Constantemente
atravesamos espacios que se cruzan y articulan de múltiples maneras. Sabemos
que nuestro interés por delimitarlos, aislarlos y analizarlos individualmente
es algo instaurado, un discurso al que nos hemos acostumbrado, aunque
corresponda más a una mirada cercana a los paradigmas europeos de hace siglos
que a nosotros mismos. Mas ¿qué sucede cuando conscientemente sembramos
conceptos como heterogeneidad, multidisciplina o paralelismo a nuestro
pensamiento actual? Cada vez con más fuerza se estudian así los fenómenos
culturales y sobre todo en Latinoamérica. Las razones son evidentes y pueden
constatarse tanto en la calle como en una muestra de arte contemporáneo.
“Un lugar en dos dimensiones” se presentó recientemente en
el Museo Jumex de la Ciudad de México. Es una exposición que exige en primer
lugar una mirada de las obras por sí mismas, más allá de reflexiones sobre la
institución o los detalles biográficos sobre cada uno de los artistas, que por lo
demás son en su mayoría personajes muy deseados por el mercado del arte
contemporáneo y por lo tanto conocemos en mayor o menor medida.
Se trata de dos muestras que a su vez conforman una, conviviendo
en un sólo espacio. Por un lado más de cincuenta obras de la colección Jumex, arte
contemporáneo primero mexicano pero que también contiene varios representantes
extranjeros. Por otro lado, y en el mismo lugar, una exposición individual de
Fred Sandback (1943-2003). Se trata de siete piezas de hilos que atraviesan la
sala cada tanto dentro del recorrido, muy características dentro de la
imaginería del artista estadounidense que se lee como uno de los grandes
representantes del minimalismo.
“Intento hacer algo que sea concreto y particular. Es
justamente lo opuesto al arte abstracto, el cual es derivado, deducido o
refinado desde otra cosa más. Es un punto de origen más que una conclusión”. (Fred
Sandback. Manifiesto 1975)
Lo primero que sucede son dos hilos azules que suben hasta
el altísimo cielo de la sala y se doblan formando dos ángulos de noventa grados
simultáneamente, una pieza de Sandback. Como si fueran más puertas dentro de
una puerta se avanza entonces hasta un primer grupo dentro de la
colección.
Son trabajos que van de una dimensión a otra, tratando diferentes
temas con las más diversas técnicas, unidos también en la dudosa hebra del
corte temporal porque todos nacieron en las últimas décadas. Van dándose paso
unos a otros como islas dentro de un archipiélago que a gran escala está conectado
en cada parte. Basta dar una mirada panorámica a la enorme sala del museo. Las
líneas de Sandback son momentos en que el espacio se corta, o se abre,
agrupando así las piezas de una forma no estable. Y, al mismo tiempo, quien
recorre ese lugar va haciendo líneas de sentido muy diferentes a las que
propone la museografía. Por ejemplo, hay un grupo de trabajos que puede leerse
desde la cualidad de la materia.
“Los
materiales no son muy interesantes ya que terminan en sí mismos.”
Esto sucede desde un bloque negro y rectangular “Shadow”,
hecho de fibra de vidrio, resina y madera de John McCracken, que refleja como
una sombra lo que allí sucede. Más adelante hay un cuadrado que se extiende a
manera de alfombra por el suelo, hecho de una de una aleación de plomo y
aluminio (Carl André). Una estructura de cobre se apoya en la pared luciéndose
en toda la belleza de su material (Donald Judd). Se asemeja mucho al hombre de
fibra de vidrio que apoya su frente en el brazo en el “Big lamento” de Gonzalo
Lebrija, misma que podríamos considerar un opuesto a la sutileza de “Spring of
Wood” (Yoshihiro Suda) donde era necesario acercarse a un rincón de la sala y
agacharse para mirar la delicada pieza de madera. Amarrado a un pilar con un
cinturón de cuero se ve un colchón viejo, perfecto engaño visual considerando
que en verdad es concreto y metal (“Materasso”,
Tatiana Trouvé).
Teresa Margolles entraría en este grupo con su “Escombro”
hecho en China, un pedazo de madera mínimo sobre una base de oro de 18 quilates
dentro de una vitrina. La madera es un escombro producto de un sismo en China y
el oro contiene los detalles de pérdidas en la catástrofe. Y cómo no mencionar
a Jeff Koons con su clásico “Three Ball Total Equilibrium Tank (Two Spalding
Shaq Attaq, One Spalding NBA Tip-Off)”, el tanque de vidrio donde se ven
suspendidas en agua y cloruro de sodio tres pelotas de basketball.
En otro sentido puede incluirse aquí también la famosa
cabeza de toro en formol de Damien Hirst “James the Greater (The Twelve
Disciples”), o el animal de Bruce Naumann “Small Butt to Butt”, hecho con
aluminio y alambre. El hecho es que se trata de obras que se sostienen en su
propia materia, porque reflexionan sobre ella en diferentes niveles.
Paradójicamente, pues los hilos de Sandback continúan observándolas desde una
cercanía muy distante.
“Una manera de actuar es definir un límite y
moverse en torno al centro que éste implica. Estoy haciendo lo opuesto,
definiendo un centro y moviéndome hacia el exterior de los límites”.
Así lo demuestra la “Mesa de billar ovalada” de Gabriel
Orozco, con la que es posible jugar pegándole a la bola blanca que con hilo
transparente se suspende desde el techo, a ras de la superficie verde. Esta
obra queda en un lugar céntrico de la sala, con un protagonismo especial, a
diferencia de la “Dinamo Secession” de Mauricio Cattelan con la que nos
encontramos al iniciar el recorrido. Se trata de dos bicicletas que pueden ser
pedaleadas para que se encienda una luz, bici y luz conectadas con cables que como
espejos de los hilos de Sanback también suben hasta el techo. La ampolleta, sin
embargo, estaba fundida y aun no había sido repuesta, por lo cual aunque sin
duda fue cómica resultó una experiencia frustrada.
“Mantener el arte
lejos de ser decorativo es difícil. Usando sólo una línea, fácilmente se
convierte en algo bonito o animado. El fenómeno se aísla a sí mismo demasiado
fácilmente, se convierte sólo en algo para mirar”.
Así harán su entrada algunos de los trabajos que, de alguna
manera, intentan atravesar lo que sucede en la primera mirada, la consciente,
pasando a otros espectros de la realidad. Por ejemplo, en “La cuenta de los
días” se exponen objetos que Daniel Guzmán ha ido encontrando en sus viajes y
que forman parte de un universo señalado por la muestra como abrumadoramente
masculino. Predomina el color negro y en él hay de todo pasando por un relieve
prehispánico, hasta una imagen fotográfica donde se contrapone una reina de
belleza norteña con ella misma tiempo después cuando fue arrestada por
narcotráfico. El recorrido comienza y termina con una puerta donde se da algo
así como una declaración existencial de principios a modo de poema, en inglés. Finalmente la voz
se pregunta si haría lo mismo teniendo otra oportunidad en la vida.
Otra manera de pasar a un estado fuera de la conciencia es
el ya clásico ejercicio performático de emborracharse hasta la amnesia.
“Borracha” es un video donde Minerva Cuevas toma una botella entera de tequila
mientras escribe en su cuaderno frases que podemos ir mirando intercaladamente,
todas en relación a su práctica en ese instante.
Y entrando en formatos más tradicionales y no por ello
menores, nos encontramos con dos lienzos completamente blancos formando un solo
rectángulo que trae el eco de Malevich (“Sin título”, Fernanda Gomes). También
está “Point de Gaze, Chapter 23” de R.H. Quaytman, donde se crea un efecto
óptico producido por líneas que, aparentemente curvas, siguen sin embargo
caminos rectos. O los lienzos de Eduardo Terrazas -que recuerdan inmediatamente
sus investigaciones visuales con los huicholes- donde se va repitiendo un
patrón de líneas negras hasta saturar o limpiar el plano. Cabe aquí subrayar
que Terrazas, reconocido arquitecto mexicano desde hace décadas, no lo había
sido al mismo nivel en sus trabajos de artes visuales hasta hace muy poco
tiempo. Entre paréntesis esto es una grata sorpresa, pues demuestra que no hay
nada escrito e incluso en un mundo hermético como el mercado del arte una obra
puede abrirse paso aunque su creador no sea un “joven artista”.
Francis Alÿs, como siempre, logra encontrar espacios por
donde circule el pensamiento de maneras nuevas, sorteando los discursos
instaurados. Así sucede en dos piezas especiales y extrañas. Por un lado
“Estudios para En una situación dada”
es una instalación de dibujos y pinturas donde se investigan los sentidos del
fenómeno del tornado pensándolo como metáfora también social. Por otro, “Hombre
con peluca” son tres pinturas con una curiosa instalación. Dos de ellas, las
más grandes, apoyadas entre el piso y la pared. La tercera, mucho más pequeña,
a una distancia demasiado alta para el cuerpo humano.
El curador de la muestra, Patrick Charpenel, quien ahora es
una de las cabezas del Museo Jumex es de formación filósofo. Normalmente este
sería un detalle irrelevante, pero en este caso explica muchas cosas. Tampoco
resulta fortuito que el mismo Fred Sandback, cuya exposición individual
articula la muestra colectiva entregándole una profundidad que de otro modo no
alcanzaría, también estudió filosofía. Esto puede verse porque aquí hay a nivel
museográfico y curatorial, más que nada, formas de pensamiento. Y resultan ser
bastante más conceptuales que la mayoría de los discursos estéticos o
artísticos, incluyendo el arte conceptual si así lo queremos llamar.
“Esta es la tentativa absurda y contradictoria de la
muestra en el Museo Jumex”, dice humildemente el texto de la exposición.
Cierto, absurda y contradictoriamente se aprovecha un espacio para mostrar las
obras que ha reunido la colección Jumex, considerada la más grande de arte
contemporáneo en Latinoamérica, instalándolas en un mismo espacio con la exposición
de Sandback, y uniéndolas con el concepto de los universos paralelos. Sin duda es
una solución inteligente, que funciona, y uno puede irse de allí en el pleno
estímulo que estas situaciones entregan a todos los que nos entusiasma el arte.
Con casi cuatro años un día mi hermana dijo “debes mirar
más allá de lo que ves”. Y, ya que la exposición misma nos invita precisamente
a eso, me es imposible pasar por alto una inquietud que me persiguió en todo
momento durante la muestra, y continúa haciéndolo hasta ahora. Tiene que ver
también con los universos paralelos. La Colección Jumex es ahora tremendamente
poderosa en términos económicos, más aun que la empresa de jugos que la
antecede. Es una dicha que el dinero en México se invierta en arte y no en tantos
otros casos que como ya sabemos sólo dañan al país y a sus ciudadanos. Pero,
por otro lado, el mercado del arte no es precisamente una inocente paloma.
Detrás de la mayoría de los artistas presentes en este
artículo, a los que con mucha razón la crítica de arte mexicana Avelina Lesper
acusa de farsantes, hay un grupo de millonarios que especulan con obras como si
de edificios se tratara, no porque amen el arte sino porque aman el dinero.
Esto no desmerece el trabajo de Jumex, al contrario,
deberíamos sentirnos orgullosos de la colección con todo su equipo visionario,
su biblioteca y archivo exhaustivo, sus programas de becas y patrocinios al
desarrollo de proyectos artísticos, curatoriales, editoriales y de
investigación. No por nada han crecido y pasaron de ser un reconocido espacio
en el Estado de México a extenderse hasta éste museo en Polanco que tiene una
arquitectura espectacular, con espacios inmensos de primerísimo nivel, donde hasta
el baño es un lugar digno de admiración. Pero eso no quita que, bien mezclado
al interés por darle fuerza a las manifestaciones contemporáneas de nuestro
tiempo, hay una concepción del arte como negocio multimillonario que bien
refleja la situación a nivel global. Y es muy claro que el arte no es para eso.
Basta recordar uno de los emblemas más manoseados dentro de la bien llamada
burbuja del mercado del arte, la serigrafía de “Jackie (Smiling)” por Andy
Warhol que también se expone en esta exposición y es la pieza más antigua.
Salir del museo es un choque no menor. Se ha estado en las
condiciones que acabo de relatar, mirando espectaculares obras que además con
los años han pasado a ser tan reconocidas que es como encontrarse con antiguos
amigos, hojeando en la librería libros de arte que en otro lugar de la ciudad
serían imposibles de encontrar, y se pasa a la realidad que es el D.F. Un lugar
fascinante porque muta sin cesar, caótico, temible y bello a la vez, con
familias viviendo en alcantarillas y mansiones descomunales. Se reproduce, una
vez más, la incomodidad, y un dejo amargo en la boca impide que la experiencia
reciente se mantenga en su dulzor.
“Tengo la convicción muy romántica, muy utópica de que la
responsabilidad de los museos y las fundaciones de arte es social y es
contribuir al cambio”, dice el curador en una entrevista. “Tenemos que operar
en condiciones diferentes a las de los museos, instituciones o fundaciones de
Estados Unidos o Europa y esto nos limita, pero a la vez nos abre grandes
posibilidades”, continúa señalando así algo muy importante. Y esas
posibilidades parecieran estar en los resquicios, las grietas, esos espacios
donde una línea ligera cual hilo impone su presencia ante las instituciones
paralizantes. Ese es el espacio liberador, “El punto desde donde todas las
ideas se deshacen” (Sandback).
Rocío Casas Bulnes
Artistas
que reúne la exposición:
Doug
Aitken, Francis Alÿs, Carl Andre, Richard Artschwager, John Baldessari,
Alighiero Boetti, Carol Bove, Mauricio Cattelan, Martin Creed, Abraham
Cruzvillegas, Minerva Cuevas, Urs Fischer, Fischli & Weiss, Claire Fontaine
/ Reena Spaulings / Bernardette Corporation, Robert Gober, Fernanda Gomes,
Daniel Guzmán, Damien Hirst, Roni Horn, Jasper Johns, Donald Judd, On Kawara,
Mike Kelley, Ellsworth Kelly, Jeff Koons, Gabriel Kuri, Jim Lambie, Gonzalo
Lebrija, Sarah Lucas, Teresa Margolles, Paul McCarthy, John McCracken, Jorge
Méndez Blake, Bruce Nauman, Gabriel Orozco, Jorge Pardo, Richard Prince, R.H.
Quaytman, Thomas Ruff, Robert Ryman, Rudolph Stingel, Yoshihiro Suda, Eduardo
Terrazas, Rosemarie Trockel, Tatiana Trouvé, Jeff Wall, Andy Warhol
+
Fred
Sandback