ya no muestra su contenido salvo a quienes dominan el arte de mirar más allá de las letras. Fueron nombrados los primeros padres de la nación y cultura que ahora se gestaba. Se les promocionó como amos de todas las cosas a esos flecheros que hacen la guerra. Así fue el origen de sus dignidades.
Pero lo que ellos ya no recordaban es que otros señores vinieron antes, haciéndose llamar también reyes. Así como ellos lo ignoraron sus hijos lo harían también, cada uno invistiéndose en toda la majestad del momento. Cucumá y Chalcó habitaban casas grandes, mas ellos no eran los constructores sino todos los vasallos que tenían a su cargo, incluidos arquitectos y obreros que ya eran muchos y se confundían con la multitud. Los habían mandado sus padres, otros grandes hombres que a diferencia de ellos no habían robado, mentido ni matado para hacer la civilización sino que disfrutaban de la hermandad que existe entre familias y así todos les ayudaban para a su vez beneficiarse de los nuevos alcances.
Se dice que entonces, cuando los padres de Cucumá y Chalcó reinaban, en verdad estaba el amor rodeándolo todo porque eran benefactores. Sus nombres fueron Mitra y Guascazú. La naturaleza prodigiosa de éste último era de sorprenderse. Tenía el poder de transformarse durante siete días antes de volver a su estado natural. Primero bajaba hacia Sombras, el reino de la muerte, volviendo lleno de una felicidad tranquila y cansada. Entonces se metamorfoseaba en serpiente, arrastrándose por la selva y los peldaños de piedra, y ciertamente causaba temible admiración cuando se veía a ese animal tan grande enroscando sus anillos y mirando con ojos de hombre. Luego pasaba a transformarse en águila, entonces la gente escuchó sus aletazos en el viento y decían Guascazú ya ha vuelto a subir para mirarnos desde arriba por lo que quién sabe lo que trama para nosotros. Después su cuerpo pasaba a ser el de un tigre viejo que con sus rugidos paralizó a los cazadores borrándoles la memoria, haciéndolos volver sobre sus pasos hasta llegar a casa preguntándose porqué salieron en un comienzo. Finalmente la materia de éste rey quedaba reducida a un charco de sangre que poco a poco penetraba en la tierra hasta quedar sólo el rastro de una costra reseca.
Cuando volvía Guascazú las mujeres tiritaban y los hombres agachaban sus cabezas. Tuvo todo lo que quiso así como sus hijos, y no por ser un hombre que conociera la magia sino por que había encontrado un medio de dominar a los otros. Sus historias fueron narradas de boca en boca hasta que se perdió la esencia original para dar lugar a un cuento donde todos los cuentos caben. El cuerpo de Guascazú desapareció luego de un viaje por la costa. Se dice que por fin  la sangre, bien mezclada con el agua, se hizo menos densa y conoció las inconmensurables profundidades del mar llegando así al misterio del infinito. También se cuenta que entonces se apagó de golpe su ambición amarga, y que lloró como nunca antes lo había hecho. Esta es la explicación que cuenta el libro sagrado acerca del agua llena de sal, la cual siempre había sido una amigable bebida para quienes quisieran tomarla hasta que al limpiarse en ella Guascazú la dejó convertida en veneno. Quizás entonces pudo vivir uno de sus cuerpos en armonía con los otros. Nadie puede saberlo pero hasta el día de hoy cuando las familias que cubren sus antiguas tierras ven un águila hacen gestos de reverencia, cuando una serpiente cruza por su casa no tratan de matarla y cuando escuchan pasos del tigre entre la maleza todos guardan silencio. La causa de estas demostraciones de respeto no es en absoluto las legendarias proezas de su rey sino el que, más valiente imposible, fuera capaz de cederse a sí mismo en el último momento antes que condenar a sus hijos y esclavos a tratarlo como un dios.  

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